Trump and the Nuclear Treaty with Russia

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Trump y el tratado nuclear con Rusia

Donald Trump anunció hace diez días, en plena crisis por el caso Khashoggi y la reacción norteamericana a este, que EE.UU. se retiraría del acuerdo antinuclear suscrito con Rusia en 1987. El llamado tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por sus siglas en inglés) fue firmado por Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov dos años antes de que cayera el muro de Berlín. Y fue calificado de histórico porque atenuó la guerra fría. Según dicho pacto, los dos países –que aún poseen el 90% del armamento atómico– se comprometían a eliminar los misiles balísticos y de crucero nucleares con radio de actuación entre 500 y 5.500 kilómetros.

La necesidad de contener la carrera armamentista está hoy tan vigente como entonces. Pero es obvio que la coyuntura global ha cambiado. En términos generales, porque el supuesto fin de la historia teorizado por Francis Fukuyama en 1992, cuando el colapso de la Unión Soviética propició una supremacía estadounidense que parecía incontestable, ha dejado paso a una situación multipolar, en la que Rusia ha recuperado terreno y China se ha transformado en un gigante muy ambicioso. En términos particulares, la coyuntura también ha cambiado, en particular en lo referente al cumplimiento de lo acordado en el INF. Ya el presidente Obama denunció que Rusia estaba vulnerándolo. Y ahora es Trump quien lo denuncia, yendo más allá y adelantando el abandono de su compromiso de 1987.

Es más que probable que la coyuntura actual aconseje una revisión del INF o, mejor dicho, una puesta al día: los diversos arsenales nucleares que hay en el mundo han evolucionado. Aunque para ello, obviamente, haría falta un nivel de entendimiento entre EE.UU. y Rusia que actualmente no se da. Pero una cosa sería redefinir de común acuerdo el tratado, para adaptarlo a la nueva realidad, y otra muy distinta es, so pretexto de incumplimientos, abandonarlo unilateralmente. Las consecuencias de esta última decisión, que es la defendida por el actual consejero de Seguridad Nacional de EE.UU., el halcón John Bolton, encargado de comunicárselo a Putin el pasado martes en Moscú, podrían ser contrarias a las deseadas.

Lo primero que hay que subrayar es que el desarme nuclear es un objetivo tan deseable hoy como hace 31 años. Y, como entonces, no lo es sólo por cuestiones éticas, que también, sino por otras estrictamente pragmáticas. Nos puede ir la vida en ello. Lo segundo es que el abandono norteamericano del INF dejará a Rusia las manos libres para proseguir su carrera armamentista sin ningún tipo de constricción. Y lo tercero es que permitiría a Rusia señalar a EE.UU. como el principal causante de una nueva carrera armamentista. No parece que semejante resultado pueda ser calificado de positivo. Y, por tanto, no da la impresión de que la decisión del actual presidente norteamericano esté bien meditada.

En los casi dos años que lleva en la Casa Blanca, Trump ha actuado a veces como una veleta: las decisiones que proclama un día a bombo y platillo, cual ejes de su mandato, pueden ser anuladas al poco. Ojalá fuera este el caso de su anunciado abandono del INF. Pero, si siguiera adelante, el asunto es lo suficientemente grave como para que Europa y los países aliados de EE.UU. redoblen su presión sobre Trump, en pos de una solución más sensata para conjurar la amenaza nuclear. Quizás haya que poner al día el INF. Pero abandonarlo, sin más, podría reportar más daños que beneficios.

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