Uno de los grandes mitos de la narrativa de la izquierda global a lo largo de décadas ha sido la mención de que el imperialismo, como sistema político de expansión territorial, ha tenido como único y esencial referente a los Estados Unidos, sin que haya existido otro país con tal vocación insaciable de expansión. Ciertamente, hay referencias históricas en ese sentido, como por ejemplo que ya en el año 1900, “los territorios de ultramar abarcaban un área tan grande como todo Estados Unidos en su fundación y tenía una población de más del doble de la que vivía en territorio original”.
Sería un absurdo desmentir, por lo tanto, el carácter imperial que ha acompañado a Estados Unidos durante gran parte de su historia, pues hay hechos indiscutibles que así lo demuestran, pero justamente partiendo de tal percepción, el relato de la izquierda se encargó de elaborar la creencia de que como país imperialista solo uno existía en el orbe, atropellando y vulnerando los derechos de otros pueblos y nacionalidades.
En ese contexto y con la percepción de ser el patio trasero de los Estados Unidos, América Latina acogió la sugerencia del imperialismo yanqui como un dogma irrefutable, una creencia casi religiosa alentada por notables pensadores como Eduardo Galeano, quien no se cansó en sus libros de denunciar las consecuencias del imperialismo norteamericano en esta parte del mundo; hace pocos días, el infaltable Evo Morales hizo, a través de un tuit, un llamado a una movilización internacional “para frenar el expansionismo intervencionista de la OTAN y Estados Unidos,” como si acaso el ataque ruso a Ucrania ocurriese en otro planeta.
Paradójicamente, esa visión parcial, la de Estados Unidos como el único Estado imperialista, fue acompañada del discurso de que era imposible entender su papel expansionista sin incluir la larga lista de intromisiones e injerencias con el sello inconfundible de la CIA y otras agencias, que han permitido al país norteamericano derrocar gobiernos e imponer otros a su antojo, lo que en gran medida es cierto. Pero claro, sin jamás mencionar a Rusia y su vocación también imperialista demostrada fehacientemente a lo largo de la historia, a lo que se suma la capacidad de entrometerse, de forma abierta o soterrada, en los intereses de otras naciones. En ciertos portales de la red, todo se justifica tratándose de Rusia, a tal punto de que se sugiere que la invasión a Ucrania es resultado único y directo “de la ingeniería de los Estados Unidos en un golpe de Estado antirruso de derecha en 2014″, agregando que jamás Rusia “ha diseñado los golpes de Estado en otros países como lo hacen los países imperialistas”.
Por eso es que la sangrienta y brutal invasión rusa a Ucrania tiene también un peligroso trasfondo que no debemos ignorar, más allá de las inevitables mentiras ideológicas. Por supuesto, siempre estarán los mitómanos, los ilusos y los fanáticos que prefieren desconocer que Putin, más allá de querer restaurar la “gloria del imperio ruso”, está también restaurando el terror totalitario de Stalin. La Rusia imperialista y expansionista sometiendo a un país soberano con total desparpajo e inmundicia.
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