Igual de importantes que las luces en la carrera de Kissinger fueron sus sombras. Y si bien ayudó a estabilizar las relaciones internacionales, desoyó consideraciones éticas y morales cuando hizo falta.
Henry Kissinger, una de las figuras más controvertidas en la historia reciente de los Estados Unidos, celebra hoy su centenario. A pesar de estar mermado físicamente, la mente del “diplomático del siglo” no parece mostrar signos de deterioro. Continúa dando entrevistas en los medios más reputados del mundo y asesorando a líderes de talla mundial, al igual que mantiene sus proeza editorial. El año pasado, publicó Liderazgo: seis estudios sobre estrategia mundial, un libro en el que reflexiona sobre la vida de seis mandatarios que conoció de cerca y que – como la mayoría de lo que escribe – figura en casi todas las listas de best-sellers.
El ex Secretario de Estado llega a sus 100 años preciándose de ser la persona con vida más longeva en haber sido miembro de un gabinete de los Estados Unidos. Por tanto, hablar de su vida no se limita únicamente a abordar su propio legado personal, sino que también sirve como testimonio vivo de lo que ha dejado toda una generación de diplomáticos del país más poderoso del mundo, que con sus decisiones moldearon el orden mundial durante décadas.
Kissinger nació el 27 de mayo de 1923 en Fürth, Alemania, en el seno de una familia de origen judío. Llegó a los Estados Unidos como refugiado, huyendo de la Alemania nazi, en el año 1938. Ya asentado en el que sería su país por el resto de su vida, Kissinger obtuvo un doctorado en ciencias políticas en la Universidad de Harvard y comenzó su carrera académica como profesor en la misma prestigiosa institución. En 1969, fue nombrado Asesor de Seguridad Nacional por el presidente Richard Nixon y, posteriormente, se convirtió en Secretario de Estado en 1973, sirviendo en ambos cargos hasta 1977.
Durante sus años de mayor influencia, Kissinger desempeñó un papel clave en la política exterior de Estados Unidos. Fue uno de los arquitectos de la política de distensión con la Unión Soviética y ayudó a establecer relaciones diplomáticas con China, una movida vista como audaz en aquel momento. Además, tuvo un papel destacado en la gestión de la crisis de la Guerra de Yom Kippur y en las negociaciones de paz de Vietnam. Como reconocimiento a esta última labor, fue galardonado posteriormente con el Premio Nobel de la Paz, uno de los premios más controvertidos que la Academia Sueca haya otorgado jamás.
Sin embargo, igual de importantes que las luces en la carrera de Kissinger fueron sus sombras. El exdiplomático ha sido duramente criticado por su papel en los bombardeos en Camboya durante la Guerra de Vietnam, así como por su respaldo a Pakistán en la guerra de liberación de Bangladés y su apoyo a regímenes autoritarios y violaciones de derechos humanos en países como Chile y Argentina, convirtiéndolo en uno de los grandes villanos para muchos movimientos políticos en América Latina y otras regiones del mundo.
“Henry Kissinger es una de las peores personas que jamás haya ejercido una influencia positiva en el mundo”, sintetizó alguna vez el periodista Nicholas Thompson reflexionando sobre su legado. Esa frase resume su rol como promotor de la realpolitik durante el siglo XX: un enfoque diplomático que priorizó los intereses estratégicos de los Estados Unidos sobre consideraciones éticas y morales, que tuvo como prioridad mantener su hegemonía y que, en el camino, consiguió estabilizar las relaciones internacionales del resto del mundo. En palabras del mismo Kissinger: “Estados Unidos no tiene amigos ni enemigos permanentes, sólo intereses”.
Su enfoque tuvo resultados contundentes para la estabilidad del mundo, como el hecho de evitar una confrontación directa en medio de una amenaza nuclear durante la Guerra Fría. Sin embargo, ¿cómo justificar el hecho de que permitió dictaduras abusivas desde Chile hasta Timor Oriental?
Con el agudo punto de vista de Kissinger, y su pragmatismo irreductible, el mundo no consiguió ser más democrático, pero sí más estable. En momentos en los que las tensiones comerciales, tecnológicas y geopolíticas entre China y Estados Unidos están escalando; cuando se cierne sobre el panorama mundial una amenaza de volatilidad similar a la vivida durante la Guerra Fría, dilemas como los que expone el legado de Kissinger volverán a aparecer dentro de la política exterior americana.
“¿Es posible que China y Estados Unidos coexistan sin la amenaza de una guerra total entre ellos? Pensé y sigo pensando que sí lo es”, afirmó Kissinger recientemente en una conversación con The Economist. Aunque seguro no le quedan otros 100 años más, ojalá sí le toquen los suficientes como para ver que su predicción se hace realidad.
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