The relaxed, even amiable, tone that prevailed at the bilateral summit between the United States and Russia could have been interpreted as good news for future international stability, were it not for the fact that the current U.S. president, Donald Trump, appears to have decided to return to the days of “coexistence,” when each nuclear superpower guarded its respective sphere of influence above all other considerations. Beyond the pleasant words and the promises to undertake a new phase of disarmament, the only tangible promises are to be found in the acceptance of Moscow’s occupation of the Crimean Peninsula and eastern Ukraine as a fait accompli, and the reaffirmation of the status quo on the border between Syria and Israel, or in other words, the agreement by Washington not to intervene against the regime of Bashar Assad.
It was predictable because although the U.S. media, very critical of the president, have lampooned Trump as inconstant, impulsive and inconsistent, in reality, the new occupant of the White House is not backing down in the face of critics or arguments. He is willing to do what fits best with “America First,” the slogan that epitomizes his election platform. And in Trump’s imagination, as for most ordinary U.S. residents, the old Europe is little more than a club of selfish people who are shifting the responsibility for their own defense to the United States. With the money they save on military spending, they can provide better healthcare than the U.S. has, and bankroll an agricultural industry that competes unfairly.
So, Donald Trump does not want to support a policy of confrontation with Russia at the expense of Ukraine, when the European NATO allies are not contributing financially on an equal basis. The thaw in relations with Vladimir Putin, despite warnings against this from a large sector of the Department of Defense and from numerous Democrats and Republicans in Congress, is seen by Trump as a way to put pressure on the tightfisted Europeans and, at the same time, guarantee a quiet flank in his trade dispute with China.
However, the problem is that the annexation of Crimea was preceded by other Russian interventions in former Soviet territories like Georgia, with the secessions of Abkhazia and South Ossetia converted to protectorates of the Kremlin, and by the destabilizing actions in Macedonia and Montenegro, in a clear expansionist policy against which the European Union had no choice but to push back. In any case, the further consequences of this summit which, whether we like it or not, has to some extent restored Russia’s lost status, will depend on Putin’s interpretation of Trump’s attitude.
For now, Moscow has already pointed out the need to address the many flashpoints across the world today, a task that should be dealt with through U.S.-Russian collaboration. Brussels should take note of this geopolitical victory that has been cheerfully handed to Putin and urge the European allies once and for all to plan and develop a common foreign policy, above national interests. We should not forget that Russia feels threatened by NATO and EU expansion over the past 20 years and will not back down.
Putin-Trump: pinza contra Europa
El tono relajado, incluso amigable, que ha presidido la cumbre bilateral entre Estados Unidos y Rusia debería interpretarse como una buena noticia para la futura estabilidad internacional si no fuera porque el actual presidente norteamericano, Donald Trump, parece decidido a volver a los tiempos de la «coexistencia», en los que cada una de las superpotencias nucleares respetaban sus respectivas áreas de influencia por encima de cualquier consideración. Así, y más allá de las amables palabras y de las promesas de acometer una nueva fase de desarme, los únicos compromisos tangibles hay que buscarlos en la aceptación como hecho consumado de la ocupación por parte de Moscú de la península de Crimea y del este de Ucrania, y en la reafirmación del estatu quo interfronterizo entre Siria e Israel, que, dicho en otras palabras, supone la renuncia de Washington a intervenir contra el régimen de Bashar al Asad. Era previsible porque aunque la Prensa norteamericana, muy crítica con su presidente, haya dibujado la caricatura de un Trump veleta, irreflexivo y poco constante, la realidad está demostrando que el nuevo inquilino de la Casa Blanca no retrocede ni ante las críticas ni ante los razonamientos y está dispuesto a llevar a cabo las acciones que más se ajustan a su «América Primero», lema que condensaba su programa electoral. Y en el imaginario trumpiano, como en el de la mayoría de los norteamericanos del común, la vieja Europa no pasa de ser un club de gentes aprovechadas, que trasladan la responsabilidad de su propia defensa a Estados Unidos y con el dinero que se ahorran en gastos militares pueden mantener una asistencia sanitaria mejor que la estadounidense y financiar una Agricultura que compite deslealmente. No está dispuesto, pues, Donald Trump a respaldar una política de confrontación con Rusia a costa de Ucrania, mientras los socios europeos de la OTAN no contribuyan financieramente en igualdad de condiciones. La distensión con el presidente Vladimir Putin, pese a las advertencias en contra de un amplio sector del Pentágono y de numerosos congresistas demócratas y republicanos, se antoja a Trump como una manera de presionar a los rácanos europeos y, al mismo tiempo, de garantizarse un flanco tranquilo en su pugna comercial con China. Sin embargo, el problema es que la anexión de Crimea venía precedida de otras intervenciones rusas en los antiguos territorios soviéticos, como Georgia, con las secesiones de Abjasia y Osetia del Sur, convertidas en protectorados del Kremlin, o las maniobras desestabilizadoras en Macedonia y Montenegro, en una clara política expansionista que la Unión Europea estaba obligada a desalentar. En cualquier caso, el desarrollo las consecuencias posteriores de esta cumbre, que, mal que nos pese, ha devuelto a Rusia parte del status perdido, dependerán de la interpretación que haga el presidente Putin de la actitud de Trump. De momento, Moscú ya ha señalado que es preciso atender a los numerosos puntos de tensión que hay actualmente en el mundo, una labor que se debe afrontar desde la colaboración entre Estados Unidos y Rusia. Bruselas debería tomar nota de esta victoria geopolítica que, graciosamente, se le ha concedido a Putin y urgir a los socios europeos a plantear y desarrollar de una vez por todas una verdadera política exterior comunitaria, por encima de los intereses nacionales. Rusia, no lo olvidemos, se siente amenazada por la expansión que han experimentado la OTAN y la Unión Europea en los últimos veinte años, y no cejará.
This post appeared on the front page as a direct link to the original article with the above link
.
These countries ... have demonstrated that moral courage can coexist with diplomacy and that choosing humanity over expediency carries weight on the international stage.