Trucks and Texas

Published in El Financiero
(Mexico) on 19 April 2022
by Leonardo Kourchenko (link to originallink to original)
Translated from by Amy Bathurst. Edited by Patricia Simoni.
A measure enacted a week ago by the Texas state government has already caused a loss of approximately $45 million for Mexican drivers and binational companies in only a few days.

The order was to stop and check the large number of cargo transports crossing the border between Mexico and Texas. The purpose: to stop migrants hidden in the large one- and two-box trucks — cargo containers — crossing into U.S. territory.

It might seem like an isolated measure by Gov. Greg Abbott, who wants to look good to his electors and to the Republican Party, looking ahead to future elections.

And so far, it would all be within the framework of the Republican Party’s anti-immigrant logic, still with strong ties to former President Donald Trump. But the context is certainly much more complex.

The U.S.-Mexico relationship has been complicated in recent months. Growing tensions are present in the binational region, largely because of the obstinacy, stubbornness and political ineptitude of the Mexican president.

As never before, high-level civil servants from Washington have visited Mexico in the last 14 months. With Joe Biden’s election and a clear goal to build a solid, productive, open relationship between allies, the U.S. president has sent seven close associates, members of his cabinet. From Secretary of Homeland Security Alejandro Mayorkas to trade advisors; the special ambassador for the environment; and even Vice President Kamala Harris.

Andrés Manuel López Obrador plays a game of mirrors: I see you, and I don’t see you, and what you see is my reflection.

With extreme ignorance, he has been dismissive of the continuous visits, messages and invitations for dialogue, collaboration and understanding.

Let’s remember that the United States-Mexico-Canada agreement was negotiated by the previous administration of Enrique Peña Nieto. Faced with Trump’s brash “rebalancing” of binational trade, he launched an offensive to rebuild the agreement. Not bad, considering the more than 25 years that the previous (NAFTA) agreement had been in place. Despite the cold reception, the professional team from the Mexican government, led by then-Trade Secretary Ildefonso Guajardo Villarreal, with the majority of experts, internationalists and professionals in their areas, reached a decent agreement.

AMLO’s government sent Jesús Seade as an observer accompanying the negotiating team, with the clear instruction to protect and safeguard energy and especially oil issues.

Today, after a subsequent two years of the pandemic and economic collapse, we have serious risks in our relationship: The automobile industry is faced with a lack of computer chips; the U.S. “subsidy” for hybrid and electric vehicles in the recent years has left Mexico at a disadvantage; there are sanctions on growing avocados; there are serious problems with security, violence and drug trafficking that the Mexican government prefers to ignore.

If we add to this the barrage of demands in U.S. courts for changes in the electric industry involving $10 billion of U.S. investment in Mexico, the scenario becomes cloudy.

Washington's goodwill toward Mexico is about to collapse, despite the strenuous efforts of Foreign Minister Marcelo Luis Ebrard Casaubón to contain the outbursts and jokes of his boss — such as putting on hold Mexico’s relationship with Spain, which he finally smoothed over with Spanish companies, and AMLO's accusing U.S. Secretary of State Antony Blinken of interference for calling for the protection of the lives of Mexican journalists.

And if Mexico is also in the middle of the political-electoral battle of 2022 — the midterm elections for Congress — as well as the 2024 presidential election, our immediate future with the United States fails to look promising.

Acrimony in politics, disagreements in security, neglect of the topic of migration, total abandonment of trade, absolute blindness to ecology and the protection of the environment, as well as a frankly hostile and clumsy tone from the Mexican presidency — all paint a very complex picture. Add to that the enormous folly of not condemning the Russian invasion. And then to top it off — and to Mexico's disgrace — a group of deputies from the Cold War of the 1960s set up a Mexican-Russian friendship group.

The action taken by Abbott in Texas is uncomfortable, annoying and costly for drivers, and is more in line with U.S. domestic politics. But it adds to the somber, negative context of distrust between the two governments.


Texas y los camiones

La medida tomada por el gobernador Abbott en Texas ha causado pérdidas por unos 45 mdd a transportistas mexicanos y empresas binacionales en muy pocos días.

La medida dictada hace una semana por el gobierno del estado de Texas ha causado ya una pérdida aproximada de 45 millones de dólares a transportistas mexicanos y empresas binacionales en muy pocos días.

La instrucción fue detener y revisar la mayor cantidad de transportes de carga que cruzan la frontera entre México y Texas. El propósito, detener migrantes ocultos en los extensos camiones de una y dos cajas –contenedores de carga– que cruzan a territorio estadounidense.

Podría parecer una medida aislada del gobernador Greg Abbott que quiere posicionarse frente a sus electores y frente al Partido Republicano con miras a las próximas elecciones.

Y hasta ahí, estaría todo en el marco de la lógica política republicana antiinmigrante, con fuertes vínculos aún con el expresidente Donald Trump. Pero lo cierto es que el contexto es más complejo.

La relación México-Estados Unidos se ha venido complicando en los últimos meses. Tensiones crecientes aparecen en el terreno binacional, en buena medida por la cerrazón, terquedad y torpeza política del presidente mexicano.

Como nunca antes, funcionarios de alto nivel de Washington han visitado México los últimos 14 meses. Con la llegada al poder de Joe Biden y el firme propósito de construir una relación sólida, de aliados, dialogante y productiva, el presidente estadounidense ha enviado a siete colaboradores cercanos, integrantes de su gabinete. Desde el secretario Mayorkas, de Seguridad Interna, consejeros de comercio, seguridad nacional, embajador especial para el Medio Ambiente y hasta la vicepresidenta Kamala Harris.

López Obrador juega a los espejos: te veo, y no te veo, y lo que ves es mi reflejo.

Con extremo desconocimiento ha desestimado las visitas, los mensajes y las invitaciones continuas al diálogo, la colaboración y el entendimiento.

Recordemos que el TMEC (tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá) fue negociado por la administración anterior de Enrique Peña Nieto. Ante los desplantes de Trump por ‘rebalancear’ el comercio binacional, lanzó una ofensiva para reconstruir el acuerdo. No vino mal, considerando los más de 25 años de vigencia del anterior (TLCAN). El equipo profesional del gobierno mexicano encabezado por Ildefonso Guajardo, entonces secretario de Comercio, con el grueso de expertos, internacionalistas y profesionales en sus áreas, logró, a pesar de las asperezas, un buen acuerdo.

El gobierno de AMLO envió a Jesús Seade como observador acompañante del equipo negociador, con la clara instrucción de proteger y resguardar el tema energético y petrolero, especialmente.

Hoy, con dos años de pandemia y derrumbe comercial de por medio, tenemos graves riesgos en nuestra relación: la industria automovilística enfrenta el tema de la carestía de chips para las computadoras de los autos; el ‘subsidio’ americano a automóviles híbridos y eléctricos en los siguientes años nos coloca en desventaja; hay sanciones al aguacate en lo agrícola; hay serios problemas en materia de seguridad, violencia y narcotráfico que este gobierno ha preferido no atender.

Si a eso sumamos la cascada de demandas en tribunales norteamericanos por los cambios en la industria eléctrica que afectan unos 10 mil millones de dólares de inversión estadounidense en nuestro país, el escenario se enturbia.

A pesar de los denodados esfuerzos del canciller Ebrard por contener los arrebatos y ocurrencias de su jefe –como poner en suspenso la relación con España, que finalmente corrigió a las empresas españolas, o de acusar de injerencista el llamado del secretario de Estado Blinken para proteger la vida de periodistas mexicanos, que AMLO acusó de injerencista– en Washington la buena disposición hacia México está a punto de desmoronarse.

Y si además quedamos en medio de la batalla polític1o-electoral rumbo a 2022 –renovación del Congreso– y la de 2024 con elecciones presidenciales, nuestro futuro inmediato con Estados Unidos no promete buenos tiempos.

Asperezas en lo político, desencuentros en seguridad, desatención en materia migratoria, total abandono en comercio, ceguera absoluta en ecología y protección al medioambiente, además de un tono francamente hostil y torpe desde la presidencia mexicana, pintan un escenario muy complejo.

Agregue usted el enorme desatino de no condenar la invasión de Rusia, y para colmo y desgracia de México, un grupo de diputados provenientes de la década de los 60 y la Guerra Fría instaló un Grupo de Amistad México-Rusia.

La medida tomada por el gobernador Abbott en Texas es incómoda, molesta, costosa para los transportistas, y se inscribe más en la política interna de EU. Pero se suma a un contexto sombrío, negativo y de desconfianza entre ambos gobiernos.
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