Donde la política se hace a base de imágenes y la ficción se torna en realidad, las campañas electorales son comparadas a veces con un circo
En El Hombre que mató a Liberty Valance, una de las mejores películas “del oeste” de todos los tiempos, una lapidaria frase resume la historia: “cuando la leyenda se convierte en hecho, ¡imprime la leyenda!”.
En un país donde la política se hace a base de imágenes y la ficción se torna en realidad, las campañas electorales son comparadas a veces con un circo y las leyendas se convierten en hechos.
Es el mundo de la fantasía, dice el escritor Kurt Andersen (Fantasyland).
Pero es un circo con consecuencias y pocos aspirantes parecen haberlo entendido mejor que Donald Trump, que desde sus tiempos como empresario de bienes raíces ha convertido lo que pasa a su alrededor, en un show para enaltecer su imagen, no importa que tan negativo pueda parecer.
“Es P.T. Barnum”, indicó en algún momento uno de sus propios familiares. La comparación no es gratuita: Barnum fue un empresario circense de principios del siglo XIX, el primer millonario basado en la industria del entretenimiento, y uno conocido como El príncipe de los timadores. Y el autor de la frase “que hablen bien o mal de mí, pero que hablen”.
Que la prestigiosa periodista Maggie Haberman haya elegido ese adjetivo, timador, para titular la biografía de Trump no parece accidente.
Cada hecho, bueno o malo, alrededor del magnate parece contribuir a su figura, al menos ante el núcleo de sus votantes, señaló Andersen.
Y Trump, que ya ganó la Presidencia en 2016 con base en promesas que no cumplió, es un posible ganador de las elecciones el próximo noviembre a partir, otra vez, de un show en el que es actor, autor, productor, publicista y beneficiario último.
“Nuestra política nacional se ha convertido en una competencia por imágenes o entre imágenes, más que entre ideales”, porque vivimos en un “mundo donde la fantasía es más real que la realidad”, escribió hace años el historiador Daniel Boorstin, para quien “no hay forma de desenmascarar una imagen. Una, como cualquier otro pseudoevento, se vuelve aún más interesante cuanto más nos esforzamos por desacreditarla”.
Ese es Trump. Un hombre impulsado por su resentimiento hacia el establishment social y económico que no lo aceptó a pesar de sus esfuerzos por figurar y aparentar. Un personaje al que “no le gustan los expertos porque interfieren con su derecho como estadounidense a creer o fingir que las ficciones son hechos, a sentir la verdad” y “ve conspiraciones por todas partes” mientras explota los mitos del victimismo racial blanco que está en el centro de la ideología hoy dominante en el Partido Republicano.
Trump es sobre todo un entretenedor, uno que no canta, pero hace comedia a base de insultar a sus competidores, uno que se dice víctima del sistema aunque lo usó en más de cuatro mil juicios y al menos dos procesos de bancarrota; es uno que demanda a medios que ponen en duda su riqueza.
Y tal vez de nuevo Presidente de Estados Unidos.
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