The followers of this creed misuse theology to justify the sexism and racism they defend, which poses a real threat to a democratic and pluralist society.
Christian nationalism, the belief that the United States is exclusively defined by a white Christianity, has become quite a creed for Donald Trump’s fanatic supporters.
It is no coincidence that inside the mob that attacked the Capitol on Jan. 6, 2021 to forcefully keep its defeated president in the White House, you could find many T-shirts bearing crosses and Christian slogans and symbols. CNN recently reported that Christian nationalists misuse theology in order to justify the sexism and racism they defend, which poses a real threat to a democratic and pluralist society.
One of the rising stars of Trumpism, Georgia Rep. Marjorie Taylor Greene, did not mince words at a young Republicans’ summit recently in Tampa, Florida: “We should be Christian nationalists.” And Florida Gov. Ron DeSantis — who is rumored to have presidential ambitions — in turn urged the young people there to “put on the full armor of God, take a stand against the left’s schemes." Trump himself said something similar at the same place: “(W)e are Americans, and Americans kneel to God, and God alone."
Those who defend Christian nationalism believe that only those chosen by God, all of them white, of course, must control the political process of the “indispensable nation,” as Madeleine Albright once described it. Hence there are the attempts by Republicans in different states — under the pretense of preventing voter fraud, as they claim happened last time — to drastically limit voting rights and obstruct the vote of racial minorities.
Twenty percent of white Americans — that is, some 30 million citizens — embrace that heavily discriminatory and anti-democratic Christianity. Meanwhile, there are growing indications that Trump is determined to get revenge on Democrat Joe Biden, certain as he is that the Democrats stole the White House from him last time around.
And in the event he succeeds, he is preparing, among other things, a bloodbath in the public sector, reinstating an executive order he signed just a few days before losing the White House and that was rescinded by Biden. It is the order known as Schedule F, which would allow him to arbitrarily fire tens of thousands of federal employees, many more than the usual number who lose their jobs every time there is a change of government, in order to replace them with people he trusts completely.
Trump intends to make those changes across all departments, but above all, in the most important ones, such as the State Department, Justice Department, Defense Department, the Environmental Protection Agency and the Internal Revenue Service.
If the God of all Christians — but not the one Trump and his supporters are always invoking — does not fix things, the country and the world may as well get ready.
El nacionalismo cristiano blanco define a la América de Donald Trump
Los seguidores de este credo abusan de la teología para justificar el sexismo y el racismo que defienden y que representa un peligro real para una sociedad democrática y pluralista
El nacionalismo cristiano, la creencia de que a Estados Unidos lo define exclusivamente el cristianismo de la raza blanca, se ha convertido en todo un credo de los seguidores fanáticos de Donald Trump.
No es casual que en la turba que asaltó el Capitolio el 6 de enero de 2021 para forzar el que su derrotado presidente siguiera en la Casa Blanca, se vieran muchas camisetas con cruces y leyendas y símbolos cristianos. Según un reciente reportaje de la emisora CNN, los nacionalistas cristianos abusan de la teología para justificar el sexismo y el racismo que defienden y que representa un peligro real para una sociedad democrática y pluralista.
Una de las nuevas promesas del trumpismo, la representante Marjorie Taylor Greene, de Georgia, no se anduvo con tapujos en la reunión de jóvenes republicanos celebrada recientemente en Tampa (Florida): “Debemos ser todos nacionalistas cristianos”. Y el gobernador de ese estado, Ron De Santis, a quien se atribuyen ambiciones presidenciales, instó a su vez en el mismo foro a los jóvenes a “ponerse la armadura de Dios para combatir las ideas progresistas”. Algo parecido afirmó allí el propio Donald Trump: “Somos americanos y los americanos tan solo nos arrodillamos ante Dios y solo ante Dios”.
Quienes defienden el nacionalismo cristiano creen que únicamente los elegidos por Dios –todos ellos, por supuesto, blancos- deben controlar el proceso político de “la nación indispensable”, como la calificó un día la secretaria de Estado Madeleine Albright. De ahí los intentos que los republicanos han llevado a cabo en distintos estados de la Unión para, con el pretexto de impedir el fraude electoral como el que dicen que ocurrió la vez pasada, limitar fuertemente el derecho de sufragio y obstaculizar el voto de las minorías étnicas.
Un 20% de los estadounidenses blancos, es decir unos treinta millones de ciudadanos, abrazan ese cristianismo fuertemente discriminatorio y antidemocrático. Mientras tanto hay cada vez más indicios de que, convencido de que los demócratas le robaron la última vez la Casa Blanca, Trump está decidido a tomarse la revancha frente al demócrata Joe Biden. Lo volvió a insinuar esta semana en Washington.
Y en caso de conseguirlo, prepara, entre otras cosas, una escabechina en la función pública, restituyendo una orden ejecutiva que firmó solo unos días antes de perder la Casa Blanca y que luego anuló su sucesor, el demócrata Joe Biden. Se trata del decreto conocido en inglés como 'Schedule F', que le permitiría despedir arbitrariamente a decenas de miles de empleados públicos -muchos más de los que suelen perder sus puestos cada vez que cambia el Gobierno- para sustituirlos por personas de su entera confianza.
Trump pretende hacer esos cambios en todos los ministerios, pero sobre todo en los más importantes, como el Departamento de Estado, el de Justicia, el Pentágono, la Agencia para la Protección del Medio Ambiente o la Administración Tributaria.
Si el Dios de todos los cristianos, y no ese al que él y sus partidarios siempre apelan, no lo remedia, el país y el mundo pueden irse preparando.
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