A cien días de bombardeos indiscriminados, Gaza ha sido prácticamente reducida a escombros, pero Israel no consiguió liquidar el movimiento palestino Hamás y, por el contrario, encara un juicio sin precedentes por genocidio ante la Corte Internacional de Justicia.
El Gobierno del presidente Joseph Biden tampoco ha logrado alcanzar los objetivos básicos de su política de complicidad absoluta y activo apoyo con logística, información y armamentos, a un costo de miles de millones de dólares.
Y fue el propio primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien el sábado último le dijo al secretario de Estado, Antony Blinken, que la brutal campaña en Gaza que ha asesinado a más de 24 000 palestinos, causado heridas y mutilado a cerca de 61 000, no es solo una guerra israelí, sino también estadounidense.
«La guerra ha destruido la credibilidad de Estados Unidos en el exterior» escribió Chas Freeman, ex embajador de EE. UU. en Arabia Saudita, citado por Al Jazeera. Y eso se ve a las claras. En Europa, Asia y en los propios Estados Unidos se han registrado multitudinarias protestas contra la masacre israelí y en apoyo al pueblo palestino.
Varios gobiernos retiraron embajadores y hasta rompieron relaciones con Israel. Washington se vio aislado en la última votación del Consejo de Seguridad que abordó la crisis humanitaria. El secretario general de la ONU, António Guterres, ya no encuentra palabras para calificar la tragedia, tanto como la Organización Mundial de la Salud, que pronostica hambruna, epidemias y muertes por las pésimas condiciones existentes en Gaza.
«Esta no es solo nuestra guerra, también es la suya. Esta es la guerra de los hijos de la luz contra los hijos de la oscuridad», dijo Netanyahu a Blinken utilizando una siniestra imagen, que solo deja espacio para comparar la estela de muerte de su campaña en Gaza con algún rayo mortal de la alta tecnología criminal de la industria de guerra norteamericana.
Según un comunicado emitido por la oficina del Premier sionista, «esta es una guerra contra el eje del mal liderado por Irán y sus tres representantes: Hezbolá, Hamás y los hutíes».
Y eso sí es mucho más grave que todo lo sucedido hasta ahora, porque Netanyahu parece convencido de que Biden admitirá una extensión del conflicto a Líbano, a Yemen, (como ya está ocurriendo) y, eventualmente, a Irán. Siria e Irak, de hecho, también han recibido costosos impactos tanto de la aviación israelí como de la artillería estadounidense.
Netanyahu también desafió una vez más a la comunidad internacional representada en la Corte de La Haya, que juzgará si las pruebas presentadas por Sudáfrica respaldan una sentencia contra Israel por genocidio.
«Nadie nos detendrá, ni La Haya, ni el eje del mal, ni nadie más», afirmó. El fallo sobre genocidio puede demorar, pero ante la abundancia de indicios la Corte puede ordenar, de manera preliminar, el cese inmediato de las operaciones militares de Israel.
Ni siquiera en Israel, por lo menos el sector más sensato y menos fanático, se tragó los argumentos de la defensa sionista. Como señaló una columna de opinión del influyente diario Haaretz, «supongamos que la posición de Israel en La Haya es correcta y justa y que Israel no cometió ningún genocidio ni nada parecido. ¿Entonces qué es esto? ¿Cómo llama usted a la matanza en masa?»
Envuelto cada vez más en la campaña electoral, Biden necesita sin mucha más dilación un plan de salida de la guerra, un acuerdo que le permita salvar la cara a Israel y descarte la aspiración de los sectores más extremistas de expulsar a los palestinos fuera de Gaza, vaciar la Franja y reocuparla de nuevo con colonias judías.
Según Al Jazeera, Washington quiere una Autoridad Palestina (AP) «revitalizada» que se haga cargo de Gaza. La Autoridad Palestina ha condicionado su regreso al enclave asediado a la creación de un Estado palestino independiente que comprenda Gaza, la ocupada Cisjordania y Jerusalén Este, y estaría abierta a un Gobierno de unidad nacional.
Netanyahu se opone a esas propuestas que son la señal más clara de su fracaso, cualquier salida aceptable para los palestinos y el entorno árabe incluye la creación, de una vez por todas, de un Estado palestino independiente. Y de hecho, Hamás tampoco será desaparecido.
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