La revolución Trump zarandea el mundo
Si Trump se guía por la ley del más fuerte, se equivocará y lo pagará. Son las reglas y el Derecho las que han hecho grande a América. La democracia liberal debe prevalecer
Donald Trump tomó posesión como el 47 presidente de Estados Unidos en una ceremonia histórica en el interior del Capitolio. Lo primero que cabe considerar es que el 47 mandatario de la primera democracia del mundo es diferente al que fue el 45 que derrotó a Hillary Clinton. Hay más madurez y el poso de unos años turbulentos dentro y fuera de la política en una transición azarosa, juzgados incluidos, aunque esté por verificarse que esa experiencia apunte al pragmatismo o a la disrupción mal entendida. Lo segundo es que Trump retorna a la Casa Blanca con más poder que nunca. Ese estatus hegemónico pondrá a prueba la voluntad y la capacidad de la oposición extraviada y, si llegara el caso, la firmeza de los contrapesos de la gran nación norteamericana. Su mayoría en el Senado y en la Cámara de Representantes, así como la composición actual del Tribunal Supremo, presuponen un horizonte con el viento a favor, en muy buena medida como el fruto de una victoria aplastante, es decir, bajo el refrendo y la bendición del pueblo estadounidense que castigó la Presidencia fútil y vacua de Joe Biden. Trump desembarca en la capital a lomos de esa caballería de Silicon Valley que ha depositado en él su confianza y sus millones con el magnate Elon Musk a la cabeza, convencido de que es preciso darle la vuelta como un calcetín al país y al mundo y que el elegido es el hombre con la fe y el coraje precisos. Se nos anuncia en tono casi apocalíptico un nuevo orden mundial en el que la geopolítica mutará hacia un convulso e incierto escenario conformado por esferas de poder e influencia de las potencias que lo ganen a cualquier precio. Ese centenar de órdenes ejecutivas con que el presidente pone punto final a la era Biden y alumbra el tiempo nuevo para Estados Unidos servirá para comprobar hasta dónde está dispuesto a llegar. Su discurso previo a franquear la entrada al despacho Oval ha cobrado un tono casi imperialista y coercitivo con referencias al uso de la fuerza y al quebranto de la legalidad en cuanto al respeto de la soberanía. Dinamarca, Canadá, Panamá o México han sido objeto de esa retórica hostil que veremos cómo se fragua. Tensar el contexto mundial para sacar ventaja es una cosa, declarar una guerra, un dislate pues nadie resulta indemne en una conflagración. Los inmigrantes ilegales y la frontera sur, el pulso comercial y la batalla arancelaria, el progresismo woke son objetivos capitales en su segundo advenimiento que el pueblo soberano ha respaldado. También ese American first, una América grande que imponga su voluntad en el mundo, especialmente en Oriente Medio y Ucrania, y siempre frente a China, en el papel de némesis. Trump ha hecho sus deberes y ahora actuará en consecuencia en función de sus intereses. Europa no, acomodada en su condición de actor de reparto con ínfulas. Parece imposible que Bruselas esté condiciones de defenderse. Sánchez respira irrelevancia y debería al menos no equivocarse, aunque lo hará. Si Trump se guía por la ley del más fuerte, se equivocará y lo pagará. Son las reglas y el Derecho las que han hecho grande a América. La democracia liberal debe prevalecer.
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