The magnate has affected the country’s institutionalism and some of its most closely held principles.
Republican U.S. presidential candidate Donald Trump has long stopped being a joke or reality show entertainment. Now he’s become a threat that seeks to undermine the foundations of something that is fundamental to and gives pride to the country: confidence in their electoral system — one of the most complex and respected ones in the world.
Trump hasn’t stopped playing up the claim that a gigantic fraud is being organized to steal the election from him; in Wednesday’s debate, he responded to the question of whether he’d accept the Nov. 8 results by saying that he’d leave everyone in suspense for his answer. This is something deeply troubling for the United States, as a great deal of its democracy’s credibility is rooted in [electoral races’] losers recognizing their defeat in order to uphold the peaceful transfer of power. This has been a tradition that no candidate has ever dared to break. Yesterday, without blinking, Trump reassured everyone that he would accept the results … only if he won.
In the face of such a large number of outbursts, public opinion has been an expression of both confusion and fear. The magnate has affected the country’s institutionalism and some of its most closely held principles. Frequently, [in the past], such pronouncements have been overstated during the period of campaigning, with leaders tempering such rhetoric once in power. But this doesn’t seem to be the case this time.
Quite the contrary. During the second half hour [of the third presidential debate], his scant preparation and low-level mastery of key issues on the government’s agenda was on display. But perhaps the worst of it all came when, in response to sexual abuse accusations [against him], he claimed there was no one else in the world who respected women more than he does — and then he called his rival, Hillary Clinton, a “nasty woman.” The penalty [for having said this] was seen in surveys taken, which declared Clinton as the [debate’s] winner by a large margin. It was in this way that the multimillionaire came to be defeated in all three debates.
Consequently, Democrats’ optimism would seem to be justified. Nevertheless, recent elections in the world — with results that had seemed a sure thing initially — have left behind bitter lessons. The United Kingdom’s Brexit and Colombia’s plebiscite on the issue of peace [with the Revolutionary Armed Forces of Colombia] are examples that should serve to remind us not to uncork the champagne before we know if there’s going to be a party.
La comedia de Trump
"El magnate afecta la institucionalidad de Estados Unidos y algunos de sus valores más preciados."
Por Editorial
20 de octubre de 2016
Lo del candidato republicano a las elecciones de Estados Unidos, Donald Trump, hace tiempo que dejó de ser un chiste o un comentario de reality. Ahora es una amenaza que busca minar los cimientos de algo que para ese país es fundamental y de lo que se enorgullece: la confianza en su sistema electoral, uno de los más complejos, pero también más respetados del mundo.
A Trump no le ha bastado con hacer rodar la tesis de que se prepara un gigantesco fraude para robarle las elecciones, sino que en el debate del miércoles, a la pregunta de si reconocerá los resultados del 8 de noviembre, dijo que dejaba en suspenso su respuesta, algo que para EE. UU. es gravísimo, pues gran parte de la credibilidad de su democracia se basa en que el perdedor reconozca su derrota para garantizar una transición pacífica del poder. Esa ha sido una tradición que ningún candidato había osado romper. Ayer, sin pestañear, Trump aseguró que sí reconocerá el resultado… pero solo si él gana.
Ante tal cantidad de exabruptos, la opinión pública ha reaccionado con perplejidad y temor. El magnate afecta la institucionalidad del país y algunos de sus valores más preciados. A menudo en campaña se sobredimensionan gestos que ya en el ejercicio del poder suelen atemperarse. Pero este no parecería ser el caso.
Lo contrario. Luego de la segunda media hora hizo gala de su escasa preparación y de su bajo dominio de algunos de los temas claves de la agenda de gobierno. Pero quizás lo peor llegó cuando, después de decir que no había en el mundo alguien que respetara más a las mujeres que él (a raíz de las denuncias por abusos sexuales), calificó a su rival, Hillary Clinton, de mujer “repugnante” o “desagradable”, según el tono de la traducción. El castigo vino pronto por el lado de los sondeos, que dieron a Clinton ganadora por mucho. Así que el multimillonario fue derrotado en los tres debates.
Parece, en consecuencia, justificado el optimismo de los demócratas. Pero recientes elecciones en el mundo, cuyos resultados parecían cantados, han dejado amargas lecciones. El brexit en el Reino Unido y el plebiscito por la paz en Colombia son referentes que deberían servir para no destapar la champaña antes de saber si habrá fiesta.
This post appeared on the front page as a direct link to the original article with the above link
.