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Posted on January 2, 2013.
Adam Lanza, ‘el excluido’
Adam Lanza, el tímido y casi autista joven, que no tenía amigos ni contactos en redes sociales, el que mató a 26 personas en EE.UU., es un excluido. Para muchos es un monstruo, un ser indeseable, un paria. Pero, como tantos otros seres, por enfermedad, por situaciones familiares o por intolerancia social, no ‘encaja’ en nuestros parámetros culturales y lleva el sello de la discriminación. Adam no era parte de la sociedad porque, según las noticias, nunca se sintió ‘acogido’ por una cultura que discrimina lo diferente, lo ‘raro’, lo ‘anormal’.
¿De qué tamaño es nuestra lista de excluidos? ¿Cuántos de estos crímenes impactantes han sido realizados por seres que no logran encajar dentro de lo social? ¿Cómo se construye una exclusión? ¿Qué tan responsables somos de generar exclusión? Los modelos de comportamiento, moda, actitud, físico, de sexo, todos los parámetros de ‘adaptación’ o aceptación, tienen un veneno colgado en su cuello: señalan lo que es correcto y rechazan lo que no encaja en su modelo. Resultado, la exclusión, todos los seres que no ‘logran’ ser aceptados por la cultura de lo correcto, lo adecuado, ‘lo normal’.
La exclusión es una de las peores plagas del mundo. Y entre mayor sea el tejido de la comunicación por Medios, o por redes, o por la modalidad que sea, más penetrante se vuelve la exclusión por la notoriedad que adquiere. Qué paradoja, entre más luces y cámaras, más brillan los excluidos, pero no para nosotros los que nos creemos incluidos, sino para ellos, los excluidos, porque de mayores dimensiones se vuelve su aislamiento. En un mundo más anónimo menos brillaba la exclusión… ahora, todo la destaca: la gordura, la abundancia, el éxito, el fútbol, la nacionalidad, el barrio, la belleza, el pelo, la moda, los carros, el colegio, las religiones, el sexo, las ciudades… ¿Cuántos excluidos alimentamos a diario?
La única manera de combatir la exclusión es con el respeto por la diferencia. La solidaridad combate la intolerancia. El muchacho Lanza se suicidó, pero ¿cómo tratamos a los seres que consideramos ‘malos’? Y si no se hubiera suicidado, ¿cuál sería el trato? ¿Qué pasó con el noruego? ¿Definitivamente creemos que existe la maldad, seres malos, o lo que existe son personas enfermas que no pudieron manejar su angustia, su miedo, su exclusión? La víctima no existe sin el victimario, Palestina no existe sin Israel y viceversa y así en cada extremo de la dualidad hay quien alimenta el monstruo y el excluido, a su vez, alimenta el rechazo. ¿Cómo superar la dualidad?
La única forma es con un cambio de mentalidad. No solo por miedo, por el temor de que el excluido ‘cobre’ su situación, sino por solidaridad, por la comprensión de que somos seres en continua comunicación social, seres que no existimos aislados sino en función de que el otro u otra. Cada excluido, cada exclusión tiene ‘patrocinadores’ y la sociedad, usted, yo, cualquiera que ‘juzgue’ la diferencia, alimenta la exclusión. La nueva mentalidad conlleva una conciencia de unidad porque se respeta la diferencia. La nueva era, el nuevo mundo, es aprender a convivir de otra manera. En definitiva para lo único que vinimos a este planeta es para practicar el amor incondicional, así hoy le pueda sonar como cursi. Pero es el único camino de construir una sociedad donde la diferencia no signifique una exclusión. Y donde todos podamos convivir aceptando que lo que no es igual a mi no es reprobable. Sólo son ocasiones maestras para aprender el verdadero sentido de estar aquí…
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