Change of Course

Published in El Comercio
(Peru) on 5 July 2015
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Translated from by Courtney Cadenhead. Edited by Laurence Bouvard.
North American economist Milton Friedman said that a society's economic arrangements play a dual role in promoting freedom. First of all, economic freedom is an essential part of personal freedom, and, therefore, it is an end in itself. Secondly, according to Friedman, economic freedom is an indispensable step towards political freedom. Although the paths to economic freedom and political freedom are not exactly the same, we are essentially talking about only one type of freedom. The ability to choose, without coercion, what to produce and what to finance is not fundamentally different than choosing which political program to support with your taxes. In Cuba, economic freedom, despite gaining momentum, still has not been able to open the door to the political freedom that the locals need, but, little by little, the situation could change.

For more than five decades, the Caribbean nation has lived with a fierce communist dictatorship, with a government that has plunged its residents into anachronistic, international ostracism. Cuba is a country in which the Castro brothers determine practically every aspect of life and in which dissidence and criticism are still not permitted.

Despite the harsh repression, Barack Obama's administration recently decided to resume diplomatic relations with Cuba and leave behind years of economic embargo and political isolation. Without a doubt, the decision was historic for Obama's feeble government, and it might be one of his greatest legacies.

The relaxation of Cuba's economic conditions will not be enough to move the island towards a true democracy, especially since the conditions demanded by the United States to resume relations were not substantial, but it may move the island in the right direction. The embargo, imposed half a century ago with the alleged purpose of weakening the Cuban government, has actually and principally undermined the economies of Cuban families and supplied the Castrists with, on the one hand, a justification for their weak efforts as governors and, on the other, a motive for national union against an "external enemy."

Several reforms in Cuba timidly indicate greater economic freedom. The mobile telephone, almost nonexistent until recently, now has more than three million users; the automobile and property markets have relaxed; and, between this year and next, more than 3,000 restaurants will become privately managed. The hope is that these changes in economy and connectivity will empower Cuban citizens, give them a greater understanding of their civil rights and, eventually, create a demand for political reform.

Of course, there is also the risk that this relaxation will somehow legitimize the Castro dictatorship and strengthen its power even more. However, after more than half a century of communist regime and failed attempts to shut down the Cuban administration, it would be foolish not to think about creating a different path to facilitate the way for Cuban families to discuss ideas, organize themselves and advance economically. Only when Cubans begin to feel responsible for their own destiny will they have the incentive to demand a voice in their government and representation from their authorities.

In fact, the state's role is to preserve individuals’ freedoms, protecting them from those who would intimidate them, including, on many occasions, the governments in power. Thinking about Cuba's situation and many more, John F. Kennedy's maxim about citizens' responsibility to their country could be restated in a way that we do not ask ourselves what we can do for our country, but rather what we can achieve through our governments as free citizens. That will be, in the end, the true measure of our community's political progress and the great Cuban victory.


El economista norteamericano Milton Friedman decía que los arreglos económicos en una sociedad juegan un papel dual en la promoción de la libertad. En primer lugar, las libertades económicas son por sí solas un componente fundamental de las libertades personales y, por tanto, un fin en sí mismas. En segundo lugar, las libertades económicas serían –según Friedman– un medio indispensable hacia la libertad política. Y si bien los caminos para conseguir las libertades económicas y las libertades políticas no exactamente son los mismos, en el fondo estamos hablando de un solo tipo de libertad. Elegir sin coerciones qué producir y qué financiar no es fundamentalmente distinto de la elección sobre cuál programa político apoyar con tus impuestos. En Cuba, las libertades económicas –a pesar de estar ganando impulso– aún no logran abrir paso a las libertades políticas que los locales necesitan, pero poco a poco el panorama puede cambiar.

La nación caribeña es, en la práctica y desde hace más de 5 décadas, una feroz dictadura comunista, cuyo gobierno ha sumido a sus habitantes en un ostracismo internacional anacrónico. Es un país en donde los hermanos Castro deciden prácticamente todos los aspectos de la vida en la isla, y donde el espacio para la disidencia y la crítica aún está vedado.

A pesar de la cruda represión, la administración del presidente Barack Obama decidió hace poco retomar relaciones diplomáticas con Cuba, y de esa manera dejar atrás años de embargo económico y aislamiento político por parte de la primera potencia del mundo. La decisión, sin lugar a dudas, ha sido histórica para el debilitado gobierno de Obama, y será quizá también uno de sus mayores legados.

La flexibilización de las condiciones económicas con Cuba no será suficiente para movilizar a la isla hacia una democracia real –máxime cuando las condiciones demandadas por EE.UU. para retomar las relaciones no fueron sustantivas–, pero puede mover a la isla hacia la dirección correcta. El embargo impuesto para presuntamente debilitar al Gobierno Cubano a mediados del siglo pasado tuvo como consecuencia principal socavar la economía de las familias cubanas y proveer a los castristas de, por un lado, una justificación para su pobre desempeño como gobernantes y, por otro, un motivo de unión nacional contra el “enemigo externo”.

Tímidamente, algunas reformas en Cuba apuntan hacia mayores libertades en el campo económico. La telefonía móvil –hasta hace poco casi inexistente– habría superado ya los tres millones de usuarios, los mercados de autos e inmuebles se han flexibilizado, y entre este año y el próximo más de 3.000 restaurantes pasarán a ser administrados por privados. La esperanza es que estos cambios en materia económica y de conectividad posibiliten un empoderamiento de los ciudadanos cubanos, una mayor conciencia de sus derechos civiles y, eventualmente, una demanda por la reforma política.

Por supuesto, existe también el riesgo de que estas flexibilizaciones le den un respiro a la dictadura de los Castro que de alguna manera legitime su gobierno y los afiance aun más en el poder. Sin embargo, luego de más de medio siglo de régimen comunista y de los fallidos intentos por ahogar a la administración cubana, no es insensato pensar en ensayar un camino diferente que facilite a las familias cubanas los medios para discutir ideas, organizarse y progresar económicamente. Solo en la medida en que los cubanos empiecen a ganar esferas en las que hacerse responsables de su propio destino tendrán los incentivos para reclamar por voz y representatividad de parte de sus autoridades.

El rol del Estado, de hecho, es preservar las libertades de los individuos protegiéndolos de aquellos que desean coaccionarlos, incluyendo –en varias ocasiones– a los gobiernos de turno. Pensando en el caso de Cuba y en muchos más, la máxima de John F. Kennedy sobre las responsabilidades de los ciudadanos respecto a sus países podría ser replanteada de forma que no nos preguntemos qué podemos hacer nosotros por nuestra nación, sino qué podemos lograr como ciudadanos libres a través de nuestros gobiernos. Esa será, a fin de cuentas, la verdadera medida del progreso político de nuestros pueblos y la gran victoria de los cubanos.
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