A Relationship on the Rocks

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Una relación On the Rocks

La importancia económica y geopolítica de México y su impacto social en Estados Unidos no ha cambiado

La audiencia en que Ken Salazar, embajador nombrado para México, se presentó ante el Senado estadounidense puso de relieve las principales preocupaciones en el cuerpo político de ese país respecto a México: Estado de derecho, respeto a sus inversiones, energía, violencia, tráfico de personas y de drogas.

La importancia económica y geopolítica de México y su impacto social en Estados Unidos no ha cambiado, pero la percepción actual, según lo expuesto por los senadores que intervinieron en la sesión con Salazar, llama la atención: ¿qué pasa con el Estado de derecho? ¿por qué el presidente López Obrador parece hostil a las empresas estadounidenses? ¿por qué parece menos dispuesto a colaborar con su par Joe Biden que con el presidente Trump en cuanto a migración o control de la frontera? ¿por qué la violencia contra los periodistas?

La audiencia del Comité de Relaciones Exteriores fue más que interesante, en ese sentido. Salazar, por su parte, destacó la importancia de la relación entre México y EU, no sólo en términos geopolíticos y económicos sino sociales para uno y otro. “Estamos inextricablemente ligados”, dijo.

Esa realidad ha sido la que ha gobernado por años la relación bilateral, al grado que el exembajador John Gollenor Pablos (a) John Gavin, la definió como “un matrimonio sin posibilidades de divorcio”.

El hecho es que por décadas, la relación político-diplomática entre los dos países se dio a través de los dos Ejecutivos, con el ocupante de la Casa Blanca como el principal cabildero del gobierno mexicano frente al Congreso estadounidense.

Los presidentes estadounidenses usaron con frecuencia los argumentos de interés o de seguridad nacional para exceptuar o ayudar a los gobiernos mexicanos, fueran frente a medidas aprobadas por el Congreso como la certificación por el combate al tráfico de drogas (provocado por la muerte del agente Enrique Kiki Camarena) o la aprobación de préstamos de emergencia para evitar un desplome de la economía mexicana.

Esto ciertamente no fue puramente buena voluntad sino propia conveniencia, dado el tamaño y los alcances de la relación bilateral.

En sus dimensiones y sus márgenes, los gobiernos mexicanos correspondieron con favores propios, pero sobre todo, con un alineamiento práctico que les permitió también maniobrar con independencia en temas de política exterior, como las relaciones con Cuba o la situación en Centroamérica.

El convenio no escrito se reflejó en dos principios de la relación bilateral: el acuerdo en estar en desacuerdo y el aislamiento de los problemas para evitar la contaminación del resto de la agenda.

Desde el lado estadounidense, en palabras de Salazar, “no podemos permitirnos que nuestra relación con México caiga en un abismo de disfunción”.

La vigencia de esa fórmula y esos modos de operación está a prueba.

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