The Biden administration has finally fulfilled a campaign promise to remove sanctions imposed by the Trump administration in 2019 that restricted visas, travel and shipping. It is a decision that restores United States policy established in a diplomatic project launched by Barack Obama between 2013 and 2016.
It is worth remembering that Donald Trump, Cuban American politicians and sectors within the Republican Party as well Cuba’s Communist Party in its seventh Congress of April 2016 ridiculed the project. The most stagnant element in Cuba and its extremist allies in Latin America and the Caribbean — above all, Bolivarian countries — rejected Obama’s normalization plan. In Cuba, it was called an “attack” and officially defined as a way of subverting the socialist system, which is more sophisticated than the traditionally confrontational approach by Washington.
It is essential to remember this now, because there will be an initially adverse reaction by Trump supporters to lifting sanctions. But, the “anti-Obamaism” of the official Cuban communities will soon show up again and sound an alarm about the polite strategy that they feel seeks the same thing as their opponents: to overthrow the regime.
That is, of course, an exaggeration, but it reflects well the anti-democratic core of the Cuban system. As you can see in the island's recently approved penal code, the “subversion” or “overthrow” of the system is a goal that Cuban law attributes to exercising one’s freedoms of association and expression in a way that directly questions the institutional and legal order of the island; i.e., exercising one’s right to question but not necessarily threatening to use violence or act illegally.
America’s return to diplomacy with Cuba, which one can hardly understand without the growing Latin American and Caribbean agreement to include the island in regional forums, is not based on ignorance about Cuba’s authoritarian structure. It is not seeking to hide repression and violation of human rights, as those who support Trump’s sanctions argue. It wasn’t the case with Obama and John Kerry, and it won’t be the case with Biden and Antony Blinken.
The Cuban government and its propagandists, on and off the island, know it and reiterate the old rhetoric against opening relations. The declaration from the Cuban Chancellor’s Office has downplayed the announcement. Once again, they will substitute the voices of those who don’t see another exit from this prolonged and exhausting confrontation. But very soon, as soon as the next Summit of the Americas, you will see, and not only from the United States government, that diplomatic normalization is not at odds with the defense of the democracy and respect for human rights.
Vuelta a la diplomacia con Cuba
Finalmente, el gobierno de Joe Biden ha cumplido su promesa de campaña y remueve las sanciones aplicadas a la isla por la administración de Donald Trump, que restringieron visas, viajes y remesas desde 2019. Se trata de una decisión que recoloca la política de Estados Unidos en la ruta del proyecto diplomático emprendido por Barack Obama entre 2013 y 2016.
Vale la pena recordar que ese proyecto no fue hostilizado sólo por Trump, el campo político cubanoamericano y sectores del Partido Republicano sino también por el Partido Comunista de Cuba, en su séptimo congreso de abril de 2016. Tanto la corriente más inmovilista dentro de la isla como sus aliados extremistas en América Latina y el Caribe, sobre todo, los inscritos en la línea bolivariana, rechazaron la normalización obamista. En Cuba se le llamó “ataque” y fue oficialmente definida como una manera de subversión del sistema socialista, más sofisticada que la del enfrentamiento tradicional de Washington.
Es preciso recordarlo ahora porque, en un primer momento, la reacción adversa al levantamiento de sanciones se concentrará en los partidarios de la política trumpista. Pero muy pronto, el antiobamismo de los sectores oficiales cubanos reemergerá y volverá a soltar la voz de alarma contra las buenas maneras de una estrategia que, a su juicio, busca lo mismo que su contraria: el derrocamiento del régimen.
Esto último es, por supuesto, una exageración, pero refleja muy bien el meollo antidemocrático del sistema cubano. Como puede leerse en el recientemente aprobado Código Penal de la isla, la “subversión” o “derrocamiento” del sistema es una finalidad que las propias leyes atribuyen a cualquier ejercicio de los derechos de asociación y expresión, que cuestione directamente el orden institucional y legal de la isla. Que lo cuestione, no que necesariamente atente en su contra por vías violentas o ilegales.
La vuelta a la diplomacia con Cuba, desde Estados Unidos, que difícilmente puede entenderse sin el creciente consenso latinoamericano y caribeño de integración de la isla a los foros regionales, no se basa en el desconocimiento de esa estructura autoritaria. No es una ruta para invisibilizar la represión y la violación de derechos humanos, como argumentan los partidarios de las sanciones trumpistas. No lo fue con Obama y Kerry y no lo será con Biden y Blinken.
El gobierno cubano y sus propagandistas, dentro y fuera de la isla, lo saben y afinan su vieja retórica contra la apertura. Algo se lee ya en la declaración de la cancillería cubana, que resta importancia al anuncio. Una vez más, se superpondrán y confundirán las voces de quienes no ven otra salida que esta confrontación prolongada y desgastante. Pero muy pronto, tan pronto como la próxima Cumbre de las Américas, se verá, y no sólo de parte del gobierno de Estados Unidos, que la normalización diplomática no está reñida con la defensa de la democracia y el respeto a los derechos humanos.
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