Por qué los bruselenses odian a Joe Biden (y a cualquier presidente de EEUU)
Intentar moverse por Bruselas durante la visita de un presidente de los Estados Unidos es un trabajo titánico, a pesar de que cada pocas semanas 27 líderes europeos se reúnen en la ciudad
Bruselas es el corazón de la Unión Europea, pero es también la capital de Bélgica. Son prácticamente dos ciudades distintas, con ritmos vitales diferentes, población diferente, intereses diferentes. En la mayoría de las ocasiones, la Bruselas europea ni se mira con la Bruselas belga. Normalmente, se ignoran la una a la otra. Pero hay un momento de comunión en el que las dos almas bruselenses se unen en el odio a un enemigo común.
La ciudad está acostumbrada a que cada pocas semanas 27 jefes de Estado y de Gobierno, con sus respectivas delegaciones, aterricen y se reúnan durante dos días en el edificio del Consejo Europeo, en el corazón del barrio europeo. Es tan común que ha pasado a formar parte del paisaje y del calendario de la ciudad. Se cortan unas pocas calles alrededor del edificio, pero, en general, la vida continúa con normalidad. Salvo cuando un único líder llega a la capital: el presidente de los Estados Unidos. Ahí todo se tuerce, y el cabreo une a las dos ciudades.
Esa normalidad con la que Bruselas recibe a 27 jefes de Estado y de Gobierno cada pocas semanas también la transmiten los propios líderes europeos. Las reuniones suelen producirse los jueves y viernes, y no es extraño que, si el encuentro del primer día termina temprano, los líderes bajen al nivel de la ciudad. A los presidentes del Gobierno españoles, en ocasiones, les apetece caminar hasta su hotel, que se encuentra a unos pocos metros de donde se celebra el encuentro. En alguna ocasión, hemos visto a los líderes de Francia, Luxemburgo, Portugal o Alemania tomando una cerveza en una terraza de la Grand Place. Famosa es también la foto de Angela Merkel, canciller alemana, comprando patatas fritas en la plaza de Jourdan durante las negociaciones de la crisis griega.
Merkel compra patatas fritas en una popular ‘friterie’ del barrio europeo de Bruselas. (Reuters)
Pero, cuando un presidente americano llega a la ciudad, hasta los ciudadanos menos informados pueden saber quién está en sus calles: es difícil huir del estruendo del enorme convoy de coches y motocicletas que acompañan al presidente de turno. Los servicios secretos americanos están en cada esquina, armados hasta los dientes, se cortan muchas más calles de lo que habitualmente se hace, se impide a la gente salir de sus oficinas durante horas cada vez que el presidente se mueve por la zona. La ciudad prácticamente se paraliza para que el presidente pueda realizar su visita a Bruselas.
Cualquier edificio que esté en el recorrido tiene que pasar por el filtro de sus servicios secretos. Por supuesto, mejor no tentar a la suerte y no abrir ninguna ventana. El ruido de los helicópteros, que normalmente sobrevuelan la ciudad durante las cumbres europeas, se multiplica y es prácticamente continuo, incluso durante la noche. Mucha gente ni siquiera acude a trabajar para evitarse problemas con los cortes de circulación, las paradas de metro cerradas, las calles bloqueadas con alambre de espino.
Los servicios de seguridad americanos esperan el aterrizaje del presidente en Bruselas. (Reuters)
Y es ahí donde se unen las dos ciudades: cuando Joe Biden aterrice en Bruselas esta semana para acudir a una cumbre extraordinaria de la OTAN el jueves y para participar en un Consejo Europeo, los bruselenses, los nativos y adoptados, pensarán más en las enormes molestias que les provoca en ese día a su rutina más que en la importancia de un encuentro a ese nivel y los beneficios para la alianza transatlántica.
Es inevitable llegar a la conclusión de que la vida de un presidente americano se valora mucho más que la de cualquier líder europeo, algo que se puede explicar por el peso. Desde ese punto, es fácil también llegar a ese ligero resentimiento que muchos europeos, especialmente de la burbuja de Bruselas, sienten hacia unos Estados Unidos que en general creen que siguen tratando con menosprecio a los socios europeos: requerir unos controles desproporcionados para unas reuniones que se producen regularmente sin ningún tipo de problema envía un mensaje implícito de superioridad.
Y es también imposible no hacerse la pregunta de qué dice de los Estados Unidos y su manera de entender el mundo el que 27 líderes de algunos de los países más ricos del planeta puedan pasear de forma más o menos tranquila por una ciudad que se convierte en una auténtica fortaleza cada vez que llega un presidente americano, se llame Biden, Donald Trump o Barack Obama.
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