Prematura decepción con Joe Biden
Cuando se cumple un año de la victoria de Joe Biden tras la conflictiva presidencia de Trump, el balance hecho por los propios estadounidenses, a juzgar por los índices menguantes de popularidad de Biden, no desborda precisamente de entusiasmo. El presidente demócrata, llamado a revertir la etapa populista de Trump y a coser un país fracturado por la polarización, no parece que lo esté logrando. Y es sabido que lo que no hace un presidente en sus primeros tiempos de mandato ya es difícil que pueda hacerlo después.
Es cierto que Biden ha tratado de conjurar las pretensiones revanchistas del ala más radical de su partido, al tiempo que se volcaba en un programa de recuperación social tras el paso destructor de la pandemia. Pero su obra legislativa todavía está en pañales: no consigue sacar a adelante reformas de calado y ni siquiera ha podido persuadir a sus compatriotas de la necesidad de alcanzar unas tasas de vacunación mucho más altas. Por no hablar de la vergonzosa salida de Afganistán, vivida de forma traumática y mal justificada como una pura misión de seguridad: ningún signo de decadencia es tan evidente como el de renunciar al ejercicio de la hegemonía democrática que Estados Unidos, como primera potencia que aún sigue siendo, se ha arrogado con pleno derecho desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Por el contrario, el sucesor de Trump apenas ha querido desviarse del legado aislacionista marcado por el presidente republicano, poniendo en peligro la relación atlántica y el compromiso común de defensa con las naciones europeas que da sentido a la OTAN.
En las próximas elecciones estatales de Virginia afronta Joe Biden un verdadero plebiscito. Y hay numerosas señales que apuntan ya a un fracaso prematuro, lo que dañaría aún más su imagen. No le ayuda su perfil de hombre apagado -el sueño que descabezó en la cumbre climática es solo un ejemplo, rápidamente explotado por sus detractores- ni tampoco la decepción que está resultando su segunda, la vicepresidenta Kamala Harris. Subió tan rápido como desapareció de escena.
La legislatura, en todo caso, acaba de empezar. Biden tiene tiempo para diseñar la herencia política por la que quiere ser recordado. El trumpismo no es en absoluto un movimiento agotado, pese a la bochornosa traca final del asalto al Capitolio, y aguarda el momento de regresar al poder. Biden creó unas expectativas razonables que le hicieron ganar las elecciones. Debe reaccionar cuanto antes para estar a la altura de las esperanzas depositadas en él.
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