Discord, ¿la estupidez elevada a la máxima potencia?
La filtración de documentos clasificados que ha llevado a la detención de Jack Teixeira ha levantado una inmediata oleada de conjeturas sobre la motivación que ha impulsado a su autor, la importancia del material que ahora circula por doquier y el funcionamiento de los servicios de inteligencia estadounidenses.
En principio, cabría especular con que Teixeira estaba tratando de emular a activistas tan concienciados sobre la necesidad de parar los pies a los estados en su afán de entrometerse en la vida de sus ciudadanos como Julian Assange y Edward Snowden, arriesgándose a sufrir las mismas consecuencias por sacar a la luz secretos que dejan malparado a Estados Unidos. Pero, al menos por lo que de momento sabemos, más bien parece que este joven técnico informático, enrolado desde hace cuatro años en la Guardia Nacional de Massachusetts, tan solo pretendía presumir ante sus colegas del grupo Discord. Eso explicaría el batiburrillo de temas difundidos, sin ningún criterio definido, sin más pretensión que darles a conocer todo lo que pasaba por sus manos, desde imágenes del globo chino que sobrevoló recientemente el espacio aéreo estadounidense hasta noticias sobre Ucrania, Corea del Sur o Egipto.
Por lo que respecta al material difundido, el propio Joe Biden se ha apresurado a asegurar que se trata de información anticuada y nada relevante. Es cierto que no hay ninguna sorpresa en el retrato que se transmite nuevamente de un EEUU que espía a sus propios aliados, en la presencia de unidades de operaciones especiales de países de la OTAN en suelo ucraniano, en reconocer las dificultades de Kiev para desencadenar la ofensiva que busca desbaratar la invasión rusa o incluso en el apunte sobre el grupo mercenario Wagner tratando de lograr munición de Turquía, y sobre los planes de Egipto para transferir cohetes a Rusia. No hay nada, en definitiva, que vaya a cambiar la dinámica bélica en Ucrania, sean cuales sean las bajas militares reconocidas en esos documentos, los problemas de munición artillera que pueda tener Kiev o los datos sobre las nuevas brigadas equipadas con material de la OTAN encargadas previsiblemente de protagonizar la citada ofensiva.
Mucho más serio parece el efecto provocado por las filtraciones en el sistema de inteligencia estadounidense, empezando por la pregunta sobre cómo es posible que un técnico de bajo nivel de una unidad que previsiblemente nunca va a tener que intervenir fuera de Massachusetts tenga acceso a información de tan alto nivel. Se estima que hay más de 1,3 millones de estadounidenses habilitados para manejar información clasificada, pero, más allá de discutir sobre si son muchos o pocos, queda la sensación de un claro error sobre los criterios para otorgar esa competencia. Lo mismo cabe decir de los mecanismos para controlar lo que circula por las redes, puesto que nadie parece haber detectado la actividad delictiva que Teixeira llevaba realizando desde hace meses ni su difusión hasta hace muy poco. Todo ello demostrando que los escándalos acumulados desde Wikileaks (hace 13 años) no parecen haber servido para mejorar en ninguno de esos ámbitos.
De todas maneras, a la espera de comprobar si lo ocurrido es el producto de una estupidez que le puede costar a su responsable una larga condena, el cúmulo de instrumentos al servicio de la desinformación y la manipulación obliga a no descartar la posibilidad de que estemos ante una rocambolesca operación de contaminación informativa con fines que todavía se nos escapan. Veremos.
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