Strategic Scope of the Oil Disaster

Published in La Nación
(Chile) on 9 May 2010
by Raúl Sohr (link to originallink to original)
Translated from by Yanina Weingast. Edited by Stefanie Carignan.
The explosion of an oil platform on April 20 in the Gulf of Mexico has intensified the debate about what to do in the U.S. energy field. In 1971, the country reached what the oil industry calls “peak oil,” which refers to the global peak in oil production. After it reaches a peak, it starts a permanent decline. Since 1971, crude oil demand has grown 35 percent, while domestic production decreased 30 percent. Consequence: Imports have increased to cover two-thirds of the demand. The U.S. has less than 5 percent of the world's population, and consumes almost a quarter of the planet's oil. In fact, it burns twice as much hydrocarbon as China. Forecasts for 2025, under the same conditions, are that the demand will grow 50 percent. This means that the dependence on crude oil from the Middle East, the Caucasus, Africa and Latin America will grow, as well as the political pressure on those regions.

During his electoral campaign, President Barack Obama pledged to do everything possible to diminish the dependence on imported crude oil, which some people have called the American “oil addiction,” a thirst that left Washington a debt of $50 billion in 2008. Obama has set himself the goal of saving more oil over the course of this decade than the amount imported from the Middle East and Venezuela. During the campaign, Obama was cautious about the convenience of authorizing offshore oil extraction. But once in the White House, he seems to have arrived at the conclusion that imports could not be reduced unless the seabed were exploited. Besides, giving the green light to submarine drilling is a negotiation letter with the Republicans to reach an agreement on new legislation about climate change. After the explosion on the platform, Obama pointed out in his balanced style, “I continue to believe that domestic oil production is an important part of our overall strategy for energy security, but I have always said it must be done responsibly for the safety of our workers and our environment.”

Obama suggests walking a tightrope. On one hand, experts show that the remaining oil reserves are under the sea and that there is enough crude oil in the Gulf of Mexico. The oil companies are only waiting for the authorization to drill and to extract the trillion dollars in crude oil. On the other hand, ecologists believe the time has come to say out loud, as the director of the Natural Resource Defense Council, Wesley P. Warren, has said, "This one is a gigantic wake up call on the need to move beyond oil as an energy source." Obama expressed the need to create five million new jobs with an investment of $150 billion in the next 10 ten years, directed toward the production of clean energy, excluding hydrocarbons. Besides, he offered to introduce a million hybrid vehicles — with an output of 64 kilometers per liter — in 2015, and to introduce a program of limits and emissions bonds, and several other measures. The skeptics, who are quite a few, point out that it will take a long time to develop competitive and abundant alternatives to oil. Those who would like to go into this topic can take a look at my book Chao, Petróleo (Goodbye, Petroleum), which deals with this topic in greater detail.

The direction that the U.S. adopts will have important repercussions for the rest of the world. If Washington allows underwater oil drilling, enormous capital will flow in that direction. On the contrary, if Washington reimposes the moratorium, which was valid up to one month prior to the accident, the largest oil and gas companies will be obliged to develop clean energy. As is usually the case in politics, Obama is trapped between his programmatic promises and tremendous economic interests that seek to maintain their supremacy. Much will depend on the impact of the arrival of oil to the coastal states. The public opinion will have to decide which is worse: contamination or expensive fuels, and there won’t be only one opinion. Oil company workers will continue with their tasks. On the contrary, the affected ones, such as fishermen and other workers who rely on the water of the Gulf, will not want to see a platform in their vicinity. Regarding the rest of the world, everyone knows the conflicts that may whet the appetite for the “devil's excrement,” as the Venezuelan Juan Pérez Alfonso referred to the oil.


Alcances estratégicos del desastre petrolero

Si Washington opta por permitir la explotación submarina de petróleo, enormes capitales fluirán en esta dirección. Si, por el contrario, reimpone la moratoria, que regía hasta sólo un mes antes del accidente, obligará a las grandes empresas del rubro, incluidas las petroleras, a desarrollar energías limpias.

