Joe Biden, el 46º presidente de los EE.UU., asumió su mandato en una nación que, aún hoy, sigue convulsionada por los inéditos y violentos ataques al Capitolio registrados a principios de este mes, precisamente cuando ese cuerpo se aprestaba a certificar la victoria del nuevo mandatario.
Biden recibe el país inmerso en una problemática compleja. En primer lugar, la crisis sanitaria provocada por la pandemia de coronavirus, desatendida hasta último momento por su predecesor, Donald Trump, pese a que ya ha provocado 400.000 muertes en los EE.UU. En segundo término, la necesidad de unificar una nación profundamente dividida, como pocas veces lo ha estado en su historia. Tercero, gestionar eficazmente un gobierno que deberá recuperar la normalidad institucional plena y hasta la propia civilidad, extraviadas lamentablemente por las patológicas y desafiantes acciones de Trump, llevadas hasta el límite de ausentarse en el acto protocolar de traspaso de mando.
Con presteza, el nuevo mandatario firmó 17 directivas en temas tan diversos como salud pública, financiamiento federal a estudiantes, inmigración, energía y clima, con el reingreso en este último punto al Acuerdo de París, largamente vapuleado por Trump.
Pero quizás la tarea más imperiosa sea la de reinsertar a los EE.UU. en el concierto de las naciones, normalizando su frontera sur, asediada por miles de centroamericanos que pugnan por ingresar al país en procura de un futuro mejor. Será necesario también abandonar el proteccionismo impulsado por su predecesor en el cargo, aunque habrá que esperar por cuanto el propio Biden abrió un signo de interrogación al anunciar que promulgará un novedoso régimen de “compre nacional”, cuyo contenido aún no fue precisado.
Con un marcado llamado a la unidad nacional, Biden anunció que defenderá las virtudes esenciales que signaron la historia norteamericana: igualdad de oportunidades, libertad, dignidad y respeto por el otro.
En momentos en que el racismo parece haber resurgido en su país, el nuevo presidente deberá emprender una ardua tarea para erradicarlo.
Biden es un hombre de firmes convicciones religiosas, un católico practicante. Es el segundo mandatario católico de su país después del malogrado John F. Kennedy. Por esto, no sorprende que, con el simbolismo del caso, haya jurado sobre la Biblia utilizada por su familia en sucesivas ceremonias litúrgicas, desde 1893.
Biden conoce bien nuestra región. Hasta el momento, no hubo señales concretas de que considere la posibilidad de acciones inmediatas respecto de esta parte del continente.
Sin ninguna duda, será también un desafío para la Argentina procurar un trabajo conjunto con la nueva administración norteamericana, tendiente a cimentar y hacer crecer una relación lo más enriquecedora posible.
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