President Obama is neither a defender of free trade nor a protectionist, but his reluctance to commit himself to a pro-trade agenda constitutes a de facto protectionism and undermines his economic and foreign policy objectives.
At least, in response to a clause in the climate change law that would impose economic sanctions on those nations that don’t limit their carbon emissions, Obama said: “At a time when the global economy is still deep in recession and we’ve seen a significant drop in global trade, I think we have to be very careful about projecting any protectionist signals.”
In this tepid rejection of protectionism lies the essence of the new U.S. commercial policy: conditional, ambiguous, and not particularly soothing.
At the start of this year, Obama suggested that Congress avoid language that could provoke a trade war while exploring the impending American stimulus package. Congress responded, eliminating the most protectionist clauses of the bill, but “buy American” fever still managed to contaminate nearly all aspects of government spending. The uncertainty surrounding the complicated regulations has caused contractors to do their own evaluations of what does and doesn’t qualify. Foreign business markets that meet the qualifications are facing exclusion by contractors, but so are U.S. companies that use primarily imported materials.
The Canadian municipalities have responded with “don’t buy American" regulations, while China and other countries introduced “buy local” clauses in their stimulus packages, all of which cost American exporters and the U.S. economy in general. The president’s negligence regarding the issue is decelerating economic recuperation, provoking more reprisals from our commercial partners and cementing the U.S. economic reputation as a less reliable partner in materials than international commerce.
Furthermore, when Congress stopped financing a program that permitted Mexican truck drivers to operate on U.S. roads (violating NAFTA), Obama offered guarantees of a rapid solution. Five months later, there is no visible fix. To press a solution, the Mexican government, in reprisal, imposed tariffs of 2.4 million dollars on some ninety American products, and a Mexican truck driving association demanded 6 million dollars from the U.S. government.
The reduction in trade and movement over the border can’t be the economic elixir that Obama had in mind, nor is the dispute his preferred starting point for diplomatic relations with Mexico. However, the administration is satisfied, after five months, with simply studying the problem. How much studying is needed to conclude that it is a bad idea to openly violate obligations within NAFTA, in addition to the potential direct cost of 8.4 million dollars and the rise in transportation costs for the entire U.S. supply chain, only to benefit truck driving syndicates?
Through it all, in spite of assertions that the government worked with Congress to pass the long-time pending free trade treaties with Panama, Colombia and South Korea, these treaties remain kidnapped by shameless politics.
President Obama speaks of internationalism and multilateralism in a recently renovated U.S. foreign policy even though his trade policy stinks of nationalism and unilateralism. This won’t help restore Washington’s image, especially when a large majority of countries consider U.S. trade policy to be the face of American foreign policy. The inconsistency between Obama’s words and his actions denotes a man preoccupied with politics, but trade policy is changing and Obama has a chance to lead his party toward the center.
In the next few days, Obama will give a widely publicized speech about the future of American trade policy. If he really wants to bring his party into the 21st century and he is truly aligned with the economic and diplomatic recuperation of the U.S., he should step away from his ambiguous rhetoric and push an agenda clearly in favor of free commerce.
[Editor’s note: quotes may be worded based on translated material].
El presidente Obama no es ni un defensor del libre comercio ni un proteccionista, pero su renuencia a comprometerse con una agenda pro comercio constituye un proteccionismo de facto y socava sus objetivos de política económica y exterior.
Hace poco, al reaccionar a una cláusula en la ley de cambio climático que impondría represalias comerciales a aquellas naciones que no limiten sus emisiones de carbono, Obama dijo: "En momentos en que la economía mundial todavía se encuentra en una severa recesión y hemos visto una caída considerable en el comercio mundial, creo que debemos ser muy cuidadosos acerca de enviar cualquier señal proteccionista".
En ese rechazo tibio del proteccionismo queda la esencia de la nueva política comercial estadounidense: condicional, ambigua y no particularmente tranquilizante.
A principios de este año, Obama sugirió que el Congreso evitara lenguaje, en la ley de estímulo, que pudiera provocar una guerra comercial. El Congreso respondió eliminando las cláusulas más proteccionistas del proyecto de ley, pero aun así la fiebre de "compre estadounidense" ha contaminado de todas maneras el mercado de compras gubernamentales. La incertidumbre alrededor de las complicadas regulaciones ha causado que los contratistas hagan sus propias valoraciones acerca de qué califica y qué no. No solo han sido excluidas del mercado empresas extranjeras que reunían los requisitos, sino también compañías estadounidenses que utilizan materia prima importada.
Las municipalidades canadienses han respondido con regulaciones de "no compre estadounidense", mientras que China y otros países también han introducido cláusulas de "compre local" en sus paquetes de estímulo, todo esto a cuestas de los exportadores y la economía estadounidense en general. La negligencia del Presidente en este tema está desacelerando la recuperación económica, provocando más represalias de nuestros socios comerciales y cimentando la reputación de E.U. como socio poco confiable en materia de comercio internacional.
De igual manera, cuando el Congreso desfinanció un programa que permitía que los camioneros mexicanos operaran en carreteras estadounidenses ¿violentando el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN)¿, Obama ofreció garantías de una rápida solución. Cinco meses después, no hay arreglo visible. Para apresurar una solución, el gobierno mexicano, en represalia, impuso aranceles por 2.400 millones de dólares a unos 90 productos estadounidenses, y una asociación mexicana de camioneros puso una demanda de 6.000 millones de dólares en contra del gobierno de E.U.
La reducción en el comercio e inversión a través de la frontera no puede ser el elixir económico que Obama tenía en mente, ni tampoco es la disputa su punto de partida preferido para las relaciones diplomáticas con México. Aun así, la administración está satisfecha, luego de cinco meses, con simplemente estudiar el problema. ¿Qué tanto estudio se necesita para concluir que es una mala idea violar de manera clara las obligaciones dentro del marco del TLCAN, más el potencial costo directo de 8.400 millones de dólares y el aumento en los costos de transporte para toda la cadena de oferta de Norteamérica solo para beneficiar a los sindicatos de camioneros?
Mientras tanto, a pesar de las aseveraciones de que el Gobierno trabajaría con el Congreso para pasar los ¿desde hace mucho pendientes¿ tratados de libre comercio con Panamá, Colombia y Corea del Sur, dichos tratados permanecen secuestrados por la política del cinismo.
El presidente Obama habla de un internacionalismo y multilateralismo renovado en la política exterior estadounidense. Aun así su política comercial apesta a nacionalismo y unilateralismo. Esto no ayudará a restaurar la imagen de Washington en el exterior, donde gran parte de los países consideran la política comercial de E.U como el rostro de su política exterior. La inconsistencia entre las palabras del presidente Obama y su accionar denotan a un hombre preocupado con la política por encima de todo. Pero la política del comercio está cambiando y Obama tiene una oportunidad para liderar a su partido nuevamente hacia el centro.
En los próximos días, Obama dará un muy publicitado discurso acerca del futuro de la política comercial estadounidense. Si de verdad quiere llevar a su partido al siglo XXI, y de verdad está comprometido con la recuperación económica y diplomática de E.U., debería de deshacerse de la retórica ambigua y lanzar una agenda claramente a favor del libre comercio.
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It wouldn’t have cost Trump anything to show a clear intent to deter in a strategically crucial moment; it wouldn’t even have undermined his efforts in Ukraine.