China: Authoritarianism Unites, Democracy Divides

Published in Analítica
(Venezuela) on 5 September 2025
by Trino Márquez Cegarra (link to originallink to original)
Translated from by Patricia Simoni. Edited by Michelle Bisson.
The recent summit of the Shanghai Cooperation Organization in the city of Tianjin and the subsequent impressive military parade in Bejing’s Tiananmen Square — marking the end of World War II — were a clear demonstration of China's political and military power, the level it has reached as it endeavors to become the world's hegemon and its ability to attract and establish strong alliances with Eurasian countries. Two figures stood out in the military parade: Vladimir Putin and the less presentable despot of North Korea, Kim Jong-Un. This is a clear sign that when China talks about “peace,” it is important to thoroughly understand the terms under which tranquility is maintained.

Xi Jinping has sent a clear message to the United States, the European Union and the West in general: “We are promoting a new international order and preparing to assume global leadership.” To this end, he has the support of Russia, India and the other member countries of the SCO as full members, observers or dialogue partners. The terms for participation are flexible.

Most of the participating countries are governed by authoritarian regimes, although this is not a requirement for joining the alliance. India — a country that continues to be considered democratic, despite Narendra Modi's efforts to stifle democracy —is part of the alliance. The vast majority of China's other partners in this forum are dictatorships or autocracies of varying degrees, from Belarus and Myanmar — both tyrannies — to Turkey, a competitive autocracy. Elections are held there in which the opposition participates, albeit muzzled. In the vast majority of SCO nations, democratic values and practices are banished. Human rights, changes in government leadership and freedom of information and expression are part of the “decadent” customs of the West.

The Global South, as some members of the SCO like to be identified, constitutes a large segment. It represents more than 40% of the world's population and generates a large part of the world's wealth, producing more than 25% of the planet's gross domestic product. Despite its heterogeneity, under China's leadership, this diverse group has managed to find areas of consensus and establish agreements that allow them to support each other. Today, they are a force to be reckoned with on the world stage.

On the other side of the equation is the democratic pole: the U.S., Canada, the European Union, U.K., Japan and Australia. Mexico and Brazil, the two largest economies in Latin America, could also be included, as well as smaller nations. Due to the misguided policies implemented by Donald Trump since his arrival in the White House, this large segment of the planet, united by economic interests and democratic values associated with freedom in every sense, has been subjected to severe and continuous attacks from Washington. Trump has weaponized the trade war to impose tariff restrictions on his traditional trading partners. From his initial threats, he has moved to a policy of brute force. Unlike China, he has demonstrated — through his frenetic actions — a failure to understand that the U.S. occupies a strategic cultural, political and ideological position on the globe.

Since becoming president, Trump has dedicated himself to weakening democratic countries. He began by threatening to withdraw from NATO and then proceeded to deny financial and logistical aid to Ukraine. He almost completely shut down USAID, the world's most important international cooperation agency, funded by the U.S. With this absurd measure, he ended the vital aid given to the poorest nations by the U.S. for education, public health, sanitation and scientific research for issues relevant to the most vulnerable populations.

He has engaged in excessive and arbitrary acts that have weakened the role of the U.S. as a global leader of democracy, a role it has been called upon to play.

Now the EU, U.K., Canada and other countries that have traditionally defended freedom will have to regroup and strengthen themselves to continue maintaining their political models to prevent the alliance between China and Russia from overwhelming them in the future. This work of preservation and defense would be much more effective if it had Trump's decisive support. However, everything indicates that the U.S. president is much more concerned with punishing humble workers who flee poverty by entering the U.S. illegally than with fulfilling his fundamental responsibility.

Trump's reckless strategy is allowing China to lead a new world order in which authoritarianism unites and strengthens, while democracy divides and weakens. This is one of the ironies of our time.


