Would the United States Permit It?

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¿Estados Unidos no lo permitiría?

Muchas cosas pasan en el mundo, contrarias a los intereses y deseos de Estados Unidos, sin que puedan impedirlas.

¡Estados Unidos no lo permitiría! Es una frase que escuchamos frecuentemente. Quien lo afirma, lo hace con fe ciega, con una certeza cuasi religiosa.

La frase es un mito… muchas cosas pasan en el mundo, contrarias a los intereses y deseos de Estados Unidos sin que puedan impedirlas.

Como toda noción que se eleva a la estatura de un mito, este no surge de la nada y se apoya en hechos y realidades que parecieran darle sustento: las tareas de inteligencia, el intervencionismo, las presiones económicas, políticas y, en ocasiones, hasta militares.

Influencia tienen, pero no poder absoluto.

Acaso necesitamos más pruebas que Vietnam, Afganistán, Irak, Corea del Norte, Rusia, Irán, Hong Kong o más cercanas como Cuba, Venezuela y hoy Nicaragua.

El domingo pasado Daniel Ortega celebró su farsa electoral. En unas elecciones a todas luces espurias, con la oposición encarcelada, con candidatos proscritos, perseguidos o exiliados.

Quien fuera el primer presidente de la revolución sandinista que derrocó al dictador Anastasio Somoza iniciará su quinto ciclo (cuarto consecutivo) al frente del Estado nicaragüense despejando cualquier duda sobre quien es ahora el dictador.

¿Y qué creen? Estados Unidos lo permitió.

No es que le agrade lo que pasa en el segundo país más pobre de América Latina, pero una vez más se demuestra que su poder no es omnímodo.

Las naciones del planeta tienen margen de maniobra, pueden retar y enfrentarse a la superpotencia asumiendo costos y riesgos, al mismo tiempo tienen cierta garantía de que las ‘armas’ que usará Estados Unidos e incluso el conjunto de la comunidad internacional son de alcance limitado.

Esto es evidente en las propias palabras del presidente Biden difundidas por la Casa Blanca después de la elección:

“(…) Hacemos un llamado al régimen de Ortega-Murillo para que tome medidas inmediatas para restaurar la democracia en Nicaragua y para que libere inmediata e incondicionalmente a los encarcelados injustamente por hablar en contra de los abusos y clamar por el derecho de los nicaragüenses a votar en elecciones libres y justas. Hasta entonces, Estados Unidos, en estrecha coordinación con otros miembros de la comunidad internacional, utilizará todas las herramientas diplomáticas y económicas a nuestra disposición para apoyar al pueblo de Nicaragua y responsabilizar al gobierno de Ortega-Murillo y a quienes facilitan sus abusos”.

En síntesis: llamados, declaraciones, herramientas diplomáticas y presiones económicas, pero hasta ahí. Está demostrado que este ‘arsenal’ es pólvora mojada para los tiranos que lo único que buscan es aferrarse al poder, al margen de los efectos nocivos que causen a sus países.

Sirva como advertencia para todos los ciudadanos interesados en proteger y defender la democracia en nuestros países. Esta es una tarea interna y de poco o nada sirve ‘ponerle veladoras’ a un santo que, por un lado, ni es tan poderoso y por el otro, tiene su mirada puesta en sus propias fracturas internas y, si acaso, en los grandes problemas geopolíticos del mundo.

Enfocándonos en el caso mexicano es esencial entender que la defensa de la democracia en nuestro país es un asunto de todos nosotros y muy especialmente de la institución que históricamente hemos construido entre todos para que el voto se cuente y cuente.

Por eso es clave aquilatar la relevancia del trabajo político realizado por los consejeros del Instituto Nacional Electoral, presidido por Lorenzo Córdova, así como el de los miles de funcionarios y trabajadores de las instancias federales y locales que realizan un trabajo profesional y honesto.

Son ellos y somos nosotros los millones de ciudadanos que participamos activamente durante los procesos electorales (electores, representantes de partidos, escrutadores, presidentes de casilla, etcétera) quienes podremos evitar que se salgan con la suya actuales o futuros personajes políticos que quieran imponer su voluntad por encima de lo expresado en las urnas en procesos justos y competidos.

Para mantener y consolidar la democracia en nuestro país dejemos de tener fe en un poder ‘sobrenatural’ (el mito de que Estados Unidos impediría una dictadura en México) y entendamos que eso nos corresponde a nosotros. Allá afuera solo darían llamados, proclamas y sanciones de alcance limitado.

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