Ningún científico se atrevería a vincular este verano interminable y seco al cambio climático, pero los números acumulados nos abrasan con el peso de la evidencia
Entre las múltiples muestras de pesadumbre por el monotema catalán, he oído y leído varias referentes al cambio climático, una de las grandes cuestiones que han quedado ocluidas por el largo y tortuoso procés. Y el procéspasará, pero las consecuencias ruinosas del calentamiento global seguirán agobiando a nuestros hijos y nietos por los siglos de los siglos. Las informaciones sobre las emisiones de efecto invernadero son en estos días carne de media columna en página par, como decimos en el gremio, y el trayecto de un expresidente catalán para llegar a ninguna parte merece más atención que los vectores que nos llevan a la destrucción de la civilización que conocemos.
Lamentablemente, mientras la discusión sobre lo obvio y las fuerzas centrífugas, irracionales y perversas acaparan la atención pública siguiendo la hoja de ruta de los idiotas, mientras nos dejamos caer pendiente abajo por la lógica de los excesos viscerales, mientras la realidad se deshace y se reconstruye como mito nacionalista y religioso, el nivel de CO² en la atmósfera acaba de alcanzar un máximo histórico.
Ningún científico se atrevería a vincular este verano interminable y seco al cambio climático. Pero los números acumulados en el espacio y el tiempo nos abrasan con el peso de la evidencia. Y aquí seguimos nosotros, discutiendo sobre fronteras retrógradas y fantasmas identitarios. Sandra León lo discutía ayer en esta página bajo el prisma de un concepto económico, el “coste de oportunidad”, que mide lo que has perdido por lo que no haces, evalúa tu miopía por centrarte en lo evidente y dejar de lado lo importante. Coste de oportunidad. Son listos los economistas.
Ahora que la Administración Trump ha destruido un consenso general entre los políticos y empresarios estadounidenses, que se habían tomado en serio el cambio climático no ya en tiempos de Obama, sino incluso en la última legislatura de doble uve Bush, mucha gente se siente pesimista sobre la política de emisiones de Estados Unidos y por extensión de la del resto del mundo. Ya no nos queda ni París, porque la cumbre estimulante de esa capital del mundo se ha visto tan humillada como sus predecesoras de Kioto y Copenhague. Todos sabemos qué hay que hacer, pero nadie tiene la fuerza para impulsarlo. Una vez que el gigante americano ha traicionado al mundo, ¿qué nos queda para imponer la racionalidad energética?
Es China, estúpido. Y también Alemania, el único poder cabal que puede exhibir hoy Occidente. Ese es el nuevo eje verde, y la esperanza del mundo.
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