The year that ended has not been the best for the South American region. The social successes over the last decade, including the lifting of almost 100 million people out of poverty, are threatened by low levels of economic growth and the absurd decision by some governments to adjust their economies through reductions in social investment, which in some countries have even become constitutional regulations.
This gloomy outlook is compounded by the difficulties of democratic governance born of insurgency — economic and communications groups, judges and public prosecutors turned into media stars, non-governmental organizations, social networks and ratings agencies have replaced the representative function of political parties, discredited by clientele-ism and corruption.
These de facto powers were apparent in Brazil with the destabilization of President Rousseff; in Argentina with the move to take President Christina Kirchner’s government to court; in Bolivia with the interference in the referendum on Evo Morales’s right to re-election; in Chile to question Michelle Bachelet’s irreproachable honesty; and in Colombia to sink the referendum for peace.
The impact of these new actors on regional democratic governability has been much more relevant than the model changes that occurred this year in Argentina, Peru or Guyana as a result of lawful electoral processes. It is difficult to ignore, in this balance of light and dark, that Venezuela’s current situation has polarized the region's political climate, even leading some countries to transfer their political and ideological differences with the Bolivian government to integration-specific scenarios such as Mercosur.
In case things were not complicated enough in the region, hurricane Trump arrived. Latin America was accustomed to following the United States’ international agenda in issues that had to do with the defeat of foreign “enemies” of American security, such as communists, drug traffickers and terrorists, more recently.
With Trump, this will be the first time in many years that national interests, such as protectionism and the defense of domestic employment or local investment will be converted into foreign policy priorities, and will openly contradict those of the hemisphere.
According to statements made by the president-elect, he is to persecute illegal Latino migrants inside of the United States, punish products that come from the southern hemisphere with high tariffs by applying current free trade treaties, and penalize those American investments that dare to be made in Latin America. The world is upside down. And alongside these threats are these big questions: What will happen to the process of re-establishing relations between the United States and Cuba, when the commercial embargo that has stifled the island’s economy for more than half a century is still pending? What fate awaits the recently signed peace accord between the Colombian government and FARC that distances them from the orthodox handling of the traditional American fight against drugs in Latin America? What will happen to the political dialogue in Venezuela that has been encouraged by the Union of South American Nations (UNASUR) and the Vatican between the opposition and the government? [This dialogue] has, with great difficulty, replaced violence as a form of political action and seeks instead to prioritize a balanced coexistence of powers in the face of upcoming elections as well as explore solutions to serious social problems, such as the scarcity of food and medicines that currently overwhelms Venezuela.
The new president of the United States’ threatening policies toward Latin America should be seen, by those in the region, as an opportunity to close ranks in defense of hemispheric interests, to strengthen current processes of integration and consolidate alliances with other countries and regions of the word, such as China and the Pacific.
Ernesto Samper Pizano is Secretary General of UNASUR and was president of Colombia.
El huracán Trump
Las políticas del presidente electo amenazan la relación de EE UU con Latinoamérica
ERNESTO SAMPER PIZANO
5 ENE 2017 - 00:00
El año que termina no ha sido el mejor de la región sudamericana. Los logros conseguidos en materia social durante la última década, que permitieron sacar de la pobreza a casi 100 millones de personas, están amenazados por los bajos niveles de crecimiento de sus economías y la absurda decisión de algunos Gobiernos de ajustarlas a través de reducciones en la inversión social que en algunos países inclusive se han convertido en normas constitucionales.
A este panorama sombrío se suman las dificultades de gobernabilidad en democracia nacidas de la insurgencia de unos poderes fácticos —grupos económicos y de comunicación, jueces y fiscales convertidos en protagonistas mediáticos, organizaciones no gubernamentales, redes sociales, agencias calificadoras de riesgo— que han reemplazado en su función representativa a partidos políticos desacreditados por el clientelismo y la corrupción.
Estos poderes fácticos se hicieron sentir en Brasil para desestabilizar a la presidenta Rousseff; en Argentina, para judicializar la gestión de la presidenta Cristina Kirchner; en Bolivia, para atravesarse en el plebiscito sobre el derecho a la reelección del presidente Evo Morales; en Chile, para cuestionar la intachable honestidad personal de la presidenta Michelle Bachelet, y en Colombia, para hundir el referéndum por la paz.
El impacto de la acción de estos nuevos actores sobre la gobernabilidad democrática regional ha sido mucho más relevante que los cambios de modelo acontecidos este año en Argentina, Perú o Guyana como resultado de legítimos procesos electorales. Resulta difícil ignorar, en este balance de luces y sombras, que la coyuntura por la que atraviesa Venezuela ha polarizado el clima político regional hasta llevar a algunos países a trasladar sus diferencias políticas e ideológicas con el Gobierno bolivariano a escenarios propios de la integración como el Mercosur.
Por si faltara algo para complicar las cosas en la región, apareció el huracán Trump. América Latina estaba acostumbrada a seguir la agenda internacional de Estados Unidos en temas que tenían que ver con la derrota de “enemigos” externos de la seguridad norteamericana como los comunistas, los narcotraficantes y, más recientemente, los terroristas.
Con Trump, esta será la primera vez en muchos años en que intereses nacionales como el proteccionismo, la defensa del trabajo doméstico o de la inversión local, convertidos en prioridades de la política exterior, entrarán en abierta contradicción con los del hemisferio.
De lo que se trata, según ha dicho el presidente electo, es de perseguir migrantes latinos ilegales dentro de Estados Unidos, castigar con altos aranceles productos que vienen del sur desgravados en aplicación de los tratados vigentes de libre comercio y penalizar tributariamente aquellas inversiones norteamericanas que osen establecerse en Latinoamérica. El mundo al revés. Y al lado de estas amenazas están los grandes interrogantes. Qué pasará con el proceso de restablecimiento de las relaciones de Estados Unidos con Cuba, cuando aún está pendiente el levantamiento del embargo comercial que agobia la economía de la isla desde hace medio siglo. Qué suerte espera a los recién firmados Acuerdos de Paz entre el Gobierno de Colombia y las FARC que se distancian del manejo ortodoxo de la tradicional lucha norteamericana contra las drogas en América Latina. Qué pasará con el diálogo político en Venezuela —promovido por Unasur y el Vaticano— entre la oposición y el Gobierno que, con grandes dificultades, ha reemplazado la violencia como forma de acción política y busca atender prioridades como la convivencia equilibrada de poderes de cara a unas próximas elecciones y la solución de graves problemas sociales como el abastecimiento de alimentos y medicinas que hoy agobian a Venezuela.
La amenazante política hacia Latinoamérica del nuevo presidente de Estados Unidos debe ser vista en la región como una oportunidad para cerrar filas en defensa de los intereses hemisféricos, fortalecer los procesos de integración en curso y consolidar alianzas con otros países y regiones del mundo como China y el Pacífico.
Ernesto Samper Pizano es secretario general de Unasur y fue presidente de Colombia.
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