Fostering Hatred

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El 10 % de los americanos y algunos periodistas estaban a favor de la violencia contra Trump

Curioso cómo abundan los lobos solitarios. En Japón, un militar retirado acabó a balazos con la vida del ex primer ministro, el nada convencional Shinzo Abe. Otro «loco desnortado» asestó cinco tiros al hombre fuerte de Eslovaquia, Robert Fico, caracterizado por su perfil disidente. Ahora le ha tocado el turno a Trump, por culpa de un muchacho marginado que consiguió subir armado con un rifle semiautomático a un edificio a 130 metros del mitin del expresidente USA, ante la inacción de los servicios secretos. Otro lobo estepario, Lee Harvey Oswald, mató a Kennedy en 1963. En un sondeo reciente, el 70 por ciento de los americanos cree que Oswald no actuó sólo. En realidad, apenas los muy ingenuos, o los que se creen todo, degluten sin más la versión oficial sobre JFK. De los cuatro presidentes americanos asesinados, el único demócrata era Kennedy. Todos cayeron a manos de incontrolados, igual que en los casos de los atentados contra los también republicanos Reagan y Teddy Roosevelt.

Llamativo es que, amén del detalle de los lobos solitarios, en la mayoría de las ocasiones los magnicidios se perpetran contra dirigentes «no convencionales», con ideas propias, con frecuencia opuestas a los lobbies. El día antes de asesinato de Kennedy, Dallas amaneció inundada de pasquines con la leyenda «Se busca a JFK por traición». ¿Traición a quién? A la poderosa industria armamentística, por resolver a su aire la crisis de los misiles. A las sociedades secretas, por declararlas ilegales. Al emporio financiero, por retirar a la Reserva Federal la capacidad de emitir dólares en beneficio del Tesoro. Curioso que esto último también les ocurrió a los igualmente asesinados Abraham Lincoln, James A. Garfield y William McKinsley, en diferentes momentos pero con el mismo problema de fondo con el First Bank US, primero, y el Second Bank US, después, ambos precursores de la RFed.

Meras casualidades, como el hecho de que pasara desapercibido para los servicios secretos el joven veinteañero que, fusil a cuestas, trepó hasta la azotea de un predio frente a Trump, que había pedido más protección. Se la negaron. En esa azotea tenía que haber policías, pero quedó libre. Varios testigos vieron al francotirador subir armado al edificio y arrastrarse después. No así el servicio secreto, el mismo que negó la existencia del ordenador de Hunter Biden. «Extrema incompetencia o algo deliberado», ha escrito Elon Musk en X. También en X ha puesto Jonathan Willis: «Soy el oficial de la famosa foto de dos tiradores en el tejado protegiendo a Trump. Tuve al asesino a tiro 3 minutos. El responsable del servicio secreto me prohibió disparar». Debe de ser pura incompetencia, porque cuesta creer que pudieran actuar deliberadamente.

Trump siempre ha dicho en esta campaña que su enemigo no es Biden sino «el pantano», o sea, el estado-profundo o «deep-state», a quien responsabiliza de la sucesión de «acusaciones ridículas» en los juzgados, y de la campaña de odio desatada contra él en los medios de comunicación. Algunos presuntos «periodistas» han llegado a pedir que lo eliminen. Y un diez por ciento de los norteamericanos justificó la violencia contra el líder republicano. Será o no fantasía trumpista, pero el atentado de Pensilvania se pudo evitar. Eso sí, todos tranquilos, porque Biden ha anunciado una investigación.

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