No, Thanks, I’m a Satanist

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No, gracias, soy satanista

El documental ‘Heil, Satan?’ propone el debate sobre la influencia del cristianismo en EE UU, pero también contiene una reflexión involuntaria sobre los límites de la sátira

Cuando los testigos de Jehová llamaban puerta a puerta aprendí a quitármelos de encima contestándoles: “No, gracias, en esta casa somos satanistas”. Era la respuesta más disuasoria, pues no estaban entrenados para reaccionar. Si les decías que eras ateo o incluso si te mostrabas hostil y malencarado, tenían un repertorio de réplicas instantáneas para colarte un folleto. Ante el satanismo no sabían qué hacer. Mientras callaban pasmados, podías cerrarles la puerta sin violencia, como dictan los cánones de la cortesía satánica.

Uno de los miembros del Templo Satánico que participa en el documental Heil, Satan? (Filmin) dice que ser satánico es más divertido que ser ateo. El ateísmo es un muermazo sin ritos ni jaranas. Con el satanismo se hacen amigos y se escandaliza a los más beatones del pueblo.

La directora Penny Lane cuenta en serio una historia que parece broma: la creación de una religión satanista que predica tolerancia y libertad. La reacción de tertulianos, periodistas y políticos cristianos ante sus actos y declaraciones es muy parecida a la de mis testigos de Jehová.

El Templo Satánico quiere incitar un debate sobre la influencia tóxica del cristianismo en la democracia de Estados Unidos, pero la película contiene también una reflexión involuntaria sobre los límites de la sátira. No hablo de los límites del humor, sino de su capacidad transformadora. Me explico: no sé si el Templo Satánico inspira ese debate sobre la libertad religiosa o se estanca en una dialéctica sin resolución entre ofensores y ofendidos. Mi satanismo solo aspiraba a despachar a los pelmas, y aunque el suyo es muy espectacular y divertido, no creo que lleve a ningún fanático a cuestionar su fanatismo. Parece que la sátira, al contrario que las religiones, solo predica sobre convencidos. Nos reímos mucho con ella, pero, cuando acaba la función, nada ha cambiado.

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