The Supreme Court’s conservative majority eliminates affirmative action for minorities in private college admissions
The United States Supreme Court has declared race-conscious affirmative action — which ensures greater diversity in the country’s most elite private colleges — unconstitutional. In Thursday’s ruling, supported by a six-justice conservative majority, the court twisted the constitutional arguments justifying the race-based selection of candidates into a form of discrimination, by asserting that the practice itself is discriminatory. The three justices in the progressive minority — a Black woman and a Latina woman among them — issued resounding dissenting opinions.
The ruling resolves two lawsuits against Harvard and North Carolina universities. According to the universities’ application process, once a student meets all the admission criteria, race is taken into account to grant them a spot. Black and Latino communities are most likely to benefit from these types of programs, which have a dual objective. They help correct the chronic social inequality derived from the racial discrimination ingrained in U.S. history. They also benefit universities themselves by introducing more diversity to the student body and faculty and, in the longer term, to the companies and institutions that benefit from them.
This decision echoes the dynamics and context in which the Supreme Court erased abortion rights protections at the federal level. As a result, half of the country’s women today have fewer rights than their mothers did, depending on where they live. Affirmative action has been a central issue for the conservative right over the last half century, and has found in the current composition of the Supreme Court a group of justices who are willing to reverse the court’s own precedent to erase social progress at the cost of undermining the institution’s moral authority. “This is not a normal court,” President Joe Biden said. No, it is not. And it is worth remembering that this conservative majority is a product of Republican chicanery that is incongruent with what Americans have voted for in the last two decades.
Affirmative action is rooted in the heinous history of oppression against Black people that has shaped the United States since it was founded. The ruling intends to erase that history and assert that, after the end of slavery and segregation laws, racism no longer exists. This negates the reality of an “endemically segregated” country, as expressed by Justice Sonia Sotomayor — who is of Hispanic descent — in her dissenting opinion.
Progress in matters of equality in our society may give us a false sense of inevitability. Laws correct and prevent injustice, and every law is reversible through the same democratic process that made it possible. We must interpret the existing reactionary current in the U.S. Supreme Court as a warning that there is a path leading back to the past, that the path begins at the ballot box, and that when somebody vows to eliminate certain rights and is given the power to do so, they generally do.
Otra regresión de derechos
La mayoría conservadora del Tribunal Supremo elimina la discriminación positiva para minorías en el acceso a las universidades privadas
El Tribunal Supremo de Estados Unidos ha declarado inconstitucional la discriminación positiva por raza para garantizar mayor diversidad en las universidades privadas más elitistas del país. En una sentencia publicada este jueves y apoyada por los seis magistrados de la mayoría conservadora, la corte retuerce los argumentos constitucionales que justificaban elegir candidatos en función de su raza para corregir la discriminación afirmando que esa práctica es en sí misma discriminatoria. Los tres magistrados de la minoría progresista, entre ellos una mujer negra y otra latina, emitieron contundentes votos particulares.
La sentencia resuelve sendas denuncias contra la Universidad de Harvard y la de Carolina del Norte. En sus protocolos de admisión, una vez que el alumno cumple todos los criterios para ser admitido, se tiene en cuenta su raza para darle una plaza. Negros y latinos son las comunidades más beneficiadas por este tipo de programas, que tienen un doble objetivo. No solamente ayudan a corregir la desigualdad social crónica que arrastran por una discriminación racial enraizada en la historia de EE UU, sino que benefician a las propias universidades al aportar una mayor diversidad a su alumnado, a su profesorado y, a la larga, a las empresas e instituciones que se nutren de él.
Se ha repetido la dinámica y el contexto en el que el Supremo eliminó la protección del derecho al aborto a nivel federal. La consecuencia es que hoy las mujeres de la mitad del país tienen menos derechos de los que tuvieron sus madres, dependiendo de donde vivan. La discriminación positiva es otro caballo de batalla de la derecha conservadora en el último medio siglo, y finalmente ha encontrado en la actual composición del Supremo unos magistrados dispuestos a revertir su propia jurisprudencia para eliminar avances sociales a costa de debilitar la autoridad moral de la institución. “Este no es un Supremo normal”, dijo el presidente Joe Biden. No lo es. Y hay que recordar que esta mayoría conservadora es producto de la marrullería política republicana y no responde a lo que han votado los norteamericanos estas últimas dos décadas.
La discriminación positiva está arraigada en la monstruosa historia de opresión contra los negros que ha marcado a Estados Unidos desde su fundación. La sentencia pretende borrar esa historia y afirmar que tras el fin de la esclavitud y las leyes de segregación el racismo ya no existe. Es negar la realidad de un país donde la segregación es “endémica”, como dijo en su voto particular de disenso la magistrada de origen hispano Sonia Sotomayor.
Los avances en igualdad en nuestras sociedades pueden dar una falsa sensación de inevitabilidad. La injusticia se corrige y se previene con leyes, y todas las leyes son reversibles a través de la misma democracia que las logró. La actual deriva reaccionaria del Tribunal Supremo de EE UU debe servir como aviso de que existe un camino de vuelta al pasado, que ese camino se toma por las urnas, y que cuando alguien promete eliminar derechos y se le da el poder para hacerlo, normalmente lo hace.
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