Un circo es una función de entretenimiento donde suceden actos sorpresivos, inesperados y controversiales donde los actores se transforman esencialmente en aras del espectáculo. Y esto es lo que ha sucedido en las últimas semanas en el proceso de confirmación del juez Brett Kavanaugh para ocupar uno de los asientos en la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos, donde los senadores republicanos, específicamente el senador Lindsey Graham se han transformado en lacayos del presidente.
El bipartidismo que se ha gestado desde hace dos décadas, los discursos xenófobos y la polarización social desde que Trump se proclamó precandidato a la presidencia, son los factores para que en la sociedad estadounidense haya divisiones, incluso en el nivel familiar. En el congreso de Estados Unidos, los actores políticos operan cobrando cuentas sobre el pasado. No es por el apoyo de una agenda política, social o económica, sino por las cuentas políticas y resentimientos pendientes que se tienen entre los partidos, sin tomar en cuenta lo que es mejor para los ciudadanos.
Y es que los electores de estos congresistas, ya sea en el Senado o en la Cámara de Representantes, están secuestrados por la política de división animada por el discurso separatista de Trump, quien a su vez lo ha utilizado para capitalizarse en el poder. La creación de un enemigo común es parte de la práctica para la reafirmación política, pero en este caso de trata de que el enemigo es el conjunto de ciudadanos que no están de acuerdo con el presidente.
Mientras Trump estuvo en campaña atacó a los diecisiete precandidatos republicanos que buscaban la nominación, disminuyéndolos y burlándose de ellos, tanto en los debates mediatizados, como en sus mítines. Entre ellos estaba el senador por Carolina del Sur, Lindsey Graham. Trump llegó a burlarse de él, incluso publicando su número telefónico en twitter y en cartelones en sus actos de campaña, provocando que lo llamaran incesantemente para atacarlo. Durante ese proceso, Graham llegó a decir en televisión que “Trump se vaya al infierno”. Incluso expresó que tener que escoger entre Trump y Ted Cruz, sería como “tener que escoger entre morirse de un balazo o de envenenamiento”.
Ese es el senador Lindsey Graham, quien llegó a ser el mejor amigo de John McCain, el cual acaba de fallecer hace un par de meses y quien pidió que Trump no asistiera a ninguno de los actos de su funeral. McCain siempre fue considerado la voz de los republicanos racionales, moderados y con un sentido social. Sus decisiones políticas, aunque dentro de la ideología republicana, lo caracterizaron por separarse de la manada partidista y actuar basándose en su propia consciencia.
McCain siempre reconoció el valor que tiene Estados Unidos como potencia mundial. Apoyó la consolidación de las instituciones internacionales como la OTAN, o de los tratados y acuerdos internacionales que colocan a su país como líder. Nunca cuestionó la cercanía de su país con sus aliados históricos, ni la conformación global como vehículo de convivencia internacional. Ahora, sabemos que, en su discurso, Trump es todo lo contrario. Combate a todas esas entidades y a sus líderes que, en esencia, contribuyen a una interacción internacional racional basada en la política y la cordialidad.
Graham encontró en la cercanía con McCain, que era una voz influyente, una vía para tener mayor visibilidad política y sobre todo mediática. Y los medios, por su parte, encontraron en Graham una posición combativa que fuera la postura republicana, así que ahora ha consolidado su presencia en televisión y otros medios de comunicación. Hoy en día, ese Graham influyente y mediático, parece dejar de ser amigo de McCain, para convertirse en un servidor incondicional de Trump.
El senador Graham jugó un papel primordial en el combativo y controversial proceso de confirmación del juez Brett Kavanaugh para ocupar un asiento en uno de los tres poderes constitucionales: el poder judicial, cuya cumbre es la Suprema Corte. Los nueve jueces que conforman la Suprema Corte son nominados por el presidente y confirmados por el Senado y tienen la característica de ser vitalicios, por lo que la elección de un juez puede darle una inclinación ideológica a este poder que no es elegido por la ciudadanía.
Lo que nos dejó ver el circo de la confirmación por parte del Comité Judicial del Senado, es una división partidista, que no se basa en la política, ni en la ideología, ni en los valores, sino en complacer al presidente y corresponder con un discurso de división y venganza. Lamentablemente hoy, el Congreso es del mismo partido que Trump y por lo tanto los republicanos ven la posibilidad de nombrar a un juez que le dé esa inclinación a la Corte.
No importaron las declaraciones convincentes de la Dra. Christine Blassey Ford, quien tuvo el valor de denunciar un penoso evento que expone al nominado involucrado en un acto delictivo. No importaron las respuestas confrontantes y ofensivas del juez Kavanaugh a los senadores demócratas que lo interrogaron. No importó la evidente muestra del carácter que lo descalificaba para el puesto. Ni tampoco importaron las protestas de la sociedad civil o el reclamo del movimiento #metoo. Lo que importaba era confirmarlo a toda costa.
Lo que vimos en el proceso, es un desdén por los valores políticos, morales, de capacidades o de carácter del nominado. Lo que vimos es una confrontación partidista que corresponde con el discurso de un presidente que no tiene empacho en atacar o humillar a sus “enemigos políticos” y que los senadores que votaron a favor están esperando una compensación política, particularmente en el momento electoral que se avecina. Lo que vimos en el circo de confirmación, fue a un senador Lindsey Graham alterado gritando que la actuación de los demócratas era “un infierno”.
A Graham ya se le olvidó que Trump lo ofendió, avergonzó e intimidó. La ideología pragmatista para algunos ha ido demasiado lejos, en el afán de escalar políticamente. Graham ya es amigo de Trump en sus rondas de golf, es su enviado a defenderlo ante los medios y cualquier otra situación. Tal vez pronto veremos al senador ocupar un puesto en el gabinete, el cual podría ser el de Procurador, o tal vez en su camino a la reelección, Trump podría colocarlo en un puesto más alto.
El asiento donde ya se instala el nuevo juez, estuvo ocupado por otro ubicado en el centro ideológico y cuyo voto casi siempre era el definitorio. Pero además para Trump, la confirmación de Kavanaugh es instrumental, ya que, con una resolución de la Corte, se podría considerar como improcedente el proceso de investigación que se le hace por la intervención de Rusia en las elecciones y con ello, Trump quedaría sin acusación.
Con el recién estrenado juez, ahora la Suprema Corte se inclina pronunciadamente a la derecha, dejando pocos espacios de negociación judicial. Ese tercer poder constitucional que los padres fundadores vislumbraron como imparcial, ahora cambia y sus efectos se verán reflejados por las siguientes décadas, que mucho se deberá a la intervención del senador del infierno.
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