Incoherence as a Weapon

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La incoherencia como arma

La única coherencia de la política de Trump hacia Irán, Afganistán y Corea del Norte es la obtención de una victoria diplomática antes de noviembre de 2020 para conseguir un segundo mandato

Si hacía falta una prueba de la derrota de la diplomacia en la era de la brutalidad digital, ésta la ha proporcionado Kim Darroch, el ya dimitido embajador británico en Washington, con la revelación de sus mensajes sobre Donald Trump, tan exactos en sus contenidos como insoportables para el narcisista en jefe que se halla instalado en la Casa Blanca. En la actual política internacional apenas se puede garantizar el secreto diplomático y hay en cambio barra libre para dirigentes como Trump en el uso de las redes sociales, ya sea para comunicarse con otros mandatarios, ya para difundir mentiras o insultar a quienes le critican.

Entre las abundantes inconveniencias que han conducido a la dimisión del primer embajador (Washington) de la primera diplomacia (Foreign Office) se hallan sus consideraciones sobre la política trumpista respecto a Irán, a la que califica de “incoherente y caótica” y de difícil corrección en un inmediato futuro. Darroch describe las horas posteriores al derribo de un avión no tripulado de Estados Unidos por parte de Irán como de “desorden y confusión”, sobre todo cuando Trump abortó la orden de ataque a instalaciones iraníes. El presidente, según su narración, tiene “aversión a las aventuras militares” y atendió, sobre todo, a las consecuencias para sus expectativas electorales en 2020, pero no hay que descartar un nuevo giro que desencadene un conflicto bélico.

Nada refleja mejor la incoherencia de la política exterior estadounidense como la contradicción entre las negociaciones personales de Trump con Kim Jong-un, el líder norcoreano con el que se ha entrevistado en tres ocasiones, la última el pasado 30 de junio, y la reiterada intransigencia respecto a Irán. Corea del Norte tiene todos los elementos para fabricar e incluso lanzar una bomba nuclear con misiles de alcance transatlántico, mientras que Teherán solo ha reanudado su programa civil de enriquecimiento de uranio por encima de los niveles prohibidos, como reacción a la ruptura unilateral del acuerdo nuclear por parte de Washington y a la imposición de nuevas sanciones, acompañadas de un bloqueo en la venta de petróleo. La incoherencia, en el caso de Trump, es una política. El presidente acusa a los iraníes de terroristas, pero está negociando en Qatar con una de las mayores matrices del terrorismo, como son los talibanes, todavía activos en sus atentados, con el objetivo de sacar todas las tropas estadounidenses de Afganistán después de 18 años de ocupación.

La animadversión hacia Irán no se debe a su actividad terrorista ni a la proliferación nuclear, sino al interés de sus aliados, Israel y Arabia Saudí, los rivales estratégicos de la región, y a la destrucción del legado internacional de Obama, que lucía especialmente en el acuerdo nuclear y en la incorporación de Teherán a la comunidad internacional.

La única coherencia de esta triple y divergente política hacia Irán, Afganistán y Corea del Norte es la obtención, al menos, de una victoria diplomática antes de noviembre de 2020 que propulse a Trump hacia el segundo mandato.

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