Slogans against the US-Mexico-Canada Treaty

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¿Querrá el Presidente de México salirse del tratado de libre comercio con América del Norte?

¿Será ése el último eslabón que busca en su querella con el capítulo energético del T-MEC?

¿O su retórica al respecto es sólo una manera de subirle las apuestas a sus socios, para que dejen de exigir que México cumpla con lo que su gobierno firmó en el T-MEC?

Al final de mis vacaciones periodísticas de estos días, me llamó un amigo para preguntar, entre burlas y veras, si el discurso sobre el T-MEC anunciado por el Presidente para el 16 de septiembre, día de la Independencia, no iría a ser la versión cuatrotera de aquella Declaración de la Habana de Fidel Castro, en 1960, donde rompió con Estados Unidos y se echó en brazos de los cohetes de la URSS, a nombre de la independencia de la isla.

Yo gozaba mis vacaciones, leía La guerra y la paz y estaba en ese modo imaginativo donde todo puede suceder, así que me entretuve con la idea.

Me pregunté si realmente el discurso anunciado para el 16 de septiembre tendría una incandescencia equivalente a la del catastrófico lema de independencia cubana: Patria o Muerte. Venceremos.

Pensé que no sería tanto, que el discurso mexicano podría llegar si acaso a un lema tipo: “Pemex o T-MEC. Venceremos”, siendo aquí patriotas los partidarios de Pemex y traidores los simpatizantes del T-MEC.

Busqué otro tumbo: “Soberanía o T-MEC. Venceremos”. Pero me pareció larga la palabra Soberanía y poca cosa, como sigla adversaria, la palabra T-MEC .

Entonces discurrí: “Soberanía o neoliberalismo. Venceremos”. Me parecieron largas las dos palabras, competían entre sí, se anulaban.

Busqué palabras cortas: “Patria o T-MEC. Venceremos”.

Por ahí, pensé. Pero, ¿“T-MEC”? ¿Qué es “T-MEC”? T-MEC no es nada: sigla y jerga tecnocrática.

Resbalé hacia la geografía: “México o Norteamérica. Venceremos”. Me sonó flojo.

Resbalé otro poco: “México o Estados Unidos: Venceremos”. Flojo también.

Y llegué a esto, histórico y popular: “Patria o Gringos. Venceremos”.

Seguí con Tolstói.

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