Por fin y por ahora, las aguas han cogido su nivel en la localidad de Ferguson, en los suburbios de la ciudad de St. Louis (Missouri), y subrayo por ahora ya que, aunque hay calma después de la tormenta, eso no quiere decir que la tempestad se alejó del lugar. Solamente se ha aplacado, aunque siguen imperando buenas condiciones como para que vuelva, incluso, con más violencia.
Dos investigaciones se están llevando a cabo sobre lo que verdaderamente sucedió cuando un policía blanco le disparó seis balazos a un adolescente negro en plena calle. El Departamento de Justicia está conduciendo una investigación paralela a la que están realizando las autoridades del condado de St. Louis. Un jurado de 12 personas, en el que solamente hay tres de la raza negra, se ha formado para investigar los sucesos.
Realmente, a mi modo de ver, hay muy poco que investigar, ya que no veo qué tipo de justificación pueda existir para que un hombre armado le pueda disparar seis veces a uno desarmado. Por muy robusta que sea una persona, si le dan un tiro en medio de la pierna, esa persona queda incapacitada para ser una amenaza para nadie, así que ¿cómo se puede justificar que hasta dos balazos hayan penetrado el cráneo del adolescente?
De todas formas, se está realizando dicha investigación, pero cabe preguntarse qué pasará si el jurado llega a un veredicto absolutorio y el policía es encontrado inocente. Esas son las buenas condiciones que existen como para que la tempestad vuelva a estallar en Ferguson e incluso, extenderse a otras ciudades de Estados Unidos. No se sabe, a ciencia cierta, qué tiempo le llevará al jurado investigador arribar a una conclusión, pero de lo que sí estoy seguro es que la violencia volverá a estallar si el policía es encontrado inocente.
La comunidades negras tienen una natural e histórica desconfianza del sistema judicial de este país. Si el policía es absuelto, no sería esta la primera vez que un jurado haya llegado a la misma conclusión en casos similares. La lucha por los derechos civiles de los ciudadanos negros de este país ha sido larga y ha estado cargada de injusticia. Mucho antes de que el presidente Johnson firmara la famosa Ley de los Derechos Civiles, allá en los años 60, los negros en Estados Unidos eran tratados de una forma miserable. Ya no eran, por ley que lo prohibía, esclavos de los blancos, pero sí eran completamente discriminados en los trabajos, en las escuelas, en los autobuses, en los baños públicos y hasta en las fuerzas armadas.
La ley firmada por el Presidente evitó que fuera legal discriminar a nadie por motivo del color de la piel, pero una cosa es lo que se firma en un papel y otra lo que está afirmado en la conciencia de las personas. Por lo menos, en los estados del sur, la evolución de las relaciones entre negros y blancos ha sido más lenta, definitivamente con mucho progreso, pero muy lejos de lo ideal.
Aún persisten los barrios negros, muchos de ellos con características de verdaderos guetos donde se respira un aire de increíble violencia. Personalmente y debido a mi trabajo con el sistema escolar, trabajé en algunos de esos barrios de Miami, manteniendo una muy estrecha relación con miembros de esas comunidades. Llegué a conocerlos muy bien y desde adentro, hice muy buenas amistades con ellos, oí sus quejas, sus desconfianzas y sus resquemores para con los blancos. Me imagino que, poco a poco, todos esos sentimientos llegarán a su fin, pero me temo que, como dice la canción, «pasarán más de mil años, muchos más…».
Habrá que ver qué pasará cuando el jurado de 12 miembros arribe a sus conclusiones en el caso del adolescente de Ferguson, pero más allá de lo que llegue a suceder, habrá que ver cuándo una tragedia como la ocurrida deje de ocurrir. En medio del asesinato del adolescente de Ferguson, a solo unos kilómetros de allí, dos policías acribillaron a balazos a otro joven negro de 23 años, también en plena calle, el cual portaba un cuchillo entre sus manos.
Y vuelvo a preguntarme: ¿no podían los dos policías tirarle al brazo? ¿No podían paralizarlo con una pistola eléctrica? Por supuesto que sí podían, pero vuelvo a afirmar: su entrenamiento no es para paralizar, sino para matar. Hasta que en las academias policíacas no dejen de entrenar a sus alumnos de esa forma, la muerte de ciudadanos por parte de esos cuerpos de seguridad continuará per seculam, seculorum.