Dos grandes diferencias separan a Kamala Harris de Donald Trump. Una es la política exterior. Si gana Harris, EE.UU. intentará irse desembarazando de su papel de policía del mundo, como ya hizo Biden en Afganistán, pero su política internacional no implicará un cambio, tan solo un matiz, como tantos ha habido. La revolución en el campo internacional puede venir con Trump. Su equipo ya no es improvisado como en el 2016. El plan internacional de Trump pretende cancelar el intervencionismo que, con fabulosos aciertos como la Primera y Segunda Guerra Mundiales y errores clamorosos como los de Vietnam e Irak, ha caracterizado el comportamiento de la primera potencia.
Trump quiere enterrar el legado de Woodrow Wilson, uno de los presidentes más bienintencionados (y, sin embargo, involuntario creador de las condiciones objetivas del avispero de Oriente Medio). Quiere cerrar todas las carpetas que EE.UU. tiene ahora abiertas al mundo y, para ello, quisiera impulsar un nuevo acuerdo de Yalta, que implicaría un reparto del planeta con China y Rusia. Quitarse problemas de encima, estabilizar el mundo pactando con los enemigos para que los tres hegemónicos se repartan el planeta sin miedo a las interferencias de los demás. Es el plan de un pragmático, indiferente a los ideales. Un plan tremendo para los países que quedan debajo de cada círculo de influencia, que ya pueden descartar toda esperanza de libertad. En cuanto a los europeos, ya sabemos que deberemos pagarnos la defensa, la reconstrucción de lo que quede de Ucrania y la contención del maremágnum africano. Por si fuera poco, Trump fomentará un severo dumping para llevarse la industria puntera europea a EEUU.
La otra gran entre Trump y Harris es cultural. Si ganan los demócratas, los partidarios de la deconstrucción antropológica y de la fragmentación identitaria tendrán la oportunidad de consolidar su revolución cultural en todo Occidente. Si gana Trump, se pondrá en marcha la contrarrevolución conservadora en todo Occidente y, al mismo tiempo, tendrán una enorme capacidad de influencia todas las corrientes anarcocapitalistas que estallaron sobre todo durante la pandemia: de los antivacunas a los partidarios de los somatenes.
Con los demócratas, la sociedad abierta avalada por las izquierdas favorecerá la definitiva expansión del pensamiento woke, que, pongamos por caso, identifica en el mismo plano la vida de un perro y la de un humano o afirma que el género es una imposición del patriarcado. Con los republicanos, la contrarreforma favorecerá el cierre de fronteras nacionales en todo Occidente y reforzará la idea de que la libertad de los individuos es sagrada por lo que hay que reducir al mínimo el Estado.
Más determinante que el triunfo de Trump o de Harris es la fractura civil
Por supuesto, la retórica electoral no acostumbra a referenciar estas cuestiones, pero una de las características de la sociedad americana (y de las occidentales en general) es que la gama de matices en el seno de cada bloque (democrático, republicano) queda eclipsada por el radicalismo de los extremistas, que en las últimas décadas siempre acaban imponiéndose.
Con todo, más determinante que la victoria de Trump o de Harris es el riesgo de fractura civil, que estas elecciones intensificarán. La franja más extremista de los republicanos y los demócratas no aceptará el resultado si el ganador de las elecciones no es su candidato. Aquí radica, a mi entender, el verdadero nudo histórico de este momento en EE.UU. y en el mundo. El proceso electoral no durará un día, como ocurre en las elecciones en Europa, sino que se alargará unos cuatro meses: en breve empieza ya el periodo de voto por correo y (si todo depende, como ocurrió en el 2020, de unos centenares de miles de votos) los resultados se discutirán a todos niveles: ciudad por ciudad, estado por estado, juzgado por juzgado hasta el 20 de enero de 2025 (aunque en las calles podría persistir la batalla de la agitación).
Mientras, la primera potencia del mundo entrará inevitablemente en una cierta parálisis: ¡a saber qué sucederá entonces en los tres escenarios de tensión mundial (Ucrania-Rusia, Israel-Paslestina-Irán, Pacífico asiático y austral)! Ninguna potencia alternativa desperdiciaría unos meses de solipsismo americano, que dejarán a Europa más desvalida, si cabe; más dividida y desconcertada.
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