There are 35 million people who cannot be directly considered Mexican citizens, although many have the right to claim citizenship. They are, in any case, binational citizens and potentially an extremely important cultural, social, economic and political link.
Among the mysteries of Mexican foreign policy is the link with what could well be considered the second largest Spanish-speaking nation in the world: Americans of Latin American origin.
It’s true that the approximately 63 million Latinos that live in the United States include 11 million Mexicans born in Mexico and some 35 million Mexican Americans of second or more generations. For a variety of reasons, there is a special affinity toward the situation of the approximately 5.5 million undocumented Mexicans residing in the country.
Incidentally, the Latino minority accounted for a gross product of $2.7 trillion last year — seventh in the world, tied with France — of which $1.7 trillion came from Mexican Americans.
Having said this, it should also be noted that, just like his predecessors, President Andrés Manuel López Obrador’s administration prioritizes the relationship with Mexican migrants, 99% of whom are in the United States. This consumes political vision. After all, over $45 billion in remittances during 2021 is an important argument.
But …
While the continued focus on Mexicans who migrated to the United States and the pressure on the U.S. government to regularize the situation of those without legal status is extremely important, it also raises questions.
Where does that leave Mexicans who are already citizens or legal U.S. residents? Or their children, or grandchildren, or those who, as in many cases, are a product of generations of Mexican Americans?
It’s true that there are 35 million people who cannot directly be considered Mexican citizens, although many have the right to reclaim their nationality. They are, in any case, binational citizens and an important potential cultural, social, economic and political link.
But to what extent do they identify, or feel identified, with Mexico is a question to be debated and so is, or should be, a priority issue for Mexican foreign policy. It's not enough to maintain contact, which they’ve done for decades; they need to promote their organization and links with Mexico.
They need to invest in culture and links; to support more Lila Downs [Ed: a prominent Mexican singer-songwriter], but also encourage relationships with the Selena Gómezes, the Los Santanas or the Linda Rondstadts. In other words, they need to understand that there is a growing community who are proud of their Mexican ancestry, even though many are already Americans. And that is a strategic move for the country.
But they also need to seek, for the sake of cultural and ethnic affinity and certainly for political convenience, better relationships with other groups: Central Americans, South Americans and Caribbeans, especially those with Puerto Rican and Cuban origins.
The relationship with the Latino American community should be a foreign policy priority. But it isn’t.
México y los latino-estadounidenses
Son 35 millones a los que no se puede considerar directamente como ciudadanos mexicanos, aunque muchos tengan el derecho a reclamar la nacionalidad. Son en todo caso, ciudadanos binacionales y potencialmente un vínculo cultural, social, económico y político de la mayor importancia
Entre los misterios de la política exterior mexicana se encuentra la vinculación con lo que bien podría considerarse como la segunda nación hispanoparlante del mundo: los estadounidenses de origen latinoamericano.
Cierto que los alrededor de 63 millones de latinos que viven en los EEUU incluyen a unos 11 millones de mexicanos nacidos en México y unos 35 millones de mexico-estadounidenses de segunda o más generaciones, y que por toda una serie de razones hay especial afinidad hacia la situación de los aproximadamente 5.5 millones de mexicanos indocumentados residentes en ese país.
Y de paso, que la minoría latina representó el año pasado un producto bruto de 2.7 billones (millones de millones) de dólares (séptimo mundial, empatado con Francia), de los que 1.7 billones fueron de los mexico-estadounidenses.
Dicho todo eso, también habría que anotar que como sus predecesores, el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador da prioridad a la relación con los migrantes mexicanos, y que 99 por ciento de ellos está en los Estados Unidos.
Eso consume la visión política. Después de todo, más de 45 mil millones de dólares en remesas durante 2021 son un argumento importante.
Pero...
Si bien es de la mayor importancia la continua atención a los mexicanos que migraron a los Estados Unidos y la insistencia en que el gobierno de ese país regularice la situación de los que carecen de estatus legal, abre interrogantes.
¿Dónde deja a los mexicanos que ya son ciudadanos o residentes legales estadounidenses? ¿o a sus hijos, o nietos, o los que como en muchos casos, son producto de generaciones de mexico-estadounidenses?
Ciertamente, son 35 millones a los que no se puede considerar directamente como ciudadanos mexicanos, aunque muchos tengan el derecho a reclamar la nacionalidad. Son en todo caso, ciudadanos binacionales y potencialmente un vínculo cultural, social, económico y político de la mayor importancia.
Pero en qué medida estén o se sienten identificados con México es una cuestión a debatirse y por tanto es o debería ser un tema de prioridad para la política exterior mexicana. No basta mantener contacto, que se ha hecho por décadas, sino promover su organización y vínculos con México.
Habría pues que invertir en cultura y en vínculos; auspiciar más Lilas Downs, pero también más vínculos con las Selenas Gómez, los Santanas o las Lindas Rondstadts. Entender, en otras palabras, que hay una comunidad creciente donde sea orgullo tener ascendencia mexicana aunque muchos ya sean estadounidenses. Y que es estratégica para el país.
Pero habría también que buscar, tanto por afinidad cultural o étnica y ciertamente por conveniencia política, mejor relación con otros grupos: centroamericanos, sudamericanos y caribeños, especialmente los de origen puertorriqueño y cubano.
La relación con la comunidad latino-estadounidense debería ser una prioridad de política exterior. Y no lo es.
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No sooner had the U.S. ambassador broken her year-long silence with 'concerns' than Guyana’s attorney general bustled into action, like some jack-in-the-box, as though he had nothing else to do.