La explosión de una plataforma, el 20 de abril, en el Golfo de México, agudiza el debate sobre qué hacer en el campo energético en Estados Unidos. En 1971 el país alcanzó lo que la industria petrolera llama el peak oil, que corresponde al punto más alto de la producción. Pasada esta cima comienza la declinación. Pero la demanda por el crudo ha aumentado, desde entonces, en 35%, mientras la producción doméstica ha caído en 30%. Consecuencia: las importaciones se han duplicado para cubrir dos tercios de la demanda. Estados Unidos, con algo menos del 5% de la población mundial, consume cerca de un cuarto del petróleo del planeta. De hecho, quema el doble de hidrocarburos que China. Las previsiones para 2025, a condiciones iguales, es que la demanda aumentará en 50%. Eso significa que crecerá la dependencia del crudo proveniente del Medio Oriente, el Cáucaso, África y América Latina. Y, con ello, las presiones políticas sobre estas regiones.

A lo largo de su campaña presidencial, el Presidente Barack Obama prometió que haría lo que esté a su alcance para disminuir la dependencia del crudo importado, lo que algunos han llamado la “adicción petrolera” estadounidense, una sed que le dejó a Washington una factura por 500 mil millones de dólares en 2008. Obama se ha propuesto en el curso de esta década ahorrar más petróleo que el importado desde el Medio Oriente y Venezuela. En campaña, Obama fue cauto sobre la conveniencia de autorizar las explotaciones petroleras mar afuera (offshore). Pero, una vez en la Casa Blanca, parece haber concluido que no podría bajar la importación si no explotaba los fondos marinos. Además, dar luz verde a las perforaciones submarinas es una carta de negociación con los republicanos para lograr un acuerdo para la nueva legislación sobre cambio climático. Luego del estallido de la plataforma, Obama señaló en su estilo balanceado: “Yo sigo creyendo que la producción nacional de petróleo es una parte importante de nuestra estrategia de seguridad energética. Pero también siempre he dicho que debe hacerse en forma responsable, para la seguridad de nuestros trabajadores y de nuestro medio ambiente”.

Obama propone caminar sobre una cuerda floja. De una parte los expertos señalan que las grandes reservas petroleras restantes están bajo el mar y todavía queda bastante crudo en el Golfo de México. Y, claro, las empresas petroleras sólo esperan la autorización para taladrar y extraer los billones de dólares en crudo. Por otra parte están los ecologistas, que creen que ha llegado el momento de decir alto, como Wesley P. Warren, director del Natural Resource Defense Council, que ha dicho que “este es un gigantesco llamado de atención a que debemos ir más allá del petróleo como fuente energética”. El propio Obama planteó en su programa crear cinco millones de nuevos empleos, con una inversión de 150 mil millones de dólares, destinados a la producción de energía limpia, que excluye los hidrocarburos, en los próximos 10 años. Además, ofreció introducir un millón de vehículos híbridos -con un rendimiento de 64 kilómetros por litro- para 2015; aplicar un programa de límites y bonos de emisión y varias otras medidas. Los escépticos, que no son pocos, apuntan que para desarrollar alternativas abundantes y competitivas al petróleo se requerirán varias décadas. Al respecto, quienes quieran profundizar en el tema pueden echar un vistazo a mi libro “Chao, Petróleo”, en el cual abordo el tema con mayor detalle.

El rumbo que adopte Estados Unidos tiene grandes repercusiones para el resto del mundo. Si Washington opta por permitir la explotación submarina de petróleo, enormes capitales fluirán en esta dirección. Si, por el contrario, reimpone la moratoria, que regía hasta sólo un mes antes del accidente, obligará a las grandes empresas del rubro, incluidas las petroleras, a desarrollar energías limpias. Como ocurre a menudo en política, Obama está atrapado entre sus promesas programáticas y los formidables intereses económicos que aspiran a mantener su supremacía. Mucho dependerá del impacto de la llegada del petróleo a los estados costeros. La opinión pública deberá decidir sobre cuál es el mal mayor: la contaminación o combustibles más caros. Al respecto no habrá una sola opinión. Los trabajadores de las empresas petroleras querrán seguir con sus tareas. Los afectados, en cambio, como lo son los pescadores y otros trabajadores que explotan las aguas del Golfo, no querrán volver a ver una plataforma en sus proximidades. En lo que toca al resto del mundo, ya se conocen los conflictos que pueden provocar el apetito por el “excremento del diablo”, como el venezolano Juan Pérez Alfonzo motejó al petróleo.
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