Los demócratas sueñan ahora con la idea de usar todo ese pasado para golpear políticamente a su rival republicano
Una fiscal frente a un delincuente convicto.
La campaña presidencial del Partido Demócrata estadounidense puede reducirse a esa frase, parte verdad y parte burla, y es en cierta forma un resumen del nuevo entusiasmo con que el partido del presidente Joe Biden acogió el cambio de candidato y la virtual nominación de la vicepresidente Kamala Harris en su lugar.
Y no es que Harris sea particularmente popular o que se haya distinguido en el papel de vicepresidenta, un puesto que no está hecho para brillar y que sólo en los últimos 40 años ha alcanzado prominencia gracias a George H.W. Bush, Al Gore, el propio Biden y por la dignidad de Tim Pence, el que fuera vicepresidente del nuevamente candidato Donald Trump.
Pero Harris, a sus 59 años y con una carrera política que no es de lejos tan larga como la de Biden, dio a los demócratas una necesitada inyección de energía que ahora se refleja en un renovado entusiasmo, en las encuestas y en la recolección de fondos. De repente, lo que era una campaña que a muchos demócratas parecía perdida por la imagen de vejez y fragilidad de Biden frente al energético Trump, cambió radicalmente. La titubeante actuación de Biden en el debate del 27 de junio provocó una rebelión entre los demócratas y ocultó de hecho la que fue una marejada de mentiras y exageraciones de Trump.
Biden renunció a la candidatura el 21 de julio, y para el día 24 el nombre de Harris era la heredera virtual, con apoyo de Biden y la nomenclatura del partido.
15 días después, la imagen que los republicanos y los Estados Unidos enfrentan es la de un partido demócrata revigorizado, con crecientes niveles de entusiasmo y de involucramiento.Y ahora Trump es el candidato viejo, mientras lo que antes parecía un desfile triunfal parece haberse convertido en un empate y serias posibilidades de derrota.
Lo que se planteaba como una campaña entre un candidato fuerte y determinante frente a uno anciano y débil es ahora una confrontación entre un aspirante entrado en años, con una historia turbia como empresario, aliado político de grupos religiosos conservadores, derechistas y racistas, acusado de autoritarismo y egocentrismo como mandatario, que presume de haber ayudado a la derogación del derecho al aborto y fue condenado ya en un juicio por temas fiscales y alega inmunidad presidencial para enfrentar otros procesos.
Los demócratas sueñan ahora con la idea de usar todo ese pasado para golpear políticamente a su rival republicano. Mejor, o peor aún, parecen plantear una campaña donde la burla sobre las declaraciones del egocéntrico candidato republicano tendrá un lugar prominente.
Pero ciertamente tendrán respuesta de Trump, famoso por su tendencia a definir a sus adversarios en términos derogatorios, y que ya empezó a cuestionar el origen afro-estadounidense de Harris.
El entusiasmo demócrata está por ahora al máximo. Pero deberán mantenerlo tres meses más.
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