Migration Forced by Horrific Poverty

Published in Prensa Libre
(Guatemala) on 20 September 2019
by Mario Antonio Sandoval (link to originallink to original)
Translated from by Madeleine Brink. Edited by Laurence Bouvard.
Guatemalan emigration to the United States is a painful phenomenon whose origins reach far into the past.

Recently, about four years ago, Barack Obama’s Democratic administration began to speak about the difficulty of absorbing Spanish-speaking immigrants. In some parts of the United States, as well as in some parts of Mexico, El Salvador and Honduras, this affirmation was interpreted as an exaggeration because this type of immigration has historically been seen as necessary and beneficial for all parties involved. American employers tended to look the other way when immigrants and their families had no documentation because then the businesses could pay these immigrants salaries below the minimum wage, thus earning more money and making product prices more attractive to consumers.

For years, undocumented workers were mostly of Mexican origin, but later, a greater number of people emigrated from the Northern Triangle (Guatemala, Honduras and El Salvador). As the Mexican economy began to improve, migration from Mexico slowed to a lower, but continuous stream of people. Simultaneously, emigration increased from other countries, like Colombia and Cuba, and those emigrants tended to settle in New England, in cities like New York. Meanwhile, emigrants from Guatemala and the other countries of the Northern Triangle also went north, often to cities like Chicago. In the case of farmworkers in the United States without documentation, the benefit of emigration to the United States consisted of earning better pay in comparison to what they could earn in their countries, even if such pay was substantially lower than American salaries.

The national economies of countries from which immigrants without documentation hail were beginning to improve. In Guatemala, large houses called remittance houses began to appear, and the look of towns started changing, such that neighborhoods of houses were built with no uniform design or style.

A new demographic is shaping some of the emigrant population in the United States: native people from South America. For example, a group of Huehuetecos moved to Florida to cut oranges. There, their children were born, and the children, like their parents, didn’t speak Spanish and could barely manage in English. At one point, when a crime was committed, English-speaking authorities needed to communicate. Authorities sent a Cuban American official to facilitate the communication in Spanish, but that failed. The authorities brought someone from Huehuetenango to interpret for the native Guatemalans, but the interpreter needed the ability to understand and explain legal terms. That, too, failed.

According to official data, the percentage of crime committed by Spanish-speakers in the U.S. is lower than that of English-speakers. But the need to find an enemy, one whose presence in the United States became the rallying cry of the last presidential campaign and has become the rallying cry of the current one, is in play.

It should be noted that official data also indicate that many Mexicans have returned to Mexico, and fewer are coming to the U.S., although still they enter.

The United States has lost its image as the country where immigrants are welcome.

At heart, it is the terrible economic situation of the Northern Triangle countries that forces people, who have literally no opportunities, to emigrate – to give themselves over to coyotes (human traffickers at the border), to attempt crossing an immense and often deadly desert, and, in the current political situation, to face the inhuman policy of separating parents from their children when they arrive at the now fenced off border.

In short, the Northern Triangle needs a type of Marshall Plan, adapted to the reality of the region, and that confronts systematic corruption. Many people in Guatemala have no option but to emigrate, aware of the pain of separating their families – spouses, children and parents. To me, those who suffer most are those children born in the United States to Guatemalan parents. If the parents are deported, these children cannot easily adapt to life in Guatemala because they don’t know their families, and because the way of life here is too different. Emigration is one of the most painful human dramas, especially when circumstances force it to happen, and when it will necessarily mean poor treatment and low wages, if wages are paid at all. Guatemala, sadly, is not a place where people can improve their condition.



La migración de los guatemaltecos hacia Estados Unidos, especialmente, es un doloroso fenómeno de larga data. Cuando hace algunos años, unos cuatro talvez, el gobierno presidido por el demócrata Barack Obama empezó a hablar de la dificultad de absorber a los emigrantes de habla hispana, tanto dentro de algunos sectores estadounidenses como de los de México, El Salvador y Honduras esa afirmación se calificó de exagerada, por considerarse necesaria y beneficiosa para todas las partes. Los empleadores estadounidenses se hacían de la vista gorda en muchísimas ocasiones acerca de la falta de documentos de los inmigrantes y sus familias porque en esa forma podían pagar sueldos menores al salario mínimo y con ello ellos ganaban más dinero y los precios al consumidor eran atractivos por ser menores.


Durante un largo lapso, se identificó a los trabajadores indocumentados con personas de nacionalidad mexicana, pero luego comenzó a aumentar la cantidad de personas de la ahora llamado Triángulo Norte. Conforme las condiciones económicas de México comenzaron a mejorar, se inició una paulatina disminución de ellos, mientras por otro lado aumentaban los emigrantes de otros países, como Colombia y Cuba, asentados en el área de Nueva Inglaterra (New York, por ejemplo) y en Chicago crecía el número de gente proveniente de Guatemala y los demás países de dicho triángulo, término acuñado hace poco. En el caso de los indocumentados haciendo labores agrícolas, sobre todo, el beneficio sigue consistiendo en recibir mejor paga en comparación con sus países, aunque fuera sustancialmente menor al del salario de los estadounidenses.

