Dos mil millones de usuarios de WhatsApp afectados y cien mil millones de mensajes que no se pudieron enviar, de los cuales 175 millones corresponden a cuentas empresariales, son algunos de los efectos de la caída de WhatsApp, el mayor sistema de mensajería virtual.
Además, 2740 millones de personas se quedaron sin acceso a Facebook y otros 1220 millones a Instagram, dos de las redes sociales que más consumidores mueven en el mundo.
Ese infarto en las tres aplicaciones propiedad de Facebook Inc., del creador Mark Zuckerberg, demuestra que aunque se ha producido un desarrollo tecnológico de proporciones inimaginables, su funcionamiento está aún expuesto a fallas que producen graves consecuencias, como el desconcierto que se generó ayer en las comunicaciones mundiales.
Las redes sociales han cambiado la vida de la humanidad y tienen un papel cada vez más protagónico en la globalización, pero al mismo tiempo han significado una dependencia que un fallo puede afectar de manera importante las actividades en el planeta.
Si bien existen otras plataformas en internet que cumplen una función similar a las tres aplicaciones infartadas, no deja de ser preocupante que la tecnología, que ha ofrecido tantas soluciones y generado cambios dramáticos, sigue expuesta a riesgos que pueden paralizar la comunicación.
La crisis de ayer demuestra que el mundo digital es un maravilla que no se ha acabado de inventar.
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