Never mind if later on American federal law tries to stop these popular decisions: The damage to the prohibitionist doctrine has been done. It does not look good to continue jailing peaceful citizens when a growing percentage, and soon to be a majority, of the population state that those people are being imprisoned for something that should be legal. According to this, the war on drugs is going to end some day in successive controlled legalization of all psychoactive drugs. People of legal age will be able to buy them in supervised places, their sale will generate substantial taxes, there will be restrictions on promotion and public campaigns to discourage use. The minority that abuses them will become a manageable problem of public health.
It is harder to know how this will come to be and the obvious consequence of when. Much of this contingency depends on the strategies and tactics that we, the enemies of the ban, use to speed up the process and make public opinion aware of the debacle and wastefulness in which fanatics involve us. I believe the best idea is international unilateralism, of which Mr. Pepe Mujica is the clearest example: The law that decriminalizes marijuana has not yet been approved in Uruguay, a country of 3.3 million people, and already half the world is talking about its politics.
However, just as the regions and countries affected have the right to proceed unilaterally in the matter of psychoactive drugs without being stigmatized, it is very important that the experiences and difficulties are shared as widely as possible. A mistake that we the enemies of the ban have made is confining the internationalization of the debate to the academic field, letting the political aspect of the matter continue to be mainly local. It would be ideal to constantly mix academics, intellectuals, activists and politicians that push, each in their own way, alternatives to the war on drugs.
The anti-prohibition initiative should preferably not be left up to active politicians, who are in power today and gone tomorrow, but would be better given to universities, which do not seem to change opinion or government with the same frequency as the states. That way, a large group of public and private universities could hopefully agree to organize a major annual event centered on the alternatives – ALL the alternatives – to prohibition and the war on drugs. Not only will academics that deal with the subject be invited, but also government officials and presidents, active or not, from everywhere in the world that have something significant to contribute, as well as the media. The meetings will need to be held in a country like Colombia, tormented by prohibition and the drug trafficking derived from it, but could rotate to other countries with similar problems, such as Mexico. It would not be suitable to make it a closed club. Any university, NGO or foundation that would want to be part of these events should always be welcomed.
Yes, although The Hague’s hurricane continues to pass through Colombia, do not forget even more important issues such as the ill-fated ban on drugs.
El qué fue definido de forma irreversible el pasado 6 de noviembre cuando los estados de Washington y Colorado legalizaron el uso recreativo de la marihuana por vía plebiscitaria.
Poco importa si luego la ley federal americana intenta frenar estas decisiones populares: el daño a la doctrina prohibicionista está hecho, pues no tiene presentación seguir encarcelando ciudadanos pacíficos cuando un porcentaje creciente y pronto mayoritario de la población certifica que se les encarcela por algo que debería ser legal. Según esto, la Guerra Contra las Drogas va a terminar algún día en sucesivas legalizaciones controladas de todos los psicoactivos. Podrán comprarlos personas mayores de edad en lugares supervisados, su venta generará impuestos cuantiosos, habrá restricciones para su promoción y campañas públicas para desestimular su uso. La minoría que abuse de ellos se convertirá en un problema manejable de salud pública.
Más difícil es saber cómo se llegará allá y, consecuencia obvia, cuándo. Gran parte de esta contingencia depende de las estrategias y tácticas que utilicemos los enemigos de la prohibición para acelerar el proceso y para concientizar a la opinión pública de la debacle y del desperdicio en que nos tienen metidos los fanáticos. La mejor idea, me parece, es el unilateralismo internacionalista, cuyo ejemplo más claro es el de don Pepe Mujica: todavía no se ha aprobado la ley que despenaliza la marihuana en Uruguay, un país de 3,3 millones de habitantes, y ya su política está en boca de medio mundo.
Pero así como las regiones y los países afectados tienen el derecho de proceder unilateralmente en materia de psicoactivos sin ser estigmatizados, es muy importante que las experiencias y dificultades se compartan con la mayor amplitud posible. Un error que hasta ahora hemos cometido los enemigos de la prohibición es confinar la internacionalización del debate al ámbito académico, dejando que la vertiente política del asunto siga siendo sobre todo local. Lo ideal es que se mezclen constantemente los académicos, los intelectuales, los activistas y los políticos que impulsan, cada uno a su manera, alternativas a la Guerra Contra las Drogas.
Es preferible que la iniciativa en materia de antiprohibicionismo no quede a cargo de políticos activos, que hoy están en el poder y mañana no. Me parece mejor que pase a las universidades, las cuales no cambian de parecer ni de gobierno con la misma frecuencia que los estados. Así, ojalá un grupo grande de universidades públicas y privadas se ponga de acuerdo en convocar a un gran evento anual centrado en las alternativas —TODAS las alternativas— a la prohibición y a la Guerra Contra las Drogas. Estarían invitados, no nada más los académicos que tratan del tema, sino los funcionarios y los mandatarios, en activo o no, de todo el mundo que tengan algo significativo que aportar, al igual que los medios de comunicación. Las reuniones tendrían que realizarse en un país como Colombia, martirizado por la prohibición y el narcotráfico derivado de ella, pero podrían rotar a otros países con problemas similares, por el estilo de México. No sería conveniente conformar un club cerrado. Cualquier universidad, ONG o fundación que quiera sumarse a los eventos debería tener la puerta siempre abierta.
Sí, aunque el huracán de La Haya sigue pasando por Colombia, no hay que olvidar asuntos todavía más importantes como la malhadada prohibición de las drogas.
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