El león en la telaraña (sobre el experimento Trump)
A poco más de dos meses de asumir el presidente de EEUU sigue rugiendo fuerte pero avanza lento
El observador (Uruguay
Por Adolfo Garcé
29 de marzo de 2017
En noviembre del año pasado, observando el sorprendente desenlace del proceso electoral en Estados Unidos y tratando de anticipar posibles consecuencias del triunfo de Donald Trump, escribí que “existe solamente un sistema político en el mundo pensado, desde el principio, para lidiar con este tipo de desafíos y minimizar daños colaterales eventuales”. Afirmé que, pese a que, como en otras partes, el papel de la Presidencia ha crecido, “la máquina de convertir leones en gatitos sigue funcionando”.1 Trump lleva algo más de dos meses ejerciendo la Presidencia. Todavía es un león. Sigue rugiendo fuerte. Pero está pudiendo avanzar en su agenda mucho menos de lo que pretendía.
Por medio de decretos ha podido llevar adelante algunas de sus propuestas. En particular, reactivó rápidamente los proyectos para la construcción de los oleoductos Keystone XL y Dakota Access, frenados por Barack Obama por considerar que dañaban el medioambiente y afectaban derechos de pueblos originarios. Pero, a la hora de hacer un balance, debe decirse que perdió mucho más de lo que ganó. El diseño institucional (y su resistente telaraña) está pudiendo más que el actor (y su vocación por los excesos). Veamos tres ejemplos, que ilustran muy bien qué es lo que querían decir los “padres fundadores” cuando hablaban de república.
Es bien sabido que uno de los ejes de la campaña que lo catapultó a la Presidencia fue la crítica sistemática a los migrantes. Latinos y musulmanes, en particular, fueron responsabilizados de los principales males, desde la desocupación a la inseguridad, pasando, obviamente, por el terrorismo. Trump se movió a toda velocidad. Elaboró el proyecto para construir el muro con México y pidió financiamiento al Congreso. La construcción del muro, pese al entusiasmo del presidente, enfrenta todo tipo de dificultades dentro y fuera de EEUU. California, Nuevo México, Texas y Arizona se oponen a su construcción porque afectará derechos de propiedad (como no puede ser levantado a lo largo del río Bravo, necesariamente deberá pasar por propiedad privada). A las resistencias domésticas se suma la del gobierno mexicano que preside Enrique Peña Nieto, que rechaza tajantemente asumir el costo de la obra como pretende Trump.2
Si el muro con México enfrenta problemas, la regulación de los migrantes de los países islámicos pende de un hilo. Los decretos del presidente para frenar la migración desde estos países están enfrentando dos tipos de resistencia directamente derivadas de la ingeniería institucional norteamericana. Por un lado, enfrentan la resistencia del Poder Judicial. Jueces federales de distintos estados se han pronunciado contra los sucesivos decretos por considerar que violan la Primera Enmienda (que garantiza, entre otras cosas, la libertad de credos). Por otro lado, enfrentan la resistencia de alcaldes de algunas ciudades. Eric Garcetti, alcalde de Los Ángeles, ratificando una política anterior, adoptó una orden ejecutiva por la cual ninguna de las agencias dependientes del gobierno de la ciudad cooperará en la implementación de la persecución contra los migrantes. Trump, por supuesto, contraatacó amenazando con quitar fondos federales a la ciudad. Los jerarcas de la ciudad, por su lado, argumentaron que para hacer eso el presidente debería tener el apoyo del Congreso. El pleito sigue abierto.
Mientras la polémica política migratoria del presidente avanza a los tropezones, su ampliamente divulgada pretensión de modificar radicalmente la política de salud (derogando el llamado Obamacare) ha sufrido una derrota clarísima. Esta vez, el presidente chocó con el Congreso. Lo más interesante del episodio es que, como es sabido, los republicanos tienen mayoría (tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado). Pero esto nunca le ha asegurado al presidente de EEUU un apoyo automático a sus orientaciones. Para poder llevar adelante su agenda legislativa el presidente está obligado a persuadir y/o a negociar pacientemente con los congresistas. En este caso, es evidente que no lo logró.
Trump choca con los jueces, con los alcaldes y con los congresistas. No es casualidad. Las instituciones, desde un principio, fueron diseñadas precisamente para esto, como se argumenta claramente en el Federalista 51. “Si los hombres fueran ángeles el gobierno no sería necesario”. “Si los ángeles gobernaran a los hombres” tampoco serían necesarios los controles. Dado que esto no es así, es preciso “dividir” el gobierno y disponerlo de modo tal que cada parte controle a la otra y pueda, también, controlarse a sí misma. Tenían claro cuál era el riesgo que querían conjurar: el de la tiranía. Sabían cómo evitarlo: mediante “constituciones mixtas”. Se apoyaban en una larga tradición, a la vez teórica y práctica, que se remonta a Solón y Aristóteles, pasa por los romanos, Polibio y Maquiavelo, hasta llegar a Montesquieu y la Convención de Filadelfia.
La dispersión del poder y la multiplicación de controles mutuos tienen un precio. Es evidente que incrementan la inercia. Sin impedir la innovación, la trama institucional minimiza la discrecionalidad y protege a las minorías. Trump, a la corta o la larga, se las ingeniará para llevar adelante lo sustancial de su agenda. Por ahora cosecha más fracasos que victorias. Nunca fue fácil para un león caminar por una telaraña.
1 Ver: http://www.elobservador.com.uy/el-experimento-trump-n997653
2 Me apoyo en el análisis de Mark Jones, profesor de Ciencia Política, recogido en: https://mundo.sputniknews.com/america_del_norte/201702011066636663-pena-nieto-muro-trump/
Doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República / adolfogarce@gmail.com
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