Las economías de los países de estos emigrantes indocumentados comenzaron a mejorar. Se generó la llamada “construcción de remesas”, debido a lo cual la fisonomía de las poblaciones cambio, convirtiéndose en una serie de casas sin una unidad de diseño. Supe de un caso. Un grupo de huehuetecos emigró para cortar naranjas en Florida donde nacieron sus hijos, quienes como sus padres, la mayoría no hablaban español y apenas balbuceaban el inglés. En una ocasión, a causa de un delito las autoridades angloparlantes necesitaban comunicarse con ellos y, ante la imposibilidad, enviaron a un funcionario de origen cubano, creyendo facilitar la comunicación en español. Falló. Trajeron de Huehuetenango a alguien para ser intérprete entre funcionarios e indígenas, quien además debía entender y explicar los términos legales. Otro fracaso.


Según datos oficiales, el índice de criminalidad de los hispanoparlantes es menor al de los “anglos”. Pero la necesidad de buscar un supuesto enemigo, cuya presencia en el país se volvió bandera de la anterior y actual campaña electoral, aunque cifras oficiales señalan el regreso de muchos mexicanos y la disminución de quienes entran, poco pero constantemente. Estados Unidos perdió la imagen de ser un país donde reinaba el criterio de recibir con fraternidad a los inmigrantes. Pese a todo, la terrible situación económica en el triángulo norte obliga a quienes , literalmente no tienen oportunidades, a enfrentarse a los desalmados coyotes, a los inhóspitos y mortales desiertos y ahora a la inhumana actitud de separar padres e hijos al llegar a la frontera hoy empalizada.
La migración de los guatemaltecos hacia Estados Unidos, especialmente, es un doloroso fenómeno de larga data. Cuando hace algunos años, unos cuatro talvez, el gobierno presidido por el demócrata Barack Obama empezó a hablar de la dificultad de absorber a los emigrantes de habla hispana, tanto dentro de algunos sectores estadounidenses como de los de México, El Salvador y Honduras esa afirmación se calificó de exagerada, por considerarse necesaria y beneficiosa para todas las partes. Los empleadores estadounidenses se hacían de la vista gorda en muchísimas ocasiones acerca de la falta de documentos de los inmigrantes y sus familias porque en esa forma podían pagar sueldos menores al salario mínimo y con ello ellos ganaban más dinero y los precios al consumidor eran atractivos por ser menores.


Durante un largo lapso, se identificó a los trabajadores indocumentados con personas de nacionalidad mexicana, pero luego comenzó a aumentar la cantidad de personas de la ahora llamado Triángulo Norte. Conforme las condiciones económicas de México comenzaron a mejorar, se inició una paulatina disminución de ellos, mientras por otro lado aumentaban los emigrantes de otros países, como Colombia y Cuba, asentados en el área de Nueva Inglaterra (New York, por ejemplo) y en Chicago crecía el número de gente proveniente de Guatemala y los demás países de dicho triángulo, término acuñado hace poco. En el caso de los indocumentados haciendo labores agrícolas, sobre todo, el beneficio sigue consistiendo en recibir mejor paga en comparación con sus países, aunque fuera sustancialmente menor al del salario de los estadounidenses.

Las economías de los países de estos emigrantes indocumentados comenzaron a mejorar. Se generó la llamada “construcción de remesas”, debido a lo cual la fisonomía de las poblaciones cambio, convirtiéndose en una serie de casas sin una unidad de diseño. Supe de un caso. Un grupo de huehuetecos emigró para cortar naranjas en Florida donde nacieron sus hijos, quienes como sus padres, la mayoría no hablaban español y apenas balbuceaban el inglés. En una ocasión, a causa de un delito las autoridades angloparlantes necesitaban comunicarse con ellos y, ante la imposibilidad, enviaron a un funcionario de origen cubano, creyendo facilitar la comunicación en español. Falló. Trajeron de Huehuetenango a alguien para ser intérprete entre funcionarios e indígenas, quien además debía entender y explicar los términos legales. Otro fracaso.


Según datos oficiales, el índice de criminalidad de los hispanoparlantes es menor al de los “anglos”. Pero la necesidad de buscar un supuesto enemigo, cuya presencia en el país se volvió bandera de la anterior y actual campaña electoral, aunque cifras oficiales señalan el regreso de muchos mexicanos y la disminución de quienes entran, poco pero constantemente. Estados Unidos perdió la imagen de ser un país donde reinaba el criterio de recibir con fraternidad a los inmigrantes. Pese a todo, la terrible situación económica en el triángulo norte obliga a quienes , literalmente no tienen oportunidades, a enfrentarse a los desalmados coyotes, a los inhóspitos y mortales desiertos y ahora a la inhumana actitud de separar padres e hijos al llegar a la frontera hoy empalizada.

Convertir a los indocumentados en amenaza nacional sólo se explica como una estrategia de la de hecho campaña política.
Mario Antonio Sandoval

En resumen, en el triángulo norte se necesita una especie de nuevo Plan Marshall, con las diferencias necesarias, entre las cuales destaca el ataque sistemático a la corrupción. La gente se ve obligada a salir, sabiendo de la segura separación familiar de quienes se van y dejan a cónyuges, parejas, hijos y padres. A mi juicio, el peor caso es el de los niños nacidos en Estados Unidos, de padres guatemaltecos. Al ocurrir una deportación y ser devueltos a Guatemala no pueden adaptarse fácilmente porque no conoce a su familia y las condiciones de vida son demasiado distintas. La emigración, por eso, es uno de los dramas humanos más dolorosos, sobre todo cuando es forzada y significa malos tratos, sueldos bajos –cuando los logran obtener–. Guatemala, tristemente, no es un lugar donde puedan lograr una mejor vida. .
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