For many, Yankee imperialism forms part of the reality that greatly characterizes our daily lives and essence as a continent.
This fact has led some to accept Yankee imperialism as the sole explanation to all the awful suffering in our Latin American and Caribbean villages. Instead of attempting to understand the historical elements that have made this suffering possible, these people are satisfied with a simplistic view that does not explain the causes of the underdevelopment to which we seem condemned without chance of redemption.
Gringo imperialism has been evident since the end of the 19th century, and has resulted in an endless aftermath of military interventions (direct and indirect), coups, economic sanctions, abductions, assassinations and disappearances of leaders and popular fighters.
All of these actions conform to a vast range of tactics and strategies directed to assure Washington's, and its grand transnational corporations’, hegemony and control over the Latino-Caribbean markets, diverse natural resources and subordinate national sovereignties; which they allow only to a certain extent. In other words, in order to not affect their power within our countries, they will allow only some traces of nationalism and independence.
The strategy of greatest consequence put in place by the dominant United States, though, is their cultural influence, which is in a war to the death against the villagers’ resistance. This is a war on a global scale, earning them the monopoly over all means of information and reducing everything to their one vision of the world. This war is forcing the adoption of the so-called “American way of life,” in a process of cultural Darwinism that disregards, with the arrogance characteristic of the Yankee, the existing cultural diversity in Latin America and the Caribbean.
In this way, our “underdeveloped” societies maintain a foothold between the “modern” (i.e. gringo) and the aboriginal culture. As a result of this situation, the victims of this constant alienation end up ashamed of everything that relates to Latin American and Caribbean culture, and, thus, turn to other cultures. These people imitate individuals in the Anglo-Saxon North, even if the North Americans see them as very ignorant for emulating U.S. style.
According to its neoliberal concept of economic globalization, Yankee imperialism sees all expressions of independence and cultural identity in villages as constituting a grave threat to the success of its plans to control territory, basic resources and global markets. The Yankees are engaged in a low intensity war that is backed by most of the broadcast media. National businessmen, with extensive American capital, control this media and therefore, shape the values that form people's national character.
The leaders of Washington are very conscious of this and recognize that the cultural movements of our villages are clear manifestations of resistance against their domineering actions. These cultural movements promote more than just awareness; they also promote profound revolutionary feelings. Contributing to a better understanding of reality, these new cultural tendencies have caused Latin America and the Caribbean to realize that it is necessary to prevent the stronger force from winning this war of cultural resistance.
Una guerra a muerte contra la resistencia de los pueblos
Para muchos, la realidad del imperialismo yanqui sobre nuestra América forma parte del realismo mágico que caracteriza grandemente nuestra cotidianidad y nuestra esencia como continente.
Esto ha logrado que el imperialismo yanqui sea percibido por algunos como la excusa recurrente de la gente de izquierda para explicar todos los males sufridos por nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños, sin molestarse en conocer a profundidad los elementos históricos que lo han hecho posible, contentándose con una visión simplista que no termina de explicar las causas del subdesarrollo al cual pareciéramos estar condenados sin redención alguna. Sin embargo, las acciones del imperialismo gringo se evidencian desde finales del siglo XIX y a todo lo largo del siglo XX, extendiéndose hasta hoy, con una secuela aparentemente interminable de intervenciones militares (directas e indirectas), golpes de Estado, bloqueos económicos, secuestros, asesinatos y desapariciones de dirigentes y luchadores populares, todo lo cual conforma una vasta gama de tácticas y estrategias dirigidas a asegurarle a Washington y sus grandes corporaciones transnacionales la hegemonía y el control de los mercados latino-caribeños, de los diversos recursos naturales indispensables y de las soberanías subordinadas de nuestras naciones, a las cuales sólo se les permite, hasta cierto nivel, algunos asomos de nacionalismo e independencia que no afecten el orden imperante.
No obstante, la estrategia de mayor consecuencia puesta en práctica por la clase dominante de Estados Unidos, aquella que es menos visible, pese a todo el despliegue militar y las imposiciones políticas y económicas que suelen marcar la relación de éstos con nuestra América, está representada por la transculturización, en una guerra a muerte contra la resistencia de los pueblos, ya no únicamente a escala continental sino también mundial, valiéndose para ello del dominio monopólico y oligopólico de los diferentes medios de información, reduciendo todo a una única visión del mundo en que vivimos y a la adopción inducida del llamado “american way life”, en una especie de darwinismo cultural que desconoce (con la prepotencia que le es característico) la diversidad cultural existente.
De esta forma, nuestras sociedades “subdesarrolladas” mantienen latente una paradoja entre la cultura “moderna” (léase, gringa) y la cultura autóctona (refiriéndonos con ello no únicamente a las expresiones de nuestras primeras naciones indígenas, sino además a la amalgama resultante de las mezclas étnicas y culturales producidas desde el momento de la invasión europea a estas tierras hasta los días actuales). De esta suerte, las víctimas de esta alienación constante terminan por avergonzarse de todo lo relacionado con la cultura popular y prefieren pasar por cultos, asumiendo como propios los patrones de conducta reinantes en el norte anglosajón, no importa que ello les haga ver como verdaderos ignorantes, al imitarlos torpemente.
Según su concepción neoliberal de globalización económica, para el imperialismo yanqui toda expresión de independencia, autodeterminación e identidad cultural entre los pueblos de nuestra América y del resto del planeta constituye una grave amenaza para el éxito de sus planes hegemónicos, de control territorial de recursos básicos y mercados, en una guerra de baja intensidad que es secundada por la mayoría de los medios de comunicación controlados por empresarios nacionales que, por otra parte, están asociados a los grandes capitales estadounidenses; forjándose, en consecuencia, la degradación persistente de la autoestima y demás valores que resaltan su carácter nacional. De ello están muy conscientes los jerarcas de Washington, pues reconocen tácitamente que los movimientos culturales de nuestros pueblos son claras manifestaciones de resistencia ante su acción depredadora y avasalladora. Esto impone la activación de tendencias culturales que promuevan en lo inmediato una mayor toma de conciencia, con profundo sentido revolucionario, de manera que contribuyan a una mejor comprensión, creadora y re-creadora, de la realidad circundante y a evitar que, en esta guerra a muerte contra la resistencia cultural de nuestros pueblos triunfe el más fuerte.
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This isn't a moment for partisanship. It's also not a moment for division. And it’s certainly not a moment to cherry-pick which incidents of political violence count and which do not.
If the Green Party or No Labels candidates steal enough votes from Biden, they will go down in history as the idiot narcissists who helped Trump return to power and possibly finish off U.S. democracy.