La reciente cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), en la ciudad de Tianjín, y el posterior imponente desfile militar en la Plaza de Tiananmén, Beijing –con motivo de la celebración del final de la Segunda Guerra Mundial-, constituyeron una clara demostración del poderío político y militar de China, del nivel alcanzado en su afán de convertirse en el hegemón del planeta, y de su capacidad para atraer y establecer alianzas firmes con los países de Eurasia. En la parada militar destacaron dos figuras: la de Vladímir Putin y la delKim Jung-un, el déspota de Corea del Norte. Un signo inequívoco de que cuando China habla de ‘paz’, hay que conocer muy bien los términos en los que la tranquilidad se mantiene.
Xi Jinping les envió un claro mensaje a Estados Unidos, a la Unión Europea y, en general, a Occidente: estamos impulsando un nuevo orden internacional y preparándonos para asumir el liderazgo mundial. Para ello cuenta con el apoyo de Rusia, India y los demás países integrantes de la OCD en calidad de miembros con plenos derechos, observadores o socios de diálogo. El esquema de participación no está regido por una norma inflexible.
La mayoría de los países que forman parte de esa plataforma están gobernados por regímenes autoritarios, aunque esta no constituye una exigencia para integrar la alianza. India –país que sigue siendo considerado democrático, a pesar de los esfuerzos de Narendra Modi por asfixiarla- integra el acuerdo. La inmensa mayoría de los demás socios de China en ese foro son dictaduras o autocracias con diferentes matices: desde Bielorrusia o Myanmar, que constituyen tiranías, hasta Turquía, que conforma una autocracia competitiva. Allí se realizan elecciones en las que participa la oposición, desde luego amordazada. En la inmensa mayoría de las naciones de la OCD, los valores y prácticas democráticas están desterradas. Los derechos humanos, la alternancia en el Gobierno y la libertad de información y expresión, forman parte de las ‘decadentes’ costumbres de Occidente. El Sur Global, como les gusta autodefinirse a algunos miembros de la OCD, configura un segmento amplio –agrupa a más de 40% de la población mundial-, que genera buena parte de la riqueza mundial: produce más de 25% del PIB planetario. A pesar de su heterogeneidad, bajo la batuta de China ese conjunto abigarrado ha logrado conseguir zonas de acuerdo y establecer convenios que les permiten apoyarse mutuamente. En la actualidad, conforman una referencia que debe tomarse se cuenta en el plano mundial.
En el otro lado de la ecuación se encuentra el polo democrático: Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea, Inglaterra, Japón, Australia y podríamos incluir a México y Brasil, las dos economías más grandes de América Latina, entre otras muchas naciones, más pequeñas. Debido a la desacertada política aplicada por Donald Trump desde su arribo a la Casa Blanca, este grueso segmento del planeta, unido por intereses económicos y por valores democráticos asociados con la libertad en todos los sentidos, ha sido sometido a severos y continuos ataques provenientes de Washington. Trump sacó el hacha de la guerra comercial para imponerles restricciones arancelarias a sus socios comerciales tradicionales. De las amenazas iniciales paso a la política del garrote vil. En su frenética actuación, a diferencia de China, no ha entendido que Estados Unidos ocupa una posición cultural, política e ideológica estratégica en el globo terrestre.
Trump, desde la llegada a la presidencia, se ha dedicado a debilitar los países democráticos. Empezó amenazando con retirarse de la OTAN. Luego, con negarle ayuda financiera y logística a Ucrania. Cerró casi por completo USAID, la agencia de cooperación internacional más importante del mundo financiada por los norteamericanos. Con esta absurda medida acabó de un plumazo con la vital ayuda que Estados Unidos les daba a las naciones más pobres en el área de la educación, la salud pública, la salubridad y la investigación científica en área sensibles para la población más vulnerable.
Ha cometido excesos y arbitrariedades que han debilitado el papel de Estados Unidos como líder mundial de la democracia, papel que está llamado a desempeñar.
Ahora, la Unión Europea, Inglaterra, Canadá y los demás países que han defendido tradicionalmente la libertad, tendrán que recomponerse y fortalecerse para seguir manteniendo sus modelos políticos e impedir que la alianza entre China y Rusia los avasalle en el futuro. Esta labor de preservación y defensa sería mucho eficaz si contara con el respaldo decidido de Trump. Sin embargo, todo indica que el presidente norteamericano está mucho más ocupado en castigar a humildes trabajadores que huyen de la pobreza entrando de forma ilegal a Estados Unidos, que en atender la responsabilidad fundamental que le corresponde.
La alocada estrategia de Trump está conduciendo a que China lidere un nuevo orden mundial en el cual el autoritarismo se une y fortalece, mientras la democracia se divide y debilita. Es una de las ironías de estos tiempos.
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