El mundo entero acogió el sábado con alivio la victoria en las urnas de Joe Biden, actual presidente electo de EEUU. Y sin embargo, en la primera democracia del globo se está viviendo una situación política más que delicada ya que Trump no solo se sigue resistiendo a estas horas a aceptar su derrota, sino que, lo que es más grave, está adoptando una estrategia ofensiva para torpedear que el demócrata pueda ejercer el mando a partir del 20 de enero, cumpliéndose antes los requisitos imprescindibles para el traspaso de poderes entre Administraciones. Algunos fieles al todavía presidente como el secretario de Estado Mike Pompeo aseguran con inquietante irresponsabilidad que lo que va a haber es “una transición suave” hacia la segunda presidencia de Trump. Asistimos así a un deterioro institucional que, en un escenario de tanta polarización como ya sufre el país, solo acrece la tensión.
Mientras los abogados del republicano siguen presentando demandas y recurriendo los resultados de los estados que han dado la más que holgada victoria a Biden, la Fiscalía general, en un hecho insólito, ha autorizado que se investiguen de oficio los fraudes electorales denunciados por Trump sin que haya una sola prueba a estas horas que avale semejante teoría. Y además, la Casa Blanca se niega a firmar los documentos necesarios para facilitar un traspaso de poderes, cuando en juego hay materias tan sensibles como la seguridad nacional de la primera potencia. La cúpula civil del Pentágono ha dimitido en bloque tras el despido fulminante del secretario de Defensa por parte de Trump, que ha optado por la política de tierra quemada rodeándose solo de una corte dispuesta a dar batalla con él hasta el final, por más dañada que quede la democracia. Y mientras, por si fuera poco, en Estados Unidos ya se han sobrepasado los 10 millones de contagios por coronavirus. La pandemia no sabe de política y exige con urgencia una Administración prudente que esté preparada para combatirla.
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