I confess that I was tempted to write about the multiple political scandals rocking Colombia, but they seem to be adequately covered. Meanwhile, the world continues on its way. Tensions between the United States and China are escalating again. The upcoming meeting in South Korea between Donald Trump and Xi Jinping will form another chapter in the rivalry that defines the global agenda.
While Washington attempts to reindustrialize its economy and protect its supply chains, Beijing has learned to use the same weapons as its rival: subsidies, export controls and technological barriers. These are tools, born from the American model, that the Asian giant now masters with surgical precision.
For years, the U.S. accused China of unfair competition. It imposed tariffs, blocked semiconductors and promoted “decoupling” to reduce its dependence. But Chinese production adapted; trade flows were diverted to third countries; and China consolidated its role in the most sophisticated industrial chains. In short, it learned to play the game by U.S. rules — and to play it even better.
Beijing is promoting its own industrial policy, based on state investment, innovation and planning. With its “Made in China 2025” strategy and “dual circulation,” it produces essentials domestically and exports what the world no longer manufactures. In contrast, U.S. protectionism seems more like a reaction than a strategy.
One clear advantage for China is its control of rare earths, those minerals essential for batteries, turbines, electric cars and defense systems. It controls about 70% of the global production, and more than 90% of refining. “Whoever controls magnets controls the future,” said one official Chinese media outlet. This does not seem like an exaggeration.
However, the United States still has a strong card to play: its market. China is heavily dependent on American consumers, especially in sectors where its own demand remains weak because of its economic slowdown, youth unemployment and the real estate crisis. Beijing is seeking self-sufficiency, but its prosperity still depends on purchases from the U.S.
Last weekend in Kuala Lumpur, delegations from both countries reached a preliminary trade agreement, including a suspension of the 100% tariffs announced by Washington, a one-year postponement of Chinese restrictions on rare earth exports, and Beijing's commitment to resume large-scale purchases of U.S. soybeans. In exchange, the U.S. will relax licensing requirements for agricultural machinery and low-end semiconductors. These are limited steps, but they show that both sides need each other more than they admit.
The paradox is that Washington is containing China by using the same tools that China perfected: tariffs, green subsidies and export restrictions. It is a mirror battle in which the U.S. model is confronting its most disciplined version. The Global South — including Latin America — watches the playing field without a strategy of its own.
For Colombia, the lesson is clear. A modern industrial policy is needed to promote innovation, infrastructure and added value. These are the issues on which next year's presidential candidates must present concrete proposals, with a pragmatic approach rather than the current government’s ideological, ineffective rhetoric.
At a time when powers confront each other not with missiles but with microchips, the challenge for countries like ours is to stop being spectators. True independence is not measured by signed treaties, but by the ability to innovate, produce and decide our own destiny. On the new global chessboard, the pieces are not moved by speeches, but by strategy.
Confieso que tuve la tentación de escribir sobre los múltiples escándalos políticos que sacuden a Colombia. Pero de eso ya hay abundancia. Mientras tanto, el mundo sigue su curso: la tensión entre Estados Unidos y China vuelve a intensificarse, y la próxima reunión en Corea del Sur entre Trump y Xi será otro capítulo de esta rivalidad que define el rumbo global.
Mientras Washington intenta reindustrializar su economía y proteger sus cadenas de suministro, Pekín ha aprendido a usar las mismas armas de su rival: subsidios, controles de exportación y barreras tecnológicas. Herramientas nacidas del modelo estadounidense que hoy el gigante asiático domina con precisión quirúrgica.
Durante años, EE. UU. acusó a China de competencia desleal. Impuso aranceles, bloqueó semiconductores y promovió el “desacople” para reducir su dependencia. Pero la producción china se adaptó, los flujos comerciales se desviaron hacia terceros países y China consolidó su papel en las cadenas industriales más sofisticadas. En resumen, aprendió a jugar con las reglas de Estados Unidos... y a hacerlo mejor.
Pekín impulsa una política industrial propia, basada en inversión estatal, innovación y planificación. Con su estrategia “Hecho en China 2025” y la “circulación dual”, produce internamente lo esencial y exporta lo que el mundo ya no fabrica. Frente a eso, el proteccionismo norteamericano parece más una reacción que una estrategia.
Una ventaja clara de China está en su control de las tierras raras, minerales cruciales para baterías, turbinas, autos eléctricos y sistemas de defensa. Controla cerca del 70 % de la producción global y más del 90 % de su refinación. “Quien controla los imanes, controla el futuro”, decía un medio oficial chino. No parece exageración.
Sin embargo, Estados Unidos conserva una carta fuerte: su mercado. China depende enormemente del consumidor norteamericano, sobre todo en sectores donde su propia demanda sigue débil por la desaceleración económica, el desempleo juvenil y la crisis inmobiliaria. Pekín busca autosuficiencia, pero su prosperidad aún pasa por las compras de EE. UU.
El fin de semana pasado, en Kuala Lumpur, delegaciones de ambos países lograron un preacuerdo comercial que incluye: la suspensión de aranceles del 100 % anunciados por Washington, el aplazamiento por un año de las restricciones chinas a la exportación de tierras raras y el compromiso de Pekín de reanudar la compra masiva de soja estadounidense. A cambio, EE. UU. flexibilizará licencias para maquinaria agrícola y semiconductores de baja gama. Son pasos limitados, pero revelan que ambos se necesitan más de lo que admiten.
La paradoja es que Washington usa, para contener a China, las mismas herramientas que China perfeccionó: aranceles, subsidios verdes y restricciones a la exportación. Es una batalla espejo en la que el modelo estadounidense enfrenta a su versión más disciplinada. Y en ese tablero, el Sur Global —incluida América Latina— observa sin estrategia propia.
Para Colombia, la lección es clara. Se requiere una política industrial moderna que fomente innovación, infraestructura y valor agregado. Estos son los temas sobre los cuales los candidatos a la presidencia del próximo año deben presentar propuestas concretas, con un enfoque pragmático y no con el discurso ideologizado e ineficaz del actual gobierno.
En tiempos en que las potencias se enfrentan no con misiles sino con microchips, el desafío para países como el nuestro es dejar de ser espectadores. La verdadera independencia no se mide por tratados firmados, sino por la capacidad de innovar, producir y decidir nuestro propio destino. En el nuevo tablero global, las fichas no se mueven con discursos, sino con estrategia.
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President Donald Trump is calling on people to distrust environmental measures and ... the scientific community. He will have to prove there are no floods caused by unrelenting rain ...and that the wildfires in his country have not been caused by ... climate change.