Han pasado demasiadas cosas malas en poco tiempo. La crisis de 2008 destruyó sueños personales y colectivos y nos hizo más pobres a todos.
Cuando las cosas empezaban a enderezarse, fuimos, literalmente, arrasados por la pandemia de Covid-19. Dos años entre confinamientos, mascarillas y muchas vidas humanas perdidas.
Pero la capacidad del ser humano para empeorar las cosas es ilimitada. Nadie contaba con un revival de las tensiones militares de los tiempos de la guerra fría del siglo XX. Una partida de equilibrio de poder en el que la paz existía con permiso de una guerra nuclear de destrucción total.
La caída de mundo de Berlín fue el icono de un nuevo orden mundial. Atrás quedaban los tiempos en que la amenaza de un conflicto mundial militar y parecía que la democracia extendería hasta el último rincón del planeta.
Pero China mutó al libre mercado manteniendo la dictadura. En el siglo XXI parecía que los actores principales de un nuevo conflicto, la hegemonía tecnológica y económica, serían China y EEUU.
Lo de Putin es anacrónico. En medio de un mundo globalizado, en el que las fronteras están cada vez más difusas, aparece con un trasnochado imperialismo enmarañado en un ataque militar recuperando el bloque soviético.
La extensión y la espiral de violencia de la guerra está por verse, pero esta crisis pone de manifiesto el peligro de la acumulación de poder en una persona. El miedo es la primera consecuencia. La amenaza de una temida guerra nuclear ha empezado a masticarse. En ese sentido, Biden ha tenido que salir a tranquilizar al pueblo americano.
De mar de fondo, hay una crisis de confianza en los liderazgos. Europa es débil políticamente y ha tardado en reaccionar, ningún líder europeo genera la suficiente confianza y Biden, desde el otro lado del Atlántico, no es Obama.
Paradójicamente, el miedo es una ventana para que esa elite dirigente despegada de la sociedad acumule más poder. La sociedad se debate entre la solidaridad con los hombres y mujeres víctimas de la sinrazón y el egoísmo de que el drama no alcance sus vidas.
Putin encarna todo lo detestable en un mundo que aborrece la matanza de seres humanas, pero no puede ser que un solo hombre, por psicópata que sea, cambie el orden mundial y abra la puerta, de nuevo, a la amenaza de destrucción de la humanidad. Sin democracia y libertades plenas, nunca estaremos a salvo.
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