Latin America: Obama’s Trip

Published in Listin Diario
(Dominican Republic) on 16 March 2011
by Álvaro Vargas Llosa (link to originallink to original)
Translated from by Annerys Diaz. Edited by Mark DeLucas.
Barack Obama's visit to Chile, Brazil and El Salvador next week should not raise expectations of huge results. The United States has had little impact on the good things that are happening there: the explosion of the middle class and the marginalization of the extreme left. The downside, the violence of the war on drugs has to do with a U.S. policy that will take years to change.

Latin America and the Caribbean have a long way to go: Only Chile and Barbados are among the fifty most competitive economies. Its universities produce six social scientists for every two engineers. And the flood of money that can be seen in these countries is due in part to China's demand for their commodities. But there has been a significant leap forward through investment and trade. Poverty has fallen to a third, 30 million Brazilians have swelled the ranks of the middle class in eight years, and Peru, Colombia and Panama are experiencing a bonanza, while Chile is back in form after last year's earthquake.

The last time the U.S. planted a vision in the region, it was with the Free Trade Agreement of the Americas. Once this proposal failed, Washington lost interest. In a sense, the economic boom has taken place despite some U.S. policies: Six Brazilian export products have protectionist barriers in this market, and the U.S. Congress never ratified the free trade agreement signed by Colombia five years ago. The progress is due mainly to a broad political consensus in favor of market democracies. As stated by the renovated former Salvadorian guerrilla Joaquín Villalobos, "Natural resources, foreign aid, free trade agreements and loans do not have the effect of political maturity."

One consequence of this consensus has been the waning influence of the left antediluvian, meaning Cuba and Venezuela, supported by Bolivia, Ecuador and Nicaragua. One of Obama’s hosts, Mauricio Funes, has frustrated the efforts of his party, the Farabundo Marti National Liberation Front, to align the country with Venezuela, while Uruguayan José Mujica, a former guerrilla, is now a boring Social Democrat. Even Paraguay's Fernando Lugo, who once held the door of a revolutionary coven, is luring foreign capital.

Hugo Chavez suffers chronic incubated debacles. His main South American ally, Bolivian President Evo Morales, is now hated by two-thirds of the country. The Nicaraguan Daniel Ortega is trying to get re-elected despite a constitutional prohibition, but that is partly due to courtesy of the divided opposition.

It can also be said in this case that the shrinkage of the lunatic left is more transcendental than the economic takeoff; it owes little influence to the United States.

The other side of the coin is the public policy nightmare fueled by the war on drugs. American policy here is a factor. In the 90's, under pressure from Washington, cocaine cultivation jumped from Peru and Bolivia to Colombia. When Colombia adjusted its pins, it jumped back to Peru, where the cultivated areas have increased by 70 percent and production has tripled. The same game of musical chairs has taken place in relation to trade routes. When the U.S. closed the corridor in the Caribbean, Mexico replaced it. After the death of thousands of people in clashes in Mexico, some of the gangs — oh, surprise! — took it to the south. Now Los Zetas and the Sinaloa gangs are wreaking havoc in Guatemala, where the rate of violence is four times that of Mexico, and Honduras, where the rate is even worse.

Although several U.S. states allow medical marijuana and personal consumption is no longer subject of intense persecution in the United States, Washington's drug policy in Latin America has not changed one iota. The calls of a wide range of Latin American politicians and intellectuals, as well as major institutions, to correct the repressive approach have fallen on deaf ears. Three former presidents, Brazil’s Fernando Henrique Cardoso, Mexico's Ernesto Zedillo of Mexico and Colombia César Gaviria have failed after presenting a cleverly written paper on the subject in 2009.

The result is an inferno that takes place in countries where the flow of weapons from the United States has no end (Mexico has seized more than 100,000 automatic weapons that have entered from the other side of the border). The demand for drugs in the United States, meanwhile, has remained stable and prices have fallen because of unstoppable supply.

Obama knows this, but does not have the necessary stomach, right now, for the long struggle that a change in the drug policy would entail. And until it happens, as I heard recently from President Felipe Calderon in Mexico, it is unrealistic to expect any Latin American country to seriously challenge Washington on their own.


La visita de Barack Obama a Chile, Brasil y El Salvador la próxima semana no debería despertar esperanzas de un resultado apoteósico. Estados Unidos ha tenido poca incidencia en las mejores cosas que están sucediendo allí: la explosión de la clase media y la marginación de la extrema izquierda. Lo negativo, en cambio ñla violencia derivada de la guerra contra las drogas tiene que ver con una política estadounidense que tomará años modificar.

A América Latina y el Caribe les falta mucho: solo Chile y Barbados están entre las cincuenta economías más competitivas. Sus universidades producen seis científicos sociales por cada dos ingenieros. Y el aluvión de dinero que se nota en estos países se debe en parte a la demanda china por sus “commodities”. Pero ha habido un notable salto hacia adelante gracias a la inversión y el comercio. La pobreza ha caído a un tercio de la población ñ30 millones de brasileños engrosaron las filas de la clase media en ocho añosñ y Perú, Colombia y Panamá viven una bonanza, mientras que Chile está otra vez en forma tras su terremoto del año pasado.

La última vez que Estados Unidos planteó a la región una visión común fue con el Tratado de Libre Comercio de las Américas. Una vez fracasada esta propuesta, Washington perdió interés. En cierto sentido, el despegue económico ha tenido lugar a pesar de algunas políticas norteamericanas: seis productos de exportación brasileños padecen barreras proteccionistas en este mercado y el Congreso estadounidense nunca ratificó el Tratado de Libre Comercio suscrito por Colombia hace cinco años. El progreso se debe sobre todo a un amplio consenso político en favor de las democracias de mercado. Como ha dicho el reformado ex guerrillero salvadoreño Joaquín Villalobos: “Los recursos naturales, la ayuda exterior, los acuerdos de libre comercio y los préstamos no tienen el efecto de la madurez política”.

Una consecuencia de este consenso ha sido la menguante influencia de la izquierda antediluviana, o sea Cuba y Venezuela, apoyada por Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Uno de los anfitriones de Obama, Mauricio Funes, ha frustrado los esfuerzos de su partido, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, por alinear al país con Venezuela, mientras que el uruguayo José Mujica, un ex guerrillero tremebundo, ahora es un aburrido socialdemócrata. Incluso el paraguayo Fernando Lugo, que alguna vez tocó las puertas del aquelarre revolucionario, está seduciendo al capital extranjero.

Hugo Chávez padece la debacle crónica que incubó. Su principal aliado sudamericano, el boliviano Evo Morales, es ahora odiado por dos terceras partes del país. El nica Daniel Ortega trata de hacerse reelegir a pesar de una prohibición constitucional, pero eso en parte se debe a una cortesía de la oposición dividida.

También en este caso puede decirse que el encogimiento de la izquierda lunática ñaun más trascendental que el despegue económicoñ debe poco a influencias de Estados Unidos.

La otra cara de la moneda es la pesadilla de orden público alimentada por la guerra contra las drogas. Aquí la política estadounidense sí es un factor. En los 90’, bajo presión de Washington, el cultivo de coca saltó del Perú y Bolivia a Colombia. Cuando Colombia ajustó las clavijas, saltó de nuevo al Perú, donde la superficie cultivada se ha incrementado un 70 por ciento y la producción se ha triplicado. El mismo juego de las sillas musicales se ha dado en relación a las rutas comerciales. Cuando Estados Unidos cerró el corredor del Caribe, México lo sustituyó. Tras la muerte de miles de personas en los enfrentamientos ocurridos en México, algunos de los carteles ñ¡oh sorpresa!ñ la emprendieron hacia el sur. Ahora Los Zetas y el cartel de Sinaloa están causando estragos en Guatemala, donde la tasa de violencia es cuatro veces mayor que la de México, y Honduras, donde la tasa es aún peor.

A pesar de que varios estados norteamericanos permiten la marihuana medicinal y el consumo personal ya no es objeto de intensa persecución en Estados Unidos, la política antidrogas de Washington en América Latina no ha cambiado un ápice. Los llamamientos de un amplio espectro de personalidades políticas e intelectuales latinoamericanas, así como de importantes instituciones, para corregir el enfoque represivo han caído en saco roto. Tres ex presidentes ñel brasileño Fernando Henrique Cardoso, el mexicano Ernesto Zedillo de México y el colombiano César Gaviriañ presentaron sin éxito un inteligente documento al respecto en 2009.

El resultado es un infierno que tiene lugar en países donde el flujo de armas procedentes de Estados Unidos no tiene fin (México ha confiscado más de 100.000 armas automáticas que ingresaron desde el otro lado de la frontera). La demanda de drogas en Estados Unidos, mientras tanto, se ha mantenido estable y los precios han caído debido a la oferta imparable.

Obama sabe todo esto, pero no tiene estómago suficiente, en este momento, para la prolongada lucha que supondría un cambio de la política antidrogas. Y hasta ello que suceda, como tuve ocasión de oírle decir hace poco al presidente Felipe Calderón en México, no es realista esperar que algún país latinoamericano serio desafíe a Washington por su cuenta.
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