A Necessary Rapprochement

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El senador republicano John Kennedy lo puso recientemente en una pregunta “¿(AMLO) es amigo de Estados Unidos?”

WASHINGTON. Entre si son peras o manzanas, algunos especialistas estadounidenses en México esperan que la próxima Presidenta inicie nuevos acercamientos con Washington tan pronto sea electa.

De acuerdo con esa visión, es una tarea importante, sobre todo para reencarrilar las relaciones y rebasar una etapa en la que se han dado declaraciones tan impredecibles que se convirtieron en desafío.

Tanto el presidente Andrés Manuel López Obrador como el expresidente y ahora candidato presidencial republicano, Donald Trump y algunos de sus aliados, han sido protagónicos en ese sentido.

Formalmente, las relaciones bilaterales son buenas. Hay cooperación de seguridad, hay diálogo en términos comerciales, hay un entendimiento tradicional de encapsular temas conflictivos para evitar la contaminación del resto de la agenda.

Pero también, desde el punto de vista estadounidense, “podrían ser mejores”. Es probable que del lado mexicano haya también ese sentimiento, sobre la base de quejas propias.

En Washington, de hecho, a niveles de burocracia, de centros de análisis, de corredores de Congreso se considera que la relación no está tan bien como parece y necesita un relanzamiento en varios terrenos.

Hay en Washington una dicotomía de pensamientos hacia el gobierno de México. “Necesitamos su colaboración”, dijo hace poco Merrick Garland, Procurador General de Estados Unidos, pero el propio Garland considera que podría ser mejor, tanto en lo que se refiere al control de migración como el narcotráfico.

Pero el alegato de necesidad de colaboración es lo que prevalece, de acuerdo con Maureen Meyer, del Washington Office on Latin America (WOLA).

Parte del problema ciertamente es que migración y drogas son temas que llevan décadas en la agenda bilateral y resumidos en lo que aquí se ve como crisis en la frontera, se han convertido en muy importantes en Estados Unidos en campaña electoral.

Pero parte también es que algunas de las declaraciones y las propuestas del presidente López Obrador crean aquí muchas dudas.

El senador republicano John Kennedy lo puso recientemente en una pregunta “¿(AMLO) es amigo de Estados Unidos?”

Paralelamente, sin embargo, el gobierno mexicano ha aceptado muchas políticas impulsadas por Estados Unidos, especialmente en lo que se refiere a detener a caravanas de migrantes procedentes de Centroamérica y varias deportaciones de jefes narcotraficantes.

Pero igualmente hay quejas sobre temas comerciales que implican irritantes, como las divergencias en cuanto a energía y maíz transgénico, pero especialmente en lo que se refiere a que México permite que empresas chinas lo usen como conducto para circunvenir prohibiciones relativas a la importación de acero.

Y si a ello se agrega que hay dudas sobre la infraestructura y la capacidad de México para recibir y aprovechar adecuadamente la inversión contemplada en el “nearshoring”, la reubicación de industrias ante establecidas en China, la necesidad de trabajar en el restablecimiento de vínculos de confianza se hace más importante.

Y no se trata de ideologías. Se trata de pragmatismo económico y realidad geopolítica.

El hecho, en todo caso, es que hay suficientes pendientes y malentendidos como para que la próxima persona ocupante de la silla presidencial en México pueda sentirse compelida a hacer de Washington una escala urgente tan pronto sea electa.

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