President Biden in His Labyrinth

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El presidente Biden, en su laberinto

El inquilino dela casa Blanca no logra recoger frutos de su gestión en la crisis de Ucrania, confrontado con una inflación galopante y la incapacidad de su partido para aprobar medidas significativas

El mensaje del presidente se oyó alto y claro por los altavoces: «Mis queridos compatriotas estadounidenses: Tengo el placer de comunicaros que acabo de firmar una ley que proscribe a Rusia para siempre. El bombardeo comienza en cinco minutos». Era 1984, en plena Guerra Fría. El error de Ronald Reagan, que bromeaba frente a un micrófono sin saber que estaba abierto, podía haber desencadenado la III Guerra Mundial. Tenía 72 años, siete menos que Joe Biden el sábado pasado en Varsovia, cuando se le escaparon las nueve palabras fuera del guión que, a juicio de algunos líderes europeos, podían haber descarrilado las negociaciones de paz con Ucrania,

Hasta el día en que Biden juró el cargo, Reagan era el presidente de más edad que había llegado a la Casa Blanca. Sus meteduras de pata eran frecuentes, llegó a decir que los árboles contaminaban más que los coches, que estaba intentando aumentar el desempleo, y que la fiscalidad por tramos progresivos era un engendro extranjero de Carlos Marx. Con todo, y pese a que muchos creen que ya sufría de alzhéimer, pasó a la historia como ‘el gran comunicador’. Su propio biógrafo, Lou Cannon, un cariñoso admirador, le describió como alguien «despistado, falto de concentración y de curiosidad». Era famoso por dormirse en las reuniones, lo que le llevó a bromear a él mismo con que había dado órdenes de que le despertasen de inmediato en caso de una crisis, «incluso si estaba en la Situation Room».

‘Sleepy Joe’ (el adormilado de Joe), como llamaba Donald Trump a Joe Biden, ya traía consigo una profusa historia de pifias, meteduras de pata y micrófonos abiertos que alimentaban las expectativas en los debates, en los que le bastaba con no decir nada descabellado para salir airoso. «Biden no ganó la presidencia por ser el líder más brillante, sino por no ser Trump, y esa no es una cualidad que le vaya a servir en otras elecciones en las que no se presente Trump», apunta Elizabeth Sanders, profesora del Departamento de Gobierno en la Universidad de Cornell, que ha analizado a todos los presidentes estadounidenses desde los umbrales del siglo XX en el contexto bélico y económico.

El cementerio de los sueños

Eso es lo que ocurrirá en las legislativas de medio mandato que se celebrarán en noviembre, donde tradicionalmente el partido en el poder sufre importantes pérdidas legislativas, que se traducen en una media de 25 escaños menos en la Cámara Baja (la diferencia actual entre los dos partidos es de solo doce). Desde 1946 sólo se han salvado de este batacazo dos presidentes por su alta popularidad, Bill Clinton (66%) y George W. Bush (63%). Biden ha tocado esta semana los índices más bajos de su mandato (40% en la última encuesta de NBC), por lo que si hay un resultado electoral que pudiera sorprender a David Bateman, profesor de la Universidad de Cornell y codirector de la Iniciativa PRICE de Departamento de Gobierno, es que su partido lograra retener las cámaras.

«Haría falta algo muy gordo que capturase la atención mediática de forma sostenida para que subiera drásticamente su popularidad», reflexiona. Y, por supuesto, no puede ser algo que requiera de aprobación legislativa, porque el Congreso ha demostrado ser el cementerio donde van a morir los sueños de Biden. El Plan para Reconstruir Mejor (Build Back Better) que prometía la mayor inversión en fortalecer la clase media que se haya hecho en varias generaciones y los esfuerzos más importantes para luchar contra el cambio climático que se hayan visto en la historia del país se ha quedado en un lamentable espectáculo de fuegos artificiales que ha dejado en evidencia las divisiones del Partido Demócrata y la incapacidad del grupo en el poder para gobernar por la mínima. La cerrazón de dos senadores demócratas de corte conservador ha enterrado los sueños de Biden y, paradójicamente, podría haberlo salvado de sí mismo.

«Si lo hubieran aprobado se habría disparado aún más la inflación», opina Sanders. La guerra pudo salvar la presidencia de George W. Bush tras los ataques del 11-S, pero no la de Biden, porque nada de lo que pase en Ucrania podrá rivalizar con la cartera de los votantes, no importa que el mandatario presuma de haber fortalecido a la OTAN y unificado a los aliados. La mayor inflación de los últimos cuarenta años es el único superlativo que los estadounidenses recordarán en las urnas. «Parece como si los demócratas supieran que van a perder el poder en noviembre y hubieran decidido gastarse todo el dinero que puedan antes de que tengan que soltarlo», suspira la profesora.

Casi le da pena, porque «en el tema de la guerra no hay nada que pueda hacer». De hecho, es lo único en lo que el mandatario ha conseguido cierto apoyo bipartidista, con la opinión pública dividida sobre su manejo de la crisis. Mientras Europa se rasgaba las vestiduras con la salida de guión de Varsovia, en la que Biden se atrevió a decir lo que todos sienten, que un criminal de guerra como Putin no puede seguir en el poder, en EEUU han predominado los que se han indignado más con la operación de control de daños que siguió a sus declaraciones extemporáneas.

Aportaciones espontáneas

A Max Boot, ponente del Council del Foreign Relations, le recordaba al momento en que el Papa Juan Pablo II visitó Varsovia en 1979 y llamó a los polacos a resistir el férreo dominio de la Unión Soviética con un ‘No tengáis miedo’, contó en una columna del Washington Post. Algunos incluso lo llamaban «el momento Reagan» de Biden, porque se dice que el famoso «Señor Gorvachov, ¡Derribe este Muro!» fue también una aportación espontánea del mandatario que dos años y medio después se hizo realidad.

Si el pueblo ruso hiciera suyas las palabras de Biden, su lugar en la historia cambiaría, pero lo más probable, según Sanders, es que tarde o temprano Ucrania caiga bajo los tanques rusos «y eso le haga quedar mal». Porque si bien la mayoría de los estadounidenses están hastiados del comportamiento de Putin y el poco estómago de Occidente para pararle los pies, menos del 20% quiere arriesgarse a desencadenar una Tercera Guerra Mundial dándole a Ucrania todo lo que pide. «La metedura de pata fue dar marcha atrás e insistir en que el presidente no quería decir lo que dijo», escribió en el Washington Post Marc Thiessen, analista del American Enterprise Institute. «Eso nos hace parecer débiles ante los ojos de Putin», lamentó.

A Biden le esperan tiempos duros. No solo porque los estadounidenses tienen mucha más confianza en Volodimir Zelensky que en su propio presidente (72% frente a 48%) e incluso en el presidente francés Emmanuel Macron (55%) o en el recién elegido canciller alemán Olaf Scholz (53%), según una encuesta del PEW Research Center.

También porque todo apunta que las cosas van ponerse más difíciles en casa. El fiscal general de Delaware investiga a su hijo Hunter por corrupción, evasión fiscal y lobismo sin declarar. La vuelta de los republicanos al poder en el Congreso servirá para abrir comisiones que investiguen a su gobierno y la cohesión de los estadounidense perderá fuerza en las elecciones de noviembre, en comparación con las presidenciales. La crispación política que ha caracterizado las últimas tres presidencias dejan poco espacio para la moderación.

A punto de cumplir los 80 años, nadie espera que vuelva a presentarse a la presidencia pero la perspectiva de que su predecesor aproveche ese vacío para volver reactivará al final de su mandato el talento que le hizo ganar las elecciones. Biden no es Trump.

EN DATOS

40% Joe Biden ha tocado esta semana los índices más bajos de su mandato, según la última encuesta de NBC. Y eso a escasos meses de las legislativas de medio mandato, donde por lo general los mandatarios acusan la erosión del poder.

20% Sólo este porcentaje de los norteamericanos quieren arriesgarse a desatar una conflagración mundial dándole a Ucrania toda la ayuda que necesita. Su líder, Volodimir Zelensky, despierta más confianza que el propio presidente (72%), lo mismo que Macron (55%) u Olaf Scholz (53%).

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