Parecería que el episodio de interés mundial de la visita de la Señora Pelosi, presidenta del Congreso estadounidense a Taipéi no tiene sino dos actores: China y Estados Unidos. Y la realidad es que en este desencuentro que involucra a las dos potencias, un elemento clave y deleznado por estrategas y politólogos es el propio pueblo de Taiwán.
Pongamos algunos elementos sobre la mesa.
La realidad es que fueron los Estados Unidos los primeros en asumir posición en torno a Taiwán cuando en 1979 dejó caer a Taipéi y escogió una alianza con Pekín. Washington le quitó a la isla la alfombra de debajo de los pies. Desde enero de 1980 su compromiso de defensa mutua dejó de existir. De entonces a esta parte, Taiwán quedó aislada en la escena internacional y la población experimentó en su seno una presión definitoria por transformar al país en un milagro económico y, además, convertirse en una de las más vibrantes democracias de Asia. Ambas metas las consiguieron en relativo corto tiempo.
La economía de Taiwán es una economía de mercado altamente desarrollada. Es el octavo país más grande de Asia y el 18 en talla del mundo en cuanto a paridad de poder adquisitivo, lo que permite ser incluido en el grupo de economías avanzadas por el Fondo Monetario Internacional. Está clasificado igualmente dentro del grupo de economías de altos ingresos por el Banco Mundial. Su PIB per cápita – hoy de 24.800 dólares- ocupa el rango 25 del mundo. El elemento clave de su éxito económico ha sido su estrategia industrializadora basada en la producción de productos de alto valor agregado y el constante mantenimiento y mejoramiento de su calidad.
Con apenas 23 millones de habitantes, una inflación cuasi inexistente (1,2%), una bajísima tasa de desempleo (3,9 %) y sin mayores fracturas sociales ya que apenas 1,5% de la ciudadanía se encuentra bajo la línea de la pobreza, su fortaleza hoy reside en su colosal potencial exportador y el sitial alcanzado en el mundo por la producción y exportación de equipos y partes de telecomunicaciones, circuitos integrados y robots para la producción industrial. Una cifra a retener es que la pequeña isla de 36.000 kilómetros cuadrados produce 63% de los semiconductores del planeta.
Lo anterior explica que el interés de China en Taiwán no sea caprichoso ni que tampoco responda a una posición principista de soberanía territorial que se expresa en su concepto de “una sola China”. Hay bastante mas que ello en el empeño de ejercer control sobre sus variables.
La reacción militar china frente al desafío norteamericano de la visita de la señora Pelosi va mucho mas allá que subrayar quién ejerce una fortaleza bélica en la región. Además de la flagrante demostración de capacidad armada, los movimientos han estado encaminados a demostrar que, de ser necesario, China usará la carta de un bloqueo comercial que impactará al globo entero. El mensaje, más que para Washington, ha sido para Taipei quien resulta ser la parte débil de la ecuación.
China no deja espacio para dudas: no está en sus planes invadir Taiwán. El gigante de Asia procederá a bloquear a la potencia exportadora en todos los campos sin tener que disparar un tiro.
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