Barack Obama will finally visit Spain before the end of his term. He follows the tradition of U.S. presidents that have always visited Spain since we reinstated democracy. The complicated political calendar in Spain forces the American president to land in our country on July 9, just two weeks after the repeated general election. He'll be greeted by a government busy reorganizing itself and, probably, a country waiting on negotiations for a new executive branch, something Spanish political parties haven't been able to establish since last December. But this doesn't diminish the importance of the visit. At this particularly confusing moment in our history, we have a reminder of Spain's role in the world and who our allies are.
It's true that this visit is well overdue. It was eight years ago when Obama – who was in Spain in 1988 as a 26-year-old backpacker – came into the White House and visited 13 European countries, but never ours. And it's true that Spain is not exactly at the top of the list of the U.S.' foreign policy agenda. Secretary of State John Kerry, for example, visits the UK and France about 20 times for every one visit to Spain.
But while the public profile remains low, both countries have significantly strengthened their bilateral relationship under Obama. The close cooperation among the countries' intelligence agencies is well known in the fight against terrorism. And Spain has become a top ally for Washington by allowing deployment to the anti-missile bases of Rota and Moron, crucially important to U.S. military strategy and its ability to fight terrorism in Africa.
On the ideological front, Obama's presidency, with its progressive economic and social agenda and hesitancy to use military force, has served to weaken some of the left wing's anti-American stereotypes and some of the right wing's blind pro-Americanism. All in all, the first black president of the most powerful democracy in the world has managed not to let that serve as a factor of division – yet another – among Spain's society and political class, leaving behind the internal confrontations that marked the era of Bush.
Obama arrives in Spain just 11 days before the Republican convention in Cleveland, which will announce Donald Trump as their candidate for presidency of the United States. A man that threatens to profoundly alter Washington's relationship with its allies, which includes Spain, along with a healthy relationship that should be preserved on both sides of the Atlantic.
Finalmente Barack Obama visitará España antes de terminar su mandato. Lo hace siguiendo una tradición de los presidentes de EE UU, que siempre han visitado nuestro país desde que se reinstauró la democracia. El complicado calendario político español hará que el mandatario estadounidense aterrice en nuestro país el 9 de julio, apenas dos semanas después de la repetición de las elecciones generales. Obama se encontrará, pues, con un Gobierno en funciones y, probablemente, con un país pendiente de nuevas negociaciones para la formación de un Ejecutivo, algo que los partidos políticos españoles llevan sin conseguir desde el pasado diciembre. Pero esto no disminuye la importancia de la visita. En un momento de especial confusión como el que atraviesa la política nacional no está de más un recordatorio del papel que España juega en el mundo y de quienes son nuestros aliados.
Es cierto que este viaje se ha demorado demasiado pues hace ya ocho años que Obama —quien ya estuvo en España en 1988, cuando tenía 26 años y era un joven mochilero— llegó a la Casa Blanca y en ese tiempo ha visitado 13 países europeos, pero nunca el nuestro. Y también es verdad que en la agenda de la política exterior estadounidense, al menos en lo que a visitas se refiere, España no ha estado precisamente en lo alto de la lista. Baste como ejemplo que el actual secretario de Estado, John Kerry, haya estado casi una veintena de veces en Reino Unido y Francia por una en España.
Pese a este perfil público tan bajo, lo cierto es que durante la presidencia de Obama ambos países han profundizado su relación bilateral de forma muy significativa. En materia antiterrorista, es conocida la estrecha cooperación entre los servicios de inteligencia de ambos países. Y en cuestiones de seguridad y defensa, España se ha convertido en un aliado de primer orden para Washington al permitir el despliegue en las bases de Rota y Morón del escudo antimisiles, de crucial importancia estratégica para EE UU, y de la fuerza de acción rápida para intervenir contra el terrorismo en África.
En el plano ideológico, la presidencia de Obama, con su perfil progresista tanto en materia económica como social, junto con sus reticencias al empleo de la fuerza militar, ha servido para desactivar los estereotipos habituales en la izquierda, antiamericanista de principio, y la derecha, anclada en un proamericanismo acrítico. Con sus luces y sus sombras, el mandato del primer presidente negro de la democracia más poderosa del mundo ha logrado que ese no sea un factor de división —otro más— entre la clase política y la sociedad españolas, dejando atrás los enfrentamientos internos a costa de EE UU que marcaron la era Bush.
Obama llegará a España apenas 11 días antes de que se abra en Cleveland la convención republicana que proclamará a Donald Trump candidato a la presidencia de Estados Unidos. Un hombre que amenaza con alterar profundamente la relación que tiene Washington con sus aliados, entre los que se encuentra España. Una relación normal y que desde ambos lados del Atlántico debe preservarse de esta manera.
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