En un país federalista no puede haber unidad de criterios y lo que funciona en un Estado no necesariamente funciona en otros. Pero mientras unos Estados ven al futuro, otros se aferran al pasado.
Nadie sabe con certeza quién acuñó el nombre de Estados Unidos, pero un riguroso examen de la realidad muestra que la unidad que pregona el nombre no siempre se materializa. La desunión no aflora únicamente en el Congreso, donde demócratas y republicanos rara vez logran ponerse de acuerdo ni en la ríspida relación entre el Poder Ejecutivo y la Cámara de Representantes.
La ruptura es más notable en las leyes que rigen en los distintos estados que forman la Unión de un país en el que el federalismo es casi sagrado. Pero las leyes estatales son reflejo fiel de las actitudes predominantes en la mayoría de los votantes.
“California –me recordaba el politólogo David Ayón el otro día mientras preparaba un programa de radio con mi hijo Sergio C. Muñoz– va muy por delante del resto de los estados en temas que tienen que ver con políticas migratorias, control de armas, regulaciones ambientales, investigación con células madre y matrimonio entre personas del mismo sexo”.
Mientras que la legislatura estatal en Arizona aprueba leyes xenofóbicas que promueven la discriminación de “quienes parecen indocumentados, y en Alabama los indocumentados no pueden solicitar trabajo, ni rentar un cuarto, ni ir a la escuela, en California dos terceras partes de la fuerza laboral en la industria agrícola son indocumentados; los estudiantes indocumentados pueden ir a las universidades estatales y a partir del 2015 los conductores de autos podrán solicitar la licencia para conducir, independientemente de su estatus migratorio.
En lo referente al control de la venta de armas, California tiene las leyes más estrictas en todo el país. Curiosamente, ocho de los diez estados con las leyes de control de armas más débiles, entre ellos Luisiana, Arizona, Mississippi, Montana y Oklahoma, se encuentran entre los 25 estados con los índices de violencia más altos. Y en Alaska, en el 2010 murieron por arma de fuego 20 de cada 100.000 personas, es decir, el doble del promedio nacional.
Lo mismo sucede respecto a las leyes de protección del medioambiente, donde California aventaja por mucho al resto de los estados o a los que respetan el derecho de las personas a escoger a sus parejas sean heterosexuales, homosexuales o lesbianas.
No es una exageración decir que en California la tolerancia se ha vuelto una virtud porque es un estado que mira al futuro mientras que en muchos estados del país se intenta volver a un pasado donde reinaba el rencor, el resentimiento, la discriminación, el racismo y la intolerancia.
En el campus de la Universidad de Mississippi, a solo unos metros de un monumento en honor a los soldados confederados, está la estatua del primer estudiante negro de la universidad. James Meredith se inscribió en la Universidad en 1962 en medio de disturbios que dejaron un saldo de dos personas muertas.
Hace unos días, su estatua amaneció con una soga alrededor del cuello y con una bandera confederada del estado de Georgia. Un contratista declaró a la policía que esa noche había escuchado a unos hombres proferir insultos racistas cerca del monumento. Este tipo de sucesos se repiten constantemente, decía el editorial del periódico estudiantil de la Universidad y citaba ejemplos de cómo afloró el racismo afloró después de la reelección del presidente Obama en el 2012 y de cómo explotó el sentimiento homofóbico durante una función de teatro sobre la muerte de un estudiante gay de Wyoming.
Platicando sobre estos temas con mi hija Lorenza, me decía que si bien la desunión es un hecho, ella siempre ha entendido que la unión es una aspiración y como todo proceso tiene sus altibajos aquí y en el resto del mundo. Coincido con ella, pero cómo me gustaría que el resto del país se pareciera más a California.
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