¿Y si la gran renuncia no es cosa de hippies ni de hombres?
La primera impresión fue que, de repente, todos los libros de autoayuda, todo el “mindfullness”, el yoga y la meditación habían funcionado. Que en noviembre de 2021, 4.1 millones de americanos (un millón más que en 2020) se habían hecho hippies, abarrotaban la Ruta 66 emulando a Kerouac y habían cambiado el uniforme de trabajo del Walmart por una túnica teñida a mano. Había irrumpido algo que la prensa, algunos políticos y muchos europeos en sus post de las redes sociales calificaban con un nombre precioso, épico, definitivo: La Gran Renuncia.
Nos contaban que los americanos, gracias al confinamiento y a la covid habían podido reflexionar sobre el sentido de sus vidas, alcanzado una mayor conciencia de su finitud y esto les había llevado a dejar sus trabajos alienantes y mal pagados porque se daban cuenta de que sólo se vive una vez, que madre no hay más que una y que por mucho madrugar no amanece más temprano. Había quien, incluso, buscaba un término más profundo, más positivo, y hablaba del Gran “Repensamiento” o la Gran Reflexión.
En el resto de los países donde la flexibilidad laboral no es como en Estados Unidos, donde el nivel de paro es digamos que elevado, veíamos aquello con cierta vergüenza. Con un “hay que ver el nivel de conciencia de los yanquis, que tienen un par de narices y renuncian a su trabajo de mierda”. Pero había algo que, desde el comienzo, chirriaba. Ese concepto, disfrazado de resiliencia, que en el fondo es el tradicional “el sufrimiento lleva a la felicidad” tan arraigado en una mala lectura de algunas religiones monoteístas. Una idea que ahora parecía que algunos usaban para justificar las consecuencias nefastas de encierros, miedo, restricciones y cosas más mundanas como niños sin colegio que alguien tiene que cuidar o ancianos que volvían a casa de sus hijos porque las residencias eran una bomba de relojería.
Tras esa primera señal de alerta, empezó a salir la realidad. Voces que no se quedaban en el titular de que los americanos habían despertado a una nueva conciencia cósmica. Esas voces eran agudas, menos seductoras, algunos decían que histéricas y ponían sobre la mesa asuntos mucho menos bonitos. Efectivamente, los confinamientos, el trabajar desde casa, el tiempo libre había hecho que la gente tuviera tiempo para pensar y que, en muchos casos, decidiera dejar un empleo al que tardaban dos horas en llegar y otras dos en volver, para optar por el teletrabajo.
También influía que, en un país donde las ayudas sociales son mínimas, se hubiera instaurado una paga para los que perdían o abandonaban el trabajo (las famosas CARES). Es decir, el salto no era al vacío, había un apoyo económico. Pero esa cuestión de tiempo y dinero que tan bien desarrolló Emma Álvarez Cronin en las páginas de este mismo diario, se quedaba en nada cuando uno veía quién había renunciado. Pues resulta que las mujeres, y es que según un reciente reportaje de Los Angeles Times, que cita a la consultora Seramount (dedicada a temas de inclusión en el trabajo), un tercio de las madres trabajadoras dejaron su empleo durante la pandemia o lleva meses planeando hacerlo. Esto supone alrededor de 8 millones de trabajadoras. Y según los datos de la Oficina de Estadística Laboral de Estados Unidos, las mujeres tienen la participación más baja en el mercado de trabajo que se ha visto desde hace 30 años.
Y todo esto no porque sean espíritus puros que tienen una visión de la vida más elevada. No, simplemente porque durante este tiempo los colegios han estado cerrados y la explosión de la Gran Renuncia coincide con el instante en el que la gente tiene que volver al trabajo presencial pero los colegios siguen sin dar clases cara a cara. Tampoco había mucho que investigar porque los ámbitos donde más dimisiones ha habido son hostelería y salud, ambos copados en su mayoría por mujeres.
El descubrimiento supone un cierto alivio egoísta: no es que algunos no hayamos captado el significado transformador de la pandemia, no. Pero desvela dos aspectos que son inquietantes. Por un lado, el poder de las verdades a medias con nombres épicos (Gran Renuncia, Gran Reseteo, Nueva Normalidad) que intentan explicar con un sentido positivo asuntos que objetivamente son nefastos y, por el otro, esa falta de atención hacia lo que ocurre dentro de casa, sobre las mujeres. Que se haya tardado meses en dar con la clave (o sacarla a la luz) de porqué se produce la Gran Renuncia es muy significativo. Quizá esto haga que todos esos conceptos que empiezan por Gran empiecen a centrarse en lo pequeño y que nos demos cuenta de que la Gran Renuncia es la suma de las miles de pequeñas renuncias de nosotras, las mismas de siempre.
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