Al parecer la democracia es siempre frágil aún en países en donde se asume que se trata de un sistema consolidado. No parece un fenómeno nuevo, pero recientemente parecería que la agresión militar de Rusia a Ucrania ha hecho proponer a varios especialistas que en el fondo es la democracia la que está en peligro, al tratarse en realidad de una disputa entre autoritarismo y democracia. No parece del todo convincente dado los intereses geopolíticos que puede apreciarse están en juego en ese tablero.
Más allá de lo condenable de la invasión y del berenjenal en el que se encuentra a 4 meses de iniciada la situación, lo cierto es que existía un claro interés de la comunidad investigadora -mucho antes del conflicto- por explicar y documentar el autoritarismo y sus tendencias observables en los regímenes de Rusia, China, Turquía y otros países que a ojos de esos expertos constituyen potenciales regresiones del avance democrático en el mundo. Aunque es debatible, puede sugerirse que en realidad nunca esos países se han caracterizado por poseer regímenes democráticos, y no solamente durante el periodo del comunismo real imperante con distintas temporalidades y orientaciones en los casos chino y ruso, pero aún antes y después de sus revoluciones proletarias. En el caso turco, su proceso de modernización ha pasado por otros derroteros, más bien relacionados con su pasado otomano de siglos hasta el colapso del imperio a principios del siglo XX, con el fin de la primera guerra mundial.
En el presente damos por sentado que las cosas son como son y que no pudieron haber sido de otra manera. Se suele olvidar que la construcción de la democracia tiene que ver con procesos históricos, de decantación larga y contradictoria, y en muchos casos con avances y retrocesos inciertos, que bien pudieron haber sugerido en su momento que el autoritarismo era en realidad era la tendencia que prevalecería en el tiempo. Solamente hasta la llegada de Tocqueville es el análisis de la historia política moderna viene a ser caracterizada como una lucha permanente por la igualdad. Paradójicamente, algunos de los casos más dramáticos contemporáneamente, al menos durante el periodo de entreguerras mundiales, se remonta a la debacle de los sistemas democráticos alemán, español e italiano en la primera mitad de la centuria pasada frente al avasallante desarrollo del fascismo y el totalitarismo en esos países en donde la democracia prácticamente se extinguió.
Aún antes, en pleno siglo XIX, no era claro para los estudiosos de la política y la historia, que ese sistema pudiera funcionar, por ejemplo, en países europeos -que en la actualidad consideramos democracias sólidas- ya fuera por cuestiones de leyes, geografía e incluso condiciones climáticas que hacían más o menos propicio un determinado entorno para el florecimiento o no de la democracia.
En 1831, Alexis de Tocqueville y Gustave de Beaumont, preocupados por el futuro de Francia y con ganas de alejarse del caos de su país, deciden viajar a Estados Unidos con el pretexto de estudiar su sistema penitenciario, aunque en realidad lo que les animaba era otra cosa más esencial: entender el funcionamiento del régimen democrático estadounidense del que se tenía una idea algo ingenua de que las cosas funcionaban mejor en términos de su sistema político en comparación con otros, puntualmente el francés, esencialmente porque se trataba de europeos emigrados que habían dejado atrás el lastre de su pasado de revoluciones y contrarrevoluciones, de absolutismos, monarquías y revueltas. De regreso de su viaje pocos años después, acabarían escribiendo libros por separado. Beaumont más interesado en el tema de la esclavitud, escribió una novela crítica sobre la brutalidad del racismo en ese país. Tocqueville por el contrario, se abocó a escribir lo que cabrá siendo un tratado sobre la democracia en América, y propone, en efecto, que la historia moderna se caracteriza por una lucha permanente entre la libertad política y la igualdad social, poniendo a Estados Unidos como un país que había conseguido un equilibrio adecuado entre estas dos concepciones. Por cierto que en algún momento de su análisis, descarta la idea de que el buen funcionamiento de la democracia estadounidense obedeciera a una cuestión meramente de leyes. Y hace notar, para ejemplificar tal aseveración, que por aquellas fechas México ya había copiado la constitución estadounidense, la había traducido al español y la había adoptado como suya, sin que se pudiera en que existía una democracia mexicana.
Menos llamativo en esta perspectiva internacional sobre las tensiones entre democracia y autoritarismo, son las tendencias que han venido ocurriendo en las democracias consolidadas en Europa y en Estados Unidos, por citar los paradigmas democráticos modernos. Especialmente interesante es el proceso que se sigue en el congreso norteamericano para intentar esclarecer los sucesos de enero de 2021 y la toma del Capitolio, tras las elecciones presidenciales de noviembre de 2020, cuyos resultados los seguidores de Trump se negaron a aceptar. ¿La democracia en riesgo